P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
La persona humana es un ser muy limitado y complejo, cuerpo, alma y espíritu: “Que el Dios de la paz os haga llevar la vida que corresponde a auténticos creyentes; que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (ITes 5,23).
Pero lo esencial aquí es que el espíritu del creyente es habitado por el Espíritu de Dios que lo renueva y se une a él para formar un sólo espíritu: “Es el mismo Espíritu que se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8,16); “Dios es espíritu, y los que le adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,24); “Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu” (Jn 3,5).
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