La fe cristiana desde la Biblia: "María, nuestra madre"


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Y nos referimos ahora a María, la madre de Jesús, que por deseo de su hijo expresado con dolor en la cruz antes de morir, se nos ofrece como madre nuestra: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y, junto a ella, al discípulo que él tanto quería, dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya” (Jn. 19,25-27).

Supuesto que la madre de Juan estaba al pie de la cruz, “entre ellas estaban..., y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt 27,56) y que el tratamiento genérico de “mujer” evoca el de Eva “madre de todos los vivientes” (Gn 3,20), la Iglesia en su enseñanza ha interpretado el texto como la proclamación de la maternidad espiritual de María con respecto a los creyentes representados por Juan (véase Jn 15,10-15).

¡María es nuestra madre! ¿Qué significa esta frase para una persona de fe en Jesucristo? Si Dios es padre (y ahora gusta el que sea presentado con características maternales); si Jesucristo es el hijo, y en comunión con él nosotros también somos hijos de Dios; si el Espíritu Santo es el consolador y poderoso “abogado” (paráclito, consolador), ¿cuál sería el papel de María como madre nuestra? Un poco más arriba hemos apuntado a María como modelo de disponibilidad en la oración y de ofrenda de su vida toda. En ella Dios ha hecho maravillas (Lc 1,49; Hch 1,14). Además, ella como madre de Jesús conoce el dolor indecible del hijo. “Una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,35). En la escuela del sufrimiento María aprendió a descubrir a Dios como ser amoroso hacia los hombres pues él es quien entrega a su hijo en favor de éstos. Es el amor del padre lo que la lleva en definitiva a ser madre de todos los hombres. Ella participa en la disputada tarea salvadora de su hijo y lo hace también mediante su dolor de madre. Ayuda su contemplación a captar el misterio del padecimiento humano que es capaz de ser transformado en un bien para uno mismo y para los demás. La presencia de María nos acompaña en esta su actitud paciente. Y porque ella ha sido puesta a prueba en el crisol “al soportar el sufrimiento, puede ahora ayudar a quienes se debaten en medio de la prueba”. (El texto hace referencia directa a Jesucristo en Heb 2,18).

Otro aspecto que considero importante en ésta nuestra devoción hacia María como madre nuestra es su presencia “completa” en el cielo, junto a Dios. Ella es “asumpta” (asumida en cuerpo y alma). Esta declaración dogmática, muy reciente en la Iglesia, nos ofrece alguna mayor claridad sobre sus imágenes de “aparecida” (apariciones en favor de los hombres). Ella que es actualmente viviente, con un cuerpo exaltado al cielo, transfigurado e incorruptible, se vuelve a veces presente entre algunos de nosotros de una forma muy cercana. No falta gente que no cree en apariciones ni cosas semejantes, pero es innegable que la intensa piedad popular “experimenta” la presencia de María en sus vidas como un desahogo y alivio de sus penas por encima de sus expectativas humanas. Parece indudable para el creyente, que María acerca lo sobrenatural a nuestra existencia, incluso a la rutinaria y simple, y de una manera sorprendente. Con María cercana, no son precisas ni largas oraciones, ni esforzadas penitencias, ni profundos conocimientos teológicos. Con María cerca, lo natural se reviste de sobre-natural y nos pone junto a su Hijo con la ternura y el afecto del ser madre nuestra. En definitiva, el amor sin condiciones de una madre es un reflejo de lo alto, de unas entrañas de misericordia.


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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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