P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Al término de su evangelio, Mateo nos señala la misión de la Iglesia con estas palabras apremiantes: “Poneos, pues, en camino, haced discípulos entre los habitantes de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que yo os he encomendado. T sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo” (Mt 28,19-20).
Parece bastante claro que la misión de la Iglesia es universal (“católica”). La expresión “haced discípulos” no ha de ser interpretada de forma proselitista, sino según un talante de “encarnación” hacia las diversas culturas e identidades de los pueblos, y por supuesto sin olvidar la libertad de conciencia (la fe si no es libre no es nada).
La Iglesia habría de manifestarse como comunidad basada en el amor que Dios nos tiene, y que da signos de “caridad”, de un amor recibido, y que ofrece a quienes no son cristianos, la razón de su esperanza y de su fe viva en Jesucristo. “Queridos hermanos, sois gente de paso en tierra extraña. Por eso os exhorto a que os abstengáis de las desordenadas apetencias humanas que hacen guerra al espíritu. Portaos ejemplarmente entre los no creyentes, para que vuestras buenas acciones desmientan las calumnias con que os denigran, y consigan así que ellos mismos puedan glorificar a Dios el día en que venga a visitarles” (1 Pe 2,11-12).
Esta relación entre la caridad que se vive y difunde en favor de los demás y el mensaje de salvación en Jesucristo que en ella con frecuencia se esconde y oculta ha de quedar patente pues el amor a los demás es signo del amor que Dios nos tiene. En ésto, —pienso yo— reside el auténtico profetismo de la Iglesia del Nuevo Testamento, y su clandestinidad puede llegar a ser un fraude, pues se deja de ofrecer y de dar lo que el pueblo espera de ella y tiene derecho a saber y aceptar en libertad. Si ésto falta (si el bien a los demás no llega a ser un signo vivo de Jesucristo), a ningún catequista católico puede extrañar el que bastantes se sientan atraídos por las sectas que proliferan entre la gente sociológicamente pobre y marginal que incluso sonríe en los países del tercer mundo. Ellas, las sectas, sí hablan abiertamente, aunque pecando de fundamentalismo, de esa increíble persona de Jesucristo. “En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos y que ha de manifestarse como rey, te suplico muy encarecidamente: proclama el mensaje e insiste en todo momento, tanto si gusta como si no gusta. Argumenta, reprende, exhorta, echando mano de toda tu paciencia y tu competencia en enseñar. Tiempos vendrán en que no se querrá escuchar la enseñanza auténtica; en que, para halagarse el oído, los hombres se rodearán de maestros a la medida de sus propios antojos, se apartarán de la verdad y darán crédito a los mitos. Pero tú permanece siempre alerta, soporta las contradicciones, trabaja en la extensión del mensaje de salvación, desempeña a la perfección tu ministerio” (2 Tim 4,1-5). Es el testamento espiritual del apóstol Pablo.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.Para acceder a las publicaciones anteriores acceder AQUÍ.
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