III Domingo de Cuaresma - A: Jesús y la samaritana



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P. Adolfo Franco, jesuita.

CUARESMA
Domingo III

Juan 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca de la tierra que Jacob dio a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob.
Jesús, cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era cerca del mediodía. Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» Los discípulos se habían ido al pueblo para comprar algo de comer.
La samaritana le dijo: «¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Se sabe que los judíos no tratan con los samaritanos). Jesús le dijo: «Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.»
Ella le dijo: «Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus animales; ¿eres acaso más grande que él?»
Jesús le dijo: «El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta has ta la vida eterna.»
La mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua.» Jesús le dijo: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» La mujer contestó: «No tengo marido.» Jesús le dijo: «Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer contestó: «Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?»
Jesús le dijo: «Créeme, mujer: Llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será “en este cerro” o “en Jerusalén”. Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que no so tros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.»
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías (que es el Cristo), está por venir; cuando venga nos enseñará todo.» Jesús le dijo: «Ese soy yo, el que habla contigo.»
En aquel momento llegaron los discípulos y se admiraron al verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué quería ni de qué hablaba con ella. La mujer dejó allí el cántaro y corrió al pueblo a decir a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?» Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo.
Mientras tanto los discípulos le insistían: «Maestro, come.» Pero él les contestó: «El alimento que debo comer, ustedes no lo conocen.» Y se preguntaban si alguien le habría traído de comer. Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen: “dentro de cuatro meses será tiempo de cosechar”. ¿No es verdad? Pues bien, yo les digo: Levanten la vista y miren los campos: ya están amarillentos para la siega. El segador ya recibe su paga y junta el grano para la vida eterna, y con esto el sembrador también participa en la alegría del segador.
Aquí vale el dicho: Uno es el que siembra y otro el que cosecha. Yo los he enviado a ustedes a cosechar donde otros han trabajado y sufrido. Otros se han fatigado y ustedes se han aprovechado de su trabajo.»
Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por las palabras de la mujer, que declaraba: «El me ha dicho todo lo que he hecho.» Cuando llegaron los samaritanos donde él, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron al oír su palabra, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor.

Jesús no sólo sacia la sed de la pobre samaritana, sino que hace que su corazón se convierta en un manantial.


En este admirable pasaje del diálogo de Jesús con la Samaritana, hay una serie de afirmaciones de Jesús que merecerían más espacio del que un breve comentario, como éste, permite.  Es la descripción progresiva de la conversión de una mujer, a la que Jesús transforma en el corazón, y en la mente.

La mayor parte de todo el discurso está centrada en el tema del agua y de la sed. Hay un agua que no calma del todo la sed, y de la que hay que beber con frecuencia; ésta sale del pozo cavado en la tierra. Pero hay otra agua que calma la sed para siempre, y que incluso termina siendo una fuente interior inagotable

Aquí está indicando Jesús esa cualidad del ser humano de tener sed, de buscar colmar sus ansias más profundas, de buscar siempre más, de no estar plenamente satisfecho nunca. Esto indica la gran dignidad del ser humano: el tener siempre sed. Es algo que ennoblece a una persona el no estar nunca satisfecho, con lo que ha encontrado, con lo que ha obtenido, con lo que ya sabe, con lo que ha hecho: siempre quiere más, siempre busca más, siempre aspira a más. Pero por otra parte también en este pasaje se está hablando de que el ser humano puede buscar saciar su sed en cosas que no dan plena satisfacción, y que siguen dejando sediento al hombre. Son bienes demasiado efímeros, muy materiales o incluso desviados. Y como ejemplo tenemos la vida “privada” de la samaritana: había tenido cinco maridos, y no había quedado calmada su sed:  después de beber cinco veces, aún necesitaba volver a beber.

Y Jesús habla de que las ansias profundas del ser humano, sólo las puede calmar El mismo, que es el agua que salta hasta la vida eterna. Sólo la verdad de Dios: el reconocer en Jesús el Mesías, sólo su salvación, sólo su Verdad, pueden calmar  enteramente la sed del ser humano, sólo el amor divino está hecho a la medida de nuestra sed de amor..

Jesús empieza a dar de beber a esta mujer equivocada, con sus palabras y poco a poco. Cuando la Samaritana bebió del agua que Cristo le estaba dando con su diálogo sobre sí misma, sobre El mismo, y sobre la verdad de Dios, quedó tan plenamente satisfecha, que fue corriendo a dar la noticia a sus conciudadanos: ella misma se convirtió en fuente, para dar de beber a otros. Es un diálogo progresivo, en que Cristo poco a poco va llegando al interior de su pobre interlocutora. Al comienzo tenemos una pecadora, insatisfecha, al final tenemos una mujer liberada y con un mensaje que comunicar.

El primer paso que tiene que dar Jesús está destinado a quitarle a la samaritana la arrogancia con que reacciona a las primeras palabras de Jesús. Quitar esas defensas que nos aíslan de Dios, que nos hacen aparecer autosuficientes. La samaritana autosuficiente, le dice a Jesús ¿cómo siendo judío te acercas a mí que soy una samaritana? y además hasta se burla de El, diciéndole que ni tiene un recipiente para sacar el agua del pozo. Jesús, sin entrar a discutir, sabe encontrar el verdadero camino del alma de esta mujer. Jesús al hacerle caer en la cuente de su triste suerte de tener que venir todos los días cansadamente a buscar el agua, la está poniendo en “su sitio”, le hace reconocer su indigencia.

Una vez quitado el orgullo, hay que abrirle la cabeza a la verdad y el corazón al reconocimiento del propio pecado, y al arrepentimiento de él. Jesús sabe esperar el momento oportuno para que ella reconozca que su vida no es recta, y que debe aceptar a Dios en espíritu y en verdad. Jesús utiliza como camino para que la verdad deslumbre a la samaritana, el camino de la revelación de su propio interior (has tenido cinco maridos). Entonces queda preparada para aceptar la gran verdad: Jesús es el Mesías. Con esto queda definitivamente apagada la gran sed de esta mujer.

Esto es lo que calma la sed de todos  los destinatarios del mensaje de salvación: creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.




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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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