Historia de la Salvación: 33° Parte - La Iglesia en el designio de Dios


P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



12. LA SANTA IGLESIA CATÓLICA

12.1. LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS

«Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas». Con estas palabras comienza la «Constitución Dogmática sobre la Iglesia» del Concilio Vaticano II.

Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.

El artículo sobre la Iglesia depende enteramente también del que le precede, sobre el Espíritu Santo. «En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es El quien ha dotado de santidad a la Iglesia». La Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar «donde florece el Espíritu».


12.2. ORIGEN, FUNDACIÓN Y MISIÓN DE LA IGLESIA

Un designio nacido en el corazón del Padre. Para penetrar en el Misterio de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen dentro del designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la historia.

«El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina» a la cual llama a todos los hombres en su Hijo: «Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia».

Esta «familia de Dios» se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido «prefigurada ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos».


12.3. LA IGLESIA, PREFIGURADA DESDE EL ORIGEN DEL MUNDO

«El mundo fue creado en orden a la Iglesia», decían los cristianos de los primeros tiempos. Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, «comunión» que se realiza mediante la «convocación» de los hombres en Cristo, y esta «convocación» es la Iglesia.

La Iglesia es la finalidad de todas las cosas, e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo: Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia.


12.4. LA IGLESIA, PREPARADA EN LA ANTIGUA ALIANZA

La reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza secretamente en el seno de todos los pueblos: «En cualquier nación el que le teme [a Dios] y practica la justicia le es grato» (Hch 10, 35)

La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios promete que llegará a ser padre de un gran pueblo. La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios. Por su elección, Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones. Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una prostituta. Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna. «Jesús instituyó esta nueva alianza».


12.5. LA IGLESIA, INSTITUIDA POR CRISTO JESÚS

Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ése es el motivo de su «misión». «El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras». Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo «presente ya en misterio».

«Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo». Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino». El germen y el comienzo del Reino son el «pequeño rebaño» (Lc 12, 32) de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor. Constituyen la verdadera familia de Jesús. A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva «manera de obrar», sino también una oración propia.

El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza; puesto que representan a las doce tribus de Israel, ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén. Los Doce  y los otros discípulos participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte. Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.

Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz.   «El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento». «Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia».  Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz.


12.6. LA IGLESIA, MANIFESTADA POR EL ESPÍRITU SANTO

«Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia». Es entonces cuando «la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación».   Como ella es «convocatoria» de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos.

Para realizar su misión, el Espíritu Santo «la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos». «La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra».


12.7. LA IGLESIA, CONSUMADA EN LA GLORIA

La Iglesia «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo», cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, «la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios». Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor, y aspira al advenimiento pleno del Reino, «y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria». La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas.

Solamente entonces, «todos los justos descendientes de Adán, "desde Abel el justo hasta el último de los elegidos" se reunirán con el Padre en la Iglesia universal».


12.8. EL MISTERIO DE LA IGLESIA. LA IGLESIA, A LA VEZ VISIBLE Y ESPIRITUAL

La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la trasciende. Solamente «con los ojos de la fe» se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida divina.
«Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia». La Iglesia es a la vez:

  • «sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo;
  • El grupo visible y la comunidad espiritual;
  • La Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo.»

Estas dimensiones juntas constituyen «una realidad compleja, en la que están unidos el elemento divino y el humano»: Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos».


12.9. LA IGLESIA, SACRAMENTO DE LA COMUNIÓN “koinonia

Misterio de la unión de los hombres con Dios. La Iglesia vive “de”, “en” y “para” la comunión que la santa Trinidad establece en el seno de la historia del genero humano. Por ello debe de procurarla en medio de un mundo visible, más bien la exige. La iglesia es, desde este punto de vista, la presencia pública, de la acogida humana del don salvífico de Dios, hecho realidad en el misterio de Cristo.

Por ello la Iglesia puede ser considerada como “sacramento de la comunión” del Dios Uno y Trinitario, por el que la Iglesia se hace presente ante el género humano como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, y Templo del Espíritu Santo.

Hay un término que expresa bien en la Iglesia esta idea de la comunión  = koinonia, esta palabra está tomada de la experiencia que tuvo la primitiva comunidad cristiana en Jerusalén: “Todos los creyentes estaban de acuerdo y  tenían todo en común”, Hech 2, 44. Esta koinonía se produce por el proceso de la trinidad económica: la salvación viene de Dios, por el Hijo en el Espíritu Santo.  Es el dinamismo propio del amor trinitario el que envuelve al creyente haciéndole participar en él. Es del Padre de donde procede esta comunión, se realiza por los méritos de su Hijo Jesucristo y nos la otorgan el Padre y el Hijo enviando el Espíritu Santo, es el Espíritu el que entrega esa comunión de los creyentes teniendo como modelo al mismo Jesucristo. Unidos en Cristo-Jesús, esa es la expresión de koinonía, en el ámbito de la Iglesia de Cristo.

El Bautismo sacramento de iniciación cristiana y primer vínculo de unión con todo el Cuerpo de Cristo, y la Eucaristía son los dos sacramentos, junto a los otros, que facilitan y expresan ese vínculo de unión en el amor = agape.

La comunión (koinonía) exige gestos, actitudes y acciones concretas en su ejercicio práctico. Así en el seno de los miembros de la propia asamblea cristiana Pablo pide que haya “un mismo sentir”, Rom 12, 16; 15, 5; 1 Cor 1, 10; 2 Cor 13, 11; comunión que debe de respetar las diferencias y las peculiaridades de cada uno. La colecta que Pablo realiza a favor de los hermanos pobres de Jerusalén 2 Cor 8, 4; 9, 13; hace real la comunión entre las Iglesias particulares y conserva la unión entre los cristianos. El amor a los hermanos 1 Jn 2, 7-11; 3, 11-15, la fe auténtica 2 Jn 8-11, la comunicación de bienes Hech 2, 42, la oración de unos por otros, los contactos epistolares, son expresiones reales y concretas de la comunión de nuestros primeros hermanos cristianos y que nosotros debemos de mantener y fomentar hoy día. La Iglesia es el lugar ideal para mantener esa unión en Cristo por su Espíritu.

En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por «la caridad que no pasará jamás» (1 Cor 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa. «Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función del "gran Misterio" en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo». María nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la «Esposa sin tacha ni arruga» (Ef 5, 27). Por eso «la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina» .


2.10. LA IGLESIA, ÚNICO SACRAMENTO UNIVERSAL DE LA SALVACIÓN

«Fuera de la Iglesia no hay salvación». «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»: Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres «de toda nación, raza, pueblo y lengua» (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es «signo e instrumento» de la plena realización de esta unidad que aún está por venir”.

Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo «como instrumento de redención universal», «sacramento universal de salvación», por medio del cual Cristo «manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre». Ella «es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad» que quiere «que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo».
Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea cuando menos por su disposición profunda.

Esta tesis es de fe, según el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia, confirmado por varias declaraciones, especialmente el Concilio IV de Letrán (1215), que dice: “Existe una sola Iglesia, la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva”. Denz 430. El Concilio Vaticano II dice: “El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. Él mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y del bautismo (Mc 16,16; Jn 3, 5,), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue instituida pro Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo se negasen a entrar o perseverar en Ella”. Lumen Gentium nº 14.

Al enseñarnos explícitamente la necesidad de la fe y del bautismo, Mc 16, 16; Jn 3, 5, Cristo confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia misma, (como medio para obtener la salvación). Lumen Gentium Nº 14. Así cuando la Iglesia afirma esta unicidad como exigencia de su fe, no reivindica pues celosamente unos derechos y unos privilegios cediendo a una tentación de imperialismo espiritual, sino que da testimonio de la misión que ella ha recibido del mismo Cristo hasta el final de los siglos. Admitir una pluralidad de Iglesias equivaldría a no admitir ninguna, a rechazar la noción misma de Iglesia. El exclusivismo que la Iglesia presenta es sencillamente fidelidad al mandato de Cristo y de su caridad universal.

Dios ha querido que en la comunicación de salvación a los hombres, Cristo y su Iglesia formen una sola cosa, el uno está unido al otro. Con la negativa a seguir a la Iglesia equivale a una negativa a seguir a Cristo, del mismo modo que rechazar a Cristo es rechazar al Padre que lo ha enviado, Lc 10, 16: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros rechaza a mi me rechaza; pero quien me rechaza a mí rechaza a Aquel que me envió”.

El sentido y el alcance de esta afirmación puede aceptar una doble interpretación:

A. Una esencialmente objetiva e institucional: La Iglesia es el único organismo apto para comunicarnos la salvación de Cristo, pues así lo ha querido el mismo Cristo.

B. Otra esencialmente subjetiva  e individual: Todos los que no se encuentran en la Iglesia están necesaria e irremediablemente condenados, a no ser que estén fuera de la Iglesia por ignorancia invencible. Esta afirmación requiere una aclaración.

  • Es de fe que “la Iglesia peregrinante es necesaria para obtener la salvación” Lum. Gent. Nº 14.
  • “No podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria para la salvación, se negasen sin embargo a entrar o a perseverar en ella”, Lumen Gentium Nº 14.
  • En razón del vínculo que une a Cristo con la Iglesia, nadie puede salvarse, es decir, vivir con Cristo, sin estar de un modo u otro en comunión con la Iglesia.
  • En la aplicación de este principio a las diferentes personas, hay que tener en cuenta las circunstancias y posibilidades efectivas de cada uno. “Por esto, para que  una persona alcance su salvación eterna, no siempre se requiere que esté de hecho incorporada a la Iglesia a título de miembro, pero sí debe de estar unido a ella siquiera por un deseo o aspiración”. (Carta del Santo Oficio al Arzobispo de Boston, 8 de agosto de 1949). Denz 3870.
  • Incluso no siempre es necesario que esta aspiración sea explícita. En caso de ignorancia invencible, una simple aspiración implícita, o inconsciente puede ser suficiente, si traduce “la disposición de una voluntad que quiere conformarse a la de Dios” carta de Oficio a Arzobispo de Boston. Ese deseo debe estar asimismo animado por la caridad perfecta, implicando pues un acto de fe sobrenatural.

El Concilio Vaticano II en Lumen Gentium Nº 16, dice: “Aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo la influencia de la gracia, en cumplir con obras su voluntad conocida mediante el juicio de su conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna, ... Incluso a aquellos que sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan, no sin la gracia divina, en llevar una vida recta, tampoco a ellos niega la divina Providencia los auxilios necesarios para la salvación”.

En estos textos hay una insistencia en los dos puntos siguientes:

  • Se hace referencia a la orientación global de una vida: "hay que esforzarse en cumplir con obras su voluntad" (la de Dios); "hay que esforzarse por llevar una vida recta" (con ayuda de la gracia de Dios).
  • Todo esto no puede llevarse a cabo y tener un efecto salvífico como no sea bajo la influencia de la gracia santificante. Y sabemos que, aun cuando algunos hombres puedan dar la impresión de que están lejos de Dios, Dios en cambio no está lejos de nadie: “puesto que él da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas”, Hech 17, 25-28. Y Dios: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, 1 Tim 2, 3-4.


Por lo tanto, todos aquellos que "con ignorancia inculpable" desconocen la Iglesia de Cristo, pero están prontos a obedecer en todo a los mandamientos de la Ley de Dios, no son condenados, como se deduce de la justicia divina y de la universalidad de la voluntad salvífica de Dios de la cual existen claros testimonios en  1 Tim 2, 3- 5, que dice: “Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres; Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo, como rescate por todos”. Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. «Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por El, puede llevar a la fe, "sin la que es imposible agradarle"», (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar»

Por eso, no podrían salvarse los que, sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella. Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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