El puesto del discípulo



P. Adolfo Franco, S.J.

Lucas 14, 1.7-14

El Señor nos enseña cual debe ser el puesto del discípulo en el banquete, en cualquier ocasión o circunstancia.

El Señor es invitado a un banquete, y lo convierte en enseñanzas. Todos los acontecimientos que vivía Jesús le sirven para trasformarlos en mensajes. Y en este caso Jesús nos va a hablar de la humildad, que no es frecuente en los invitados a los banquetes. Las invitaciones más solemnes ponen de manifiesto muchas veces el orgullo y la soberbia de los invitados: se buscan las preferencias, los sitios de honor, y el círculo de los poderosos.

Jesús está viendo cómo los invitados buscan abierta o disimuladamente los sitios de honor: la cabecera, o quedar junto a alguien importante, para poder obtener algún beneficio. Los sitios donde se puede satisfacer la vanidad y el orgullo, o donde se pueden sacar ventajas personales. Y Jesús invita al despojo, al desprendimiento completo. Vivir la vida sin pretender convertirla en una carrera por prevalecer sobre los demás.

Ante esta enseñanza de los que buscan los primeros puestos, hay varias preguntas que hacerse: ¿Cuál es el lugar que me corresponde? ¿Qué lugar debo elegir? ¿Se opone el Evangelio al deseo humano de progresar?

Empezando por la última: no hace falta discurrir mucho para responderla. El Evangelio no se opone al legítimo deseo de progresar. Con tal de que mi avance en el progreso sea legítimo, sin pisar a nadie, y usando siempre medios lícitos. Y evitando el subproducto del orgullo que a veces acompaña a algunos logros que obtenemos. Pero la enseñanza del evangelio va a algo más profundo que a examinar la casuística que podría derivarse de la consideración del legítimo progreso. La enseñanza de Jesús apunta a una actitud de nuestro espíritu, que tiene que ver con la autenticidad de nuestro ser, y con el respeto al prójimo.

En cuanto a las otras dos preguntas, el Señor nos responde animándonos a escoger el último lugar. Y nos lo enseña El que supo ponerse a los pies de los apóstoles, para lavárselos en la Ultima Cena. ¿De qué se trata en todo esto? Alegría de que el otro triunfe, aunque uno sienta que ha hecho más méritos que el otro. Saber ceder la delantera. Tener el deseo de pasar desapercibido, y no hacer tanto caso a condecoraciones y homenajes. Contentarse con el puesto menos espectacular, aunque sea el de más trabajo. Espíritu sencillo que sabe abrir la puerta al que viene detrás y dejarlo pasar delante. Es la cortesía de los humildes y sencillos del Evangelio, representados en San Juan Bautista que, refiriéndose a Cristo dijo: conviene que El crezca y que yo disminuya; y también: yo no soy digno ni de desatarle la correa de sus sandalias.

Si en un banquete imaginario nos invitaran con Jesús, y quisiéramos sentarnos cerca de El, tendríamos que escoger el último sitio, pues El nunca estaría en la cabecera.

El que vive así está seguro y en paz, no se estremece con la envidia, ni con el resentimiento. No tiene la fatiga del que siempre corre agitado, para estar por encima de quien sea.

Hay quienes han sabido ceder hasta el heroísmo como Maximilian Kolbe: ceder el puesto de la vida a un condenado a muerte, y sufrir en su lugar una cruel agonía. O una madre heroica, Cristina Cella de 26 años, que prefirió postergar su tratamiento contra el cáncer, para que su hijo naciese bien; aunque esto le acarreó la muerte.

Mirar con serenidad en el banquete de la vida cómo a otros se les da la preferencia, alegrarse de ello, y no precipitarse a ocupar puestos de privilegio, sino alegrarse de las preferencias de los demás sinceramente. Pensando además que ellos se lo merecen bien, y estarse tranquilos en los sitios escondidos. Sacar del corazón la avaricia y la codicia de la importancia. Ser mar tranquilo y no tormenta agitada por el orgullo.

Y por eso también en las invitaciones hacerlas a fondo perdido sin esperar que me lo paguen con la misma moneda. Es dar e invitar por el deseo limpio de entregarse, por el deseo de compartir, sin contabilizar los beneficios que los invitados me puedan devolver. Ser don y no mercancía. Y vivir alegres con la donación de sí, sin buscar retorno.

No hay duda de que el Evangelio, y este evangelio de hoy nos enseña la forma más bella de ser persona; y nos lo enseña el que es el “primogénito de toda la Creación” Jesús.




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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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