P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
4.4. EXIGENCIAS ESPIRITUALES Y MORALES PARA ENTRAR EN EL REINO DE DIOS
4.4.1. Conversión profunda y entrega confiada al Padre celestial
Los evangelios resumen las exigencias de Jesús cuando anuncia el advenimiento del "Reino de Dios" diciendo: "Convertíos y creed en el evangelio", Mc,1,15. "Conversión", supone un cambio de mente ("metanoia" = cambio de mente) sólo así es posible hacerse digno del "Reino de Dios". Ahora bien, lo primero que pide la conversión es aborrecer el pecado, y una vez apartado del pecado aceptar un programa de vida a base de la práctica de determinadas virtudes y la adhesión incondicional a la persona y al mensaje de Cristo.
Otra de las características es reconocer la paternidad divina y esto dentro de una actitud filial. Jesús les enseña a sus discípulos a decir "Padre nuestro", contrario al Dios lejano y distante del Monte Sinaí. Ex 19, 18. La imagen que presenta Jesús, del Padre, y de nuestro Padre es la del Dios bueno y providente: "que hace llover sobre justos y pecadores, que viste los lirios del campo", Mt 5, 45, s.s. La exhortación "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" , Mt 5, 48, es el modelo ideal de nuestra vida. Dios Padre, El es el único bueno y por ello hay que acercarse a El con confianza: "Pedid y se os dará...", Mt 7, 7-11. Porque como Padre se preocupa de nuestras necesidades y provee en ellas. Por eso un sentido sanamente providencial en nuestras vidas es necesario. Con esto, Jesús, no quiere fundar una sociedad de flojos y haraganes sino de personas que viven, siempre en tensión hacia los valores espirituales de la vida, en función de lo: "único necesario", Lc 10, 42, es decir, conseguir la vida eterna, Jn 12, 23.
4.4.2. Espíritu de renuncia
Frente a los sueños mesiánicos de una sociedad futura del bienestar dirigida por los principios hedonistas, Jesús, resalta en su mensaje que sólo tendrán acceso al "Reino de Dios" los que tengan espíritu de sacrificio y de renuncia. Por ello declara bienaventurados a los pobres, a los misericordiosos y a los perseguidos por causa de la justicia del Reino de los cielos, etc. Mt 5, 1, s.s. Respecto a su persona, Cristo, exige como condición previa a sus discípulos que: "tome cada uno su cruz y que le siga cada día", Mt 10, 38, rompiendo incluso con los lazos familiares para entregarse más de lleno a la causa del Reino. Lc 14, 25 33, porque: "el que se ama a sí mismo se perderá, mientras que el que se odia en este mundo, se conservará para la vida eterna", Jn 12, 23 26. Para dar fruto es preciso enterrarse como "el grano de trigo". Cristo triunfó por el sufrimiento y el dolor, por eso, sus seguidores deben seguir su camino de persecuciones y sufrimientos. Mt 10, 23. Jn 15, 20.
En realidad todo el mensaje de Jesús se mueve siempre dentro de una dimensión trascendente y ultraterrena. Y esto exige muchos sacrificios. Los contemporáneos de Jesús esperaban un Reino mesiánico de índole terrenal. Jesús sale al paso de este falso mesianismo y lanza un mensaje de superación en función de la esperanza trascendente. Jesús aclara ante Pilato: "mi Reino no es de este mundo", Jn 18, 36. Por eso declara a sus seguidores que deben alegrarse cuando sean perseguidos por aclamar el ideal, "porque su recompensa será grande en el cielo", Mt 5, 1 8. En cambio, Jesús, considera desgraciados a los que han sido mimados por la suerte o la fortuna y aún suenan duras y difíciles a los oídos humanos las palabras: "¡Ay, de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo!", Lc 6, 20 26. Y también declara: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si al fin pierde su alma?", Lc 9, 23. Este es el gran interrogante que flota en todo el mensaje de Jesús: que lo efímero y temporal no tiene valor, sólo lo sobrenatural tiene valor eterno, y esto hay que descubrirlo y vivirlo aquí en la tierra para pasar a su plenitud en el cielo.
4.4.3. Espíritu de sencillez y de autenticidad
La vida de Jesús fue una lucha constante contra la hipocresía religiosa que caracterizaba a los dirigentes religiosos de la sociedad judía. Estos se preocupaban solamente de cumplir externamente y de guardar las apariencias. Jesús los define: "como sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre por dentro, limpios por fuera". Mt 23, 27. Jesús al contrario enseña una religión: "en espíritu y en verdad", Jn 4, 24. Y es que una de las características de su mensaje es la sinceridad; por eso exige a sus seguidores una posición clara y tajante: "Vuestra palabra sea sí, sí; no, no", Mt 5, 37. Esta sinceridad requiere como actitud básica la "humildad". En la parábola del fariseo y el publicano queda claro el pensamiento frente al orgullo y autosuficiencia de los dirigentes religiosos judíos y la humildad sincera del publicano pecador. Lc 18, 10. Otra de las actitudes es la "sencillez" e inocencia de los niños: "dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el Reino de los cielos". Mc 10, 13. "En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como niños no podréis entrar en el reino de los cielos", Mt 18, 3. De hecho, Jesús, no tomó como colaboradores suyos a sabios e inteligentes de este mundo, sino a simples pescadores y gente sencilla. En su Reino, los primeros deben de ser los últimos, porque El ha venido: "a servir y no a ser servido", Mt 20, 27. Jesús consecuente con este espíritu de servicio, en la última cena lavó los pies a sus discípulos, dando así un sublime ejemplo de humildad y servicialidad, pues cumplió cabalmente la función más humillante de los siervos. Jn.13, 8.
4.4.4. El amor al prójimo
El mensaje de Jesús se basa en la vinculación esencial al Dios Padre, que queda como modelo de perfección para los seguidores de Jesús. Pero, ¿cómo se demuestra el amor al Padre?. Cuando un escriba le preguntó por el principal mandamiento de la Ley, Jesús, le respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón ... este es el más importante el segundo es semejante a éste: amarás al prójimo como a ti mismo...", Mt 22, 37-40, con lo cual le señala la importancia del amor al prójimo igual en importancia al primer mandamiento de la Ley. Jesús, en la última cena añadió: "un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Jn 13, 34. En el sermón del monte dijo que hay que amar incluso al enemigo, Lc 6, 27. Además, nos dió como fórmula de oro: "todo lo que quieres que te hagan a ti, hazlo tú a los demás", Lc 6, 31. Y con: "la misma medida que midamos a los demás, con esa misma medida seremos medidos", Mt 7, 2. De la misma manera, no tendremos perdón de Dios si no nos perdonamos entre nosotros mismos. Mt 6, 12. Y es tan fundamental el precepto del amor, puesto en las buenas obras, que en el día del Juicio Final se nos va a juzgar de acuerdo a la práctica u omisión de las mismas. Mt 25, 34 40. Jesús pues, no ha creado un código abstracto de amor, sino que vivió su espíritu de servicio hasta el extremo.
Pero la verdadera novedad en la enseñanza de Jesús sobre el amor al prójimo es que lo hace derivar del amor a Dios, es decir, es un amor vertical, trascendente, no horizontal ni filantrópico: es el modelo del amor al prójimo a través de Dios, que es el modelo de amor: "Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre celestial", Lc 6, 36. Y para Jesús, el prójimo es todo hombre creado a imagen y semejanza de Dios, Gen l, 26. De ahí, su mensaje universalista de salvación: todos son hijos de Dios, y en consecuencia, todos son hermanos. Pero además, Jesús, da una razón nueva de vinculación fraternal entre los hombres, pues El se considera como centro de la humanidad, (en su condición de Redentor), y por ello se siente solidario con todos los hombres, especialmente con los más desheredados y los que sufren. Por eso exclamará en el día del Juicio: "lo que habéis hecho con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis...", Mt 25, 40.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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