¿Quién es Jesús para mi?



P. Adolfo Franco, S.J.

Lucas 9, 18-24

Lo mismo que a los apóstoles, a nosotros Jesús nos dirige la misma pregunta ¿quién dices que soy yo?


Jesús pregunta a sus discípulos ¿Qué dicen del Mesías? Y ¿qué dicen ustedes?. La fe en el Hijo de Dios era un punto central de la predicación de Jesucristo; a eso fueron dirigidos la mayor parte de los milagros, para que creyeran en El. Tan Importante es esta fe que San Juan llama anticriso al que no reconoce al Hijo de Dios encarnado.

Pero esa pregunta hoy se dirige a nosotros: ¿Quién decimos cada uno que es Jesús?

Y podríamos empezar la respuesta por decirle a Jesús, siguiendo las palabras del Credo: Tú eres Jesucristo, el Hijo de Dios, que naciste de Santa María la Virgen, padeciste bajo el poder de Poncio Pilato, fuiste crucificado, muerto y sepultado, y resucitaste al tercer día… Y Jesucristo nos diría que somos muy aplicados y que conocemos la teología, pero a El no le basta eso.

Podríamos añadir lo que sabemos del Mesías en el Antiguo Testamento, y en todas las profecías que se refieren a El: Tú eres la “prole anunciada ya a Adán, que acabaría con el dominio de la serpiente”, y eres el Gran Profeta de que habló ya Moisés, y eres el Hijo de la Virgen que Isaías da como prueba al rey Acab, y es el Siervo de Jahvé y el Rey anunciado por David, y el que nacería en Belén; y podríamos abrumar a Jesús con nuestra erudición bíblica; Y El nos miraría con simpatía, pero con su silencio nos estaría diciendo que esperaba una respuesta más personal. Y no bastaría para eso recurrir a nuestro conocimiento de los Evangelios, porque, naturalmente, El se los sabe de memoria. Quiere saber algo que nosotros sabemos de El, y El espera escucharlo de nosotros en forma personal.

Entonces podríamos recurrir a nuestro corazón, bajando desde nuestro cerebro, para decirle lo que realmente “sentimos” de El. Podríamos decirle: Tú eres el sentido de nuestra vida. Sin tu existencia mi vida no tiene más que vacío, todo queda descuadrado y todo carece de interés. Por Ti sé para qué existo, de dónde vengo y a donde voy: qué significa el comienzo y qué significa el final de mi existencia; contigo sé qué significa vivir. Tú eres el centro de mi vida.

Y podriámos añadir: Tú eres mi modelo. Sé así lo que es la existencia humana, sé qué es ser hombre de verdad. Mirándote a ti entiendo cómo debe crecer mi vida y cómo debe modelarse: esa es mi tarea construir mi existencia copiando el modelo que tengo en ti. Debo mirar cada uno de tus gestos para tenerlos también; debo escrutar tus sentimientos para hacerlos sentimientos de mi propio corazón. Debo estudiar tus reacciones, ante el sufrimiento, ante la hipocresía, ante la pobreza, ante los que abusan, ante los pequeños, los niños y los enfermos, para reaccionar de la misma forma que Tú. Tremenda es esa tarea para mi vida!!! Pero mientras lo intento lograr te confieso que Tú eres el modelo de mi vida.

Pero necesito seguir respondiéndote: Tú eres la Verdad, esa verdad que todo ser humano quiere tener como centro de su ser, para vivir en la luz y estar fuera de toda oscuridad. Una verdad que se expresa en cada una de tus afirmaciones y que me ayuda a leer con atención tus Bienaventuranzas, tus parábolas y sentir desde el fondo de mi ser: ¡Esta es la única verdad! Y está por encima de todas mis verdades, que si se apartan de esta Verdad, no son más que falsificaciones.

Jesús Tú eres mi Vida; y no solo te lo digo como un gesto de amor, como cuando se dice a una persona muy querida “vida mía”; sino en el sentido más estricto de la palabra: Tú eres mi Vida, porque sin Ti, mi vida no es vida y no vale la pena. Tú mismo lo has dicho que el que come tu carne tiene Vida, y el que no la come no tiene de verdad la Vida. Y es que con tu vida nos enseñas a distinguir lo fundamental de lo accidental, lo eterno de lo pasajero. Tu vida nos marca una ruta, porque además eres Mi Camino. Dar los pasos en tu dirección es justamente vivir, y salirse de esa huella que nos marcan tus pasos es perder vida.

Señor, tu me añades además que para hacer eso tengo que saber perder la Vida, porque así se conserva y se trasmite, de la misma forma que Tú como Mesías entregaste tu vida para que nosotros tuviéramos la vida de verdad.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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