Cristología - 1° Parte: La existencia histórica de Jesús

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


1.1. LA EXISTENCIA HISTÓRICA DE JESÚS
         
Muchas veces y de distintos modos, todos hemos tomado conciencia de la decisiva importancia que para la historia del mundo, como para la historia de cada hombre, tiene la Encarnación del Verbo (segunda Persona de la Trinidad), a saber que la segunda Persona se haya hecho hombre y haya habitado entre nosotros. Esta es una afirmación de nuestra fe cristiana con base histórica real.
         
Es doctrina común de los teólogos desde S. Agustín que las criaturas irracionales son vestigio (vestigium) de la Santísima Trinidad. Es decir, huellas de Dios. Que las criaturas racionales son imagen (imago) de Dios y las que se encuentran por la gracia santificante elevadas presentan una semejanza (similitudo) de la Trinidad. Con el Misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Tri­nidad, la Revelación de Dios a los hombres llega a su cota máxima: es Dios en persona que se hace presente, habita entre nosotros, muere en la Cruz para salvarnos del pecado y de la muerte eterna y con su Resurrección darnos una nueva vida, (la vida de la gracia santificante).
         
Efectivamente, Jesús es el Mesías y el Redentor prometido en el Antiguo Testamento, y en efecto llegada la plenitud de los tiempos, Gal 4, 4; Jn l, 14, Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo, para redimir a todo el género humano.
         
La existencia histórica de Jesús está testimoniada con toda claridad por las fuentes paganas (romanas) y por los escritos cristianos. Tenemos, además, escritores judíos, que se suman a las anteriores fuentes para darnos testimonio de la existencia histórica de Jesús, el Cristo. Ningún historiador serio la pone en duda hoy día.


1.1.1. Fuentes paganas (romanas): 

Se ha de tener en cuenta que, por su condición de paganos, no cabe sospecha de haber falsificado la realidad, ya que miraban con poca simpatía la actividad de Cristo o la de sus discípulos. Estos hechos acaecieron en el siglo 1º de nuestra era. Los autores son los siguientes:
        
a. Plinio el Joven: Era procónsul de Bitinia, en Asia Menor, escribe hacia el año 111 en una carta al emperador Trajano que : "los cristianos se reúnen un día determinado antes de romper el alba y entonan un himno a Cristo como a un dios".

b. Tácito: Gran historiador, refiere en sus "Anales" hacía el año 115 la cruel persecución de Nerón, que sufrieron los cristianos de Roma a propósito del incendio de la ciudad y manifestando un cierto desprecio dice: "Para ahogar el rumor público (Nerón) inventó culpables e infligió tormentos refinados a los que por sus abominaciones eran detestados y que el vulgo llamaba cristianos. Este nombre les viene de Cristo, que había sido, bajo el reino de Tiberio, entregado al suplicio por el procura­dor Poncio Pilato. Reprimida por entonces esta execrable superstición penetraba de nuevo, no sólo en Judea, donde había nacido el mal, sino incluso en Roma donde afluye y encuentra adeptos todo lo infame y vergon­zoso".

c. Suetonio: Alrededor del año 120, refiere un acontecimiento del año 51‑52, en el que el emperador Claudio : "expulsó de Roma a los judíos por promover incesantes alborotos a instigación de un tal Crestos".
         
En esta desfigurada información hay un núcleo histórico: las violentas discusiones en torno a Cristo, que se habían levantado en la comunidad judía de Roma. Este mismo autor señala en otro lugar: "Se infligían suplicios a los cristianos, gentes entregadas a una supersti­ción nueva y maléfica". Estos documentos, y otros más, nos testifican que, desde el año 64, la doctrina y los seguidores de Cristo suponían una fuerza capaz de inspirar odio y persecución a los que tenían fe en Cristo Jesús.
        

1.1.2. Fuentes cristianas: 

Además de las anteriores noticias, incidentales e indiferentes, tenemos los abundantes testimonios de los seguidores de Jesús que, contando sólo los libros inspirados, componen juntos el Nuevo Testamento. En total son 27 obras escritas en griego, el idioma de la época. Los libros principales son los Evangelios; la palabra "evange­lio" significa : "buena nueva" o "buena noticia" y contiene el mensaje de salvación dado por Jesucristo. Este mensaje lo comunicó oralmente, sin transmitirnos ni una pequeña parte por escrito. Es curioso observar, cómo un mensaje tan importante, Jesucristo, lo dejase dicho oralmente; a nosotros se nos ocurre que, puesto que es una cosa muy importante mejor dejarlo por escrito, como dictando a sus apóstoles lo que era más importante; y sin embargo no fue así. ¿No habrá querido indicarnos con este proceder que su enseñanza debía ser comunicada principalmente con palabras habladas y vividas con la fuerza del convencimiento y del testimonio? Esta comunicación verbal de los evangelios en la primitiva comunidad cristiana la realizaron los Apóstoles como deposita­rios del mensaje de la fe.
         
Muy pronto, sin embargo apareció el texto escrito en el seno de la comunidad cristiana y de aquí surgen las distintas tradiciones orales: los Sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas y la tradición de Juan. Estas tradiciones se dan dentro del ámbito de la Iglesia y ésta reconoce, con los Apóstoles a la cabeza, que estos escritos son auténticos. Así vemos cómo después de un tiempo en el que se anunciaba de viva voz el evangelio de Cristo y se iba configurando la Iglesia, Dios inspiró a algunos hombres para que escribieran partes de la "Buena Nueva". Para ese entonces la autoridad de la Iglesia estaba suficiente­mente asegurada. Esta reconoció como "inspiradas" cuatro relaciones de un solo y mismo Evangelio: las tres primeras: Mateo, Marcos y Lucas, se escribieron antes de la destrucción del Templo de Jerusalén, ocu­rrida en el año 70 después de Cristo; el Evangelio de Juan se escribió después. No hay que olvidar que en esta misma época se escribieron muchos evangelios llamados "apócrifos" es decir, no auténticos y la Iglesia no los reconoció como palabra inspirada.
         
Los evangelistas tienen formaciones culturales y preocupacio­nes catequéticas distintas, y redactan según las necesidades de cada uno su Evangelio. No se ha de buscar por lo tanto en sus escritos una biografía exacta y completa de la vida de Jesús, ni una completa exposición de sus enseñanzas, como ya nos lo advierte S. Juan cuando dice:
         
"Muchas otras cosas hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros que se escribirían".
         
Por lo tanto, los evangelistas se preocupan muy poco de la cronología exacta. Ellos informan u omiten un hecho de la vida de Cristo, según las circunstancias en que escriben. Esto da a los evangelios una naturalidad y autenticidad que le son característicos. Tienen un modo de hacer el Evangelio muy diferente de lo que lo hace hoy un historiador, o un cronista, o un literato. Si Dios hubiera inspirado cuatro redacciones iguales hasta en los más pequeños detalles, equivaldría a darnos cuatro ejemplares de la misma obra. Así, es evidente que nos regala algo mucho mejor que eso: obras peculiares y originales, caracterizadas por las concretas circunstancias de ciertas áreas de la Iglesia, que juntas todas forman parte de un todo, un sólo y único Evangelio.


1.1.3. Fuentes judías
        
a. Flavio Josefo: Es el más destacado de ellos. Refiere en sus "Antiquitates", (terminada en el año 93‑94) que :
         
"El sumo sacerdote Ananías acusó de transgredir la ley al hermano de Jesús (que es llamado Cristo), por nombre Santiago, y también a algunos otros, haciéndolos lapidar".


b. El Talmud: Hace menciones incidentales de la persona de Jesús. El judaísmo desfiguró la imagen de Cristo, pero ello mismo supone la afirmación del carácter histórico de su existencia, ya que lo que no existe ni se afirma ni se niega.




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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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