D. EL CICLO DE LA PASCUA
Como ya hemos
indicado, la celebración anual de la Pascua del Señor se introdujo pronto en la
Iglesia; a partir del siglo II se destaca sobre el fondo de la celebración
dominical de cada semana la gran fiesta de la Muerte y Resurrección de Jesús en
el día preciso que se estimaba ser el aniversario del acontecimiento salvador. Desde
el siglo III la fiesta pascual cristiana se prolonga durante cincuenta días
coronados por la fiesta de Pentecostés y comienza a ser preparada por unos días
dedicados a la oración y al ayuno, que a fines del siglo IV eran ya cuarenta.
El correr de los siglos fue modificando este esquema original.
Hoy, tras la
reforma del Concilio Vaticano II, el Ciclo de Pascua está integrado por el
tiempo de Cuaresma, por el Triduo Sagrado Pascual de la Pasión y Resurrección
del Señor, y por el tiempo pascual.
1. LA
CUARESMA
El tiempo de
Cuaresma en la actualidad está formado por unos cuarenta días dedicados por
toda la Iglesia al retiro espiritual y que responden a un misterio particular
del Señor: el de su retiro al desierto durante cuarenta días.
“A
continuación, el Espíritu le impulsa (a Jesús) al desierto, y permaneció en el
desierto durante cuarenta días siendo tentado por Satanás” (Mc. 1,12-13)
En este
sencillo cuadro evangélico (trazado por San Marcos y enriquecido con otros
matices por San Mateo y San Lucas),se dan cita grandes temas bíblicos, tales
como el desierto, el número cuarenta, el ayuno, el demonio, la tentación, la
fidelidad del justo a Yavé, y el Espíritu.
Hemos de
recordar que en la Iglesia romana se organizó conscientemente este tiempo para
la preparación de los penitentes a la reconciliación solemne del jueves santo,
para la de los catecúmenos al bautismo pascual y para la de todo el pueblo
cristiano a una mejor participación en la gran fiesta anual de la Pascua del
Señor. El gran modelo de la preparación para los bautizados y los catecúmenos,
para los justos y los pecadores era Jesucristo, marchando hacia la Cruz
gloriosa, hacia la Muerte y la Resurrección.
El Concilio
Vaticano II invita a retomar este espíritu cuaresmal, cuando enseña:
“Puesto que
el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la
Palabra de Dios y a la Oración para que celebren el misterio pascual, sobre
todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la
penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica
al doble carácter de dicho tiempo” (SC. 10)
Para poder
cumplir estas orientaciones conciliares, tal vez nos sea útil ahora penetrar el
espíritu de la Cuaresma y recordar sus principales prácticas.
El Espíritu
de la Cuaresma lo hemos de buscar en los grandes temas bíblicos recordados más
arriba al mencionar los textos evangélicos de las tentaciones de Jesús.
Comencemos
este recuerdo reflexionando sobre el sentido místico del mismo término
Cuaresma. Cuaresma se deriva del número 40. Este número en la Biblia indicaba
tiempo de purificación y preparación para un acontecimiento religioso: cuarenta
años caminó el pueblo de Dios antes de entrar en la tierra prometida (Ex
16,35); cuarenta días y cuarenta noches permaneció Moisés solo en la cumbre del
monte Sinaí antes de recibir las tablas de la ley (Ex 24,18); cuarenta días y
cuarenta noches caminó solo por el desierto el profeta Elías antes de ver el
rostro de Dios en el monte Horeb (1 Rey 19,9). Jesús pasó en el desierto cuarenta
días y cuarenta noches dedicado al ayuno y a la oración, y una vez resucitado,
se apareció a sus discípulos durante cuarenta días (Mt. 4,2; Hch 1,3) Así la
Cuaresma actual de la Iglesia tiene como finalidad preparar a los fieles para
la gran solemnidad de la Pascua, que se prolongará durante cincuenta días,
símbolo de la vida eterna de Dios, en donde penetró Jesús por la Ascensión. De
este modo la sucesión de los 40 días y de los 50 días es un símbolo religioso
elocuente de la sucesión del tiempo y de la eternidad, de la preparación y de
la llegada, de la penitencia y de la recompensa. Y con esta vivencia litúrgica
entroncamos con las grandes experiencias religiosas de la Iglesia expuestas por
San Agustín:
“Así como el
tiempo de la Cuaresma que precede a la fiesta de Pascua es el emblema de los
trabajos y de los sufrimientos de esta vida mortal; del mismo modo los días de
alegría, que siguen, son el símbolo de la vida futura, en que debemos reinar
con el Señor. Atravesamos ahora la vida, que se halla representada por el
tiempo de la Cuaresma; no estamos todavía en posesión de esa vida figurada por
los cincuenta días, que siguieron a la resurrección del Señor” (Serm. 243,8)
Muy en
conexión con el número 40 hallamos en la Biblia el tema del desierto, de la soledad.
El desierto es la tierra sin agua, sin vida y se contrapone a la tierra
prometida. Por ello el desierto evoca al piadoso judío la prueba en la fe, a
que fue sometido el pueblo por Yavé:
“Acuérdate de
todo el camino que Yavé tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años
en el desierto para humillarte, probarte y conocerlo que había en tu corazón:
si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo sentir el hambre,
te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habían conocido para mostrarte
que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale
de la boca de Yavé” (Dt. 8,1-3)
Como se ve,
no se trata tanto de una prueba mortal, sino ante todo de una prueba religiosa,
que afecta a la raíz de la fe, es decir, a la aceptación o no aceptación de
Dios en la vida humana. Junto a la prueba, que es una especie de examen
escrutador de Dios, aparece en la Biblia la tentación o caso especial de
prueba, en la que interviene el tentador o demonio (Gen. 3) San mateo nos dice
abiertamente:
“Entonces
Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”
(Mt. 4,1)
La historia
bíblica es un gran combate, realizado en el corazón de los hombres, entre Dios
y Satanás. Desde el comienzo del Génesis aparecen estos dos espíritus, que
luchan en el hombre. La caída de Adán y Eva por instigación de la serpiente es
un ejemplar siempre vivo. La serpiente es la figura del Demonio o del
Adversario, San Juan lo llama el Príncipe de este mundo, Diablo, Satanás,
Seductor del mundo entero, el Maligno, Padre de la mentira (Jn. 8,44; 12,31; 1
Jn 5,19; Ap 12,9)
Por esta
razón la Liturgia nos coloca en el primer domingo de la Cuaresma frente a Jesús
tentado por el Demonio en el desierto. Esta figura juega un papel capital en
toda la liturgia cuaresmal. Detengámonos un poco en ella:
Después de su
bautismo en el Jordán y de la investidura mesiánica otorgada por el Espíritu,
Jesús fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para librar un combate
espiritual con Satanás.
Hay que notar
la actividad del Espíritu; él mismo, que presidió la creación del mundo (Gn
1,2), suscita la nueva creación y conduce a Jesús al desierto para librar una
batalla con el diablo, que en contraposición a la de Adán, terminará con el
triunfo, presagio de una reconstrucción espiritual del mundo.
San Lucas, al
terminar la genealogía de Jesús, acaba con estas palabras “hijo de Adán” (Lc.
3,38). Inmediatamente después el evangelista comienza a narra las tentaciones
de Jesús, la confrontación de este hijo de Adán con el diablo. Desde la
confrontación del Paraíso no había tenido lugar un encuentro definitivo. Ahora
Jesús, en nombre de toda la humanidad, vence a la serpiente antigua y rechaza
sus seducciones de riquezas, de poder y de estima, que son en la práctica un
abandono de Dios y una adoración de Satanás. Cristo tentado por Satanás y
Cristo vencedor de la tentación de Satanás es todo un misterio de la vida del
Señor, que la liturgia cuaresmal nos hace revivir. San Agustín, en el oficio de
lecturas del primer domingo de Cuaresma, nos explica este misterio de la manera
siguiente:
“De forma que
nos incluyó en sí mismo, cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de
leer que Jesucristo nuestro Señor se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que
Cristo tentado por el demonio! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque
Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti
procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los
ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la
tentación, y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también
en Él venceremos al demonio” (In Psalm 60,2-3)
La victoria
de Jesús sobre Satanás nos lleva a otra vertiente religiosa del tema bíblico
del desierto, cual es el desierto visto como el lugar privilegiado para el
ayuno y para el encuentro con el rostro del Dios vivo mediante la
contemplación.
...
Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982
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