4. PROGRESOS DE LA DEVOCIÓN
4.3.
MARÍA IGNACIA DEL SACRAMENTO
Esta
humilde religiosa floreció entre nosotros y fue amada discípula del Corazón
Divino. Fue una de esas almas ocultas y sencillas que Dios escoge para sí y a
las cuales hace depositarias de sus dones. Había nacido en Huancavelica y en el
Bautismo le pusieron por nombre Ignacia, que era el de su padre. En la religión
tomó el de María Ignacia del Sacramento. Sus padres perdieron su fortuna, de
modo que no pudieron dar a su hija instrucción alguna, de modo que cuando ésta
vino a Lima, joven todavía, para ingresar en el Monasterio de la Encarnación,
no sabía leer ni escribir y así por esta razón como por su humildad entró de
Hermana Lega (1)
Se
distinguió desde un principio por sus virtudes y el Señor que la había llamado
a aquel retiro comenzó a favorecerla con gracias extraordinarias, aunque ella
instaba siempre porque no la condujese
por aquel camino. Durante 18 años tuvo por Director espiritual al P.
Gabriel de Orduña de la Compañía de Jesús, el cual elaboró su recomendación y
como quien conocía a fondo el espíritu de Ignacia, nos dejó escrito algo de lo
mucho que de ellas podía decirse. Después de una vida de oración y sufrimiento
pasó a la eterna el 18 de setiembre de 1735.
Dice
su confesor que aun cuando Ignacia estaba en el mundo, vivía en él como si no
estuviera en el mundo, pues su vida era más en Cristo que en sí misma y tan
escondida y retirada estaba del mundo que aún viviendo en la religión parece
que en ella no vivía Ignacia, pues pasaba los años escondida en su mampara. En el
costado de Cristo había buscado su nido y allí había hecho su morada. El mismo
Señor la convidó a entrar por aquella abertura de su pecho hasta su Corazón. En
cierta ocasión, después de muchos trabajos y sequedades, se quejó al Señor y
Éste se le mostró en visión intelectual muy hermoso y amable y con grande amor
le dijo: “Hija, ven a mi costado, entra en él que allí te quiero tener”. Ella
entonces encogida y deshecha en lágrimas le pidió que le enseñase a saber
amarle y que le diera las virtudes y adornos necesarios para poder entrar allí
y de aquí le provino el que quedase su alma ansiosa de padecer y de que todos
amasen a Cristo.
Muy
devota del Santísimo Sacramento, cuando no podía recibir el cuerpo de Cristo
comulgaba espiritualmente y muchas veces mereció sentir sensiblemente la
presencia del Señor en su pecho. La materia de su oración fue casi siempre la
Pasión de Cristo y en la contemplación de estas escenas pasaba largas horas,
compadeciendo a su divino Maestro y haciendo suyos sus dolores. Recorría todas
sus llagas y lo ordinario era terminar en la del Costado, en donde descansaba y
se unía al Corazón del Salvador. Muy extraordinarios favores recibía entonces
del cielo, algunos de los cuales comunicó a su confesor, haciéndolo por
obediencia, pues de otra manera no lo dijera a persona alguna.
Aún
cuando en toda su vida no había ofendido a Dios, porque desde que tenía siete u
ocho años de edad, el Señor comenzó a atraerla a sí y a favorecerla, con todo,
ella se abrazó con la mortificación por imitar a Cristo y desagraviarlo por las
ofensas que recibía de los pecadores. Dios la probó además con dolores y
enfermedades y ella aceptó estas cruces y se gozaba de poder padecer algo por
su amor. El resplandor de sus virtudes apenas transcendió los límites de su
monasterio y a no haber dejado memoria de ellas su confesor, habría pasado
inadvertida para el mundo, pero en realidad Ignacia fue una de las vírgenes
predilectas del Corazón de Jesús.
1. En Huancavelica tuvo por
Director Espiritual a otro Padre de la Compañía, el P. Jerónimo Tello, el cual
encaminó sus pasos a la Religión.
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