Corrección fraterna y oración comunitaria

P. Adolfo Franco, S.J.

DOMINGO XXIII

del Tiempo Ordinario

Mateo 18, 15-20

Para poder corregir a otros hay que saberse corregir uno mismo primero


En este párrafo del Evangelio de San Mateo hay dos enseñanzas, y ambas importantes: la corrección fraterna y la importancia de vivir en comunidad, y de orar en común.

El corregir y el corregirnos es de una enorme importancia, porque como seres humanos nos equivocamos tantas veces y tenemos que rectificar. Muchas veces no nos damos cuenta de nuestro error y de nuestra equivocación y debe ser alguien desde fuera el que nos corrija. Pero todos hemos experimentado que hacer una corrección no es fácil y tampoco es fácil que aceptemos la corrección. Tanto corregir, como ser corregidos son cosas a veces complicadas.

¿Cómo corregir de acuerdo al Evangelio? Partimos primero de que se trata de un cristiano que corrige a otro cristiano, para que viva mejor su amor a Dios. No entramos en otros ámbitos de la corrección de un padre a sus hijos en las tareas por ejemplo del aseo, ni en otras correcciones de orden político o social. Estamos frente a la corrección que un cristiano hace de otro cristiano, aunque algunas cosas de las que se digan puedan aplicarse también a los otros ámbitos.

Primero hay que tomar conciencia de que el que corrige piensa que con su corrección va a ayudar a su hermano a ser mejor. Y si esto es así, se trata de corregir algún pecado, o alguna conducta desviada; no de otra cosa. Hay que partir del hecho de que lo que quiero corregir es algo real, que se ha dado. No puedo corregir de lo que me contaron, o de lo que a mí me parece, sino se trata de hechos reales, en sus diversas circunstancias. Algunas veces se puede caer en el error de corregir algo inexistente, o que no fue tal como a mí me pareció.

Otra cosa importante es consultarlo con otros (sin declarar de quien se trata) porque a veces hay personas escrupulosas, que en todo ven cosas negativas, y que quisieran corregir hasta una pluma en el viento. Hay personas meticulosas, detallistas, excesivamente perfeccionistas, que ven con mucha facilidad males donde no los hay; esas personas no deberían corregir. Y además hay que ver que el hecho del que trata la corrección sea algo de cierta importancia. No vale la pena perseguir al prójimo con correcciones por nimiedades.

Si hay este hecho, tengo que ver si ese pecado que quiero corregir, me afecta a mí. Por ejemplo un momento de cólera violenta que tuvo mi hermano contra mí. Yo estoy afectado por la situación, entonces no debo ser yo mismo quien corrija, pues se pueden colar entre mis intenciones en forma subrepticia motivos que no son puros.

Pero lo más importante es la actitud interior del que corrige. Si no está convencido de que él mismo es también un pecador, con conocimiento de su propia debilidad, mejor será que no corrija. Puede adquirir aires de superioridad. Hace falta tener mucha humildad, para estar en verdadera disposición de corregir a otros. Y esto no es fácil. Mucha humildad, que nace del conocimiento de las propias debilidades.

Muchas veces se cuelan motivaciones negativas en la corrección misma. A veces la cólera abierta o encubierta del que corrige, hace que la misma corrección sea peor que lo que se pretende corregir. Algunas veces hay una especie de revancha, o venganza (oculta por supuesto) en la corrección. En determinados momentos la persona correctora aparece inconscientemente como superior, con aires de suficiencia Y esta tal persona mejor debería dedicarse a corregirse a ella misma.

Para completar lo dicho con algunos ejemplos concretos, bastará recordar dos correcciones que hace Jesús en el Evangelio: a la adúltera que fue llevada a los pies de Jesús; cuando ella se ha quedado sola, porque sus acusadores se han ido marchando disimuladamente, Jesús le dice: yo tampoco te condeno, vete y no peques más. La está corrigiendo de su pecado, pero de qué forma. A Pedro, después que lo ha negado tres veces, lo corrige Jesús con una triple pregunta ¿Pedro me amas más que éstos?


Corregir amando es la única forma cristiana de corregir: y no sólo que yo sienta el amor hacia a aquel a quien corrijo, sino que aquel a quien corrijo sienta que lo corrijo, porque lo amo.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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