Resurrección




Un continuo buscar, una carrera por entre los sinuosos caminos de la vida, cada uno con sus desvíos, cada uno con sus dificultades y sus pequeños y grandes obstáculos.

Lo peor de todo es que, después de tanto andar, estás en el mismo lugar en que comenzaste.

Ves lo mismo a tu alrededor y eso te hace padecer.

La sed te domina y eso, que parece bueno, te hace no vivir en paz.

Pero, enseguida, si invocas a la alegría, si eres consciente de tu situación, si te dispones a esperar, sientes físicamente que la esperanza se apodera de ti y estás seguro de que una luz invadirá tu ser.

¿A costa de qué?

Llega un momento en que no te importa el coste o, por lo menos, te sugestionas de ello.

Si se valora seriamente lo que se ha pagado, no por parte de uno mismo, por conseguir que el hombre tenga la oportunidad de la salvación; si eres consciente de que en quien pones tu ideal, por quien suspiras, fue reo de los más abyectos martirios, hasta terminar muerto en una cruz y, lo más importante, siendo Hijo de Dios, cómo podemos quejarnos de nada...

Mi parte de responsabilidad en esa crucifixión es clara; por ello, no tengo más remedio que asumirla.

Ahora puede comprenderse el sufrimiento de un cristiano.

Dentro de ese pesar, hay un esbozo de sonrisa que va aumentando por momentos; sobre el pesimismo del dolor, triunfa una sensación de alegría que te hace confiar en que la generosidad del crucificado ha triunfado sobre su dolor.

Por ello, vamos a esperar muy confiados en que nuestra ruta sea delimitada por quien puede hacerlo y, eso sí, vamos a intentar seguir ese camino sin crear nosotros mismos los obstáculos que nos impedirían llegar a donde esperamos: a esa agua que bebió la samaritana y a esa luz indeficiente que jamás se apagará.

Lloró tanto mi pena por no verte,

sufrí tanto sumido en mi desgana,

busqué tanto el lugar de la fontana

para al manar tú en ella, yo beberte...

Cuando se abran las puertas de la muerte

y surja de lo oscuro la mañana,

veré entrar tanta luz por mi ventana

que sentiré el sosiego de tenerte.

Pensar que fue por mí crucificarte

con un INRI burlón como estandarte

en el mismo cadalso que un ladrón...

¡Qué podía hacer yo, triste y cansado!;

esperar verte al fin resucitado

mientras tenía roto el corazón.

Joaquín Fernández González.

“Quien se ha perdido, quien no tiene un fin,

fácilmente pierde la esperanza.

Aquel, sin embargo,

que avanza hacia la propia meta,

está lleno de esperanza.

Tú vas al encuentro de Dios,

el Padre que te ama y que te espera;

allí tu esperanza será satisfecha”.

F.X. Nguyen van Thuan.

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