Unidad de Dios y Unidad de Pareja - 2º Parte


P. Vicente Gallo, S.J.

2. “Lo que Dios ha unido, que nunca lo separe el hombre” (Mt 19, 6)


Dios no sólo hizo al hombre y a la mujer para vivir su Relación de matrimonio en tal Unidad que ella los hiciese ser “imagen y semejanza de Dios mismo”. En cada pareja de quienes se casaron enamorados, es Dios quien los hizo el uno para el otro. Dios los llamó a cada uno desde ese otro. Dios hizo que terminaran encontrándose. Cuando por fin se encontraron ambos, sintieron lo que dijo el primer hombre al ver a la mujer hecha para él: “esto es distinto” (Gén 2, 23). Eso fue su enamoramiento. El secreto para que ese matrimonio sea consistente está en que mantengan siempre firme, como cosa de Dios, el enamoramiento con el que se casaron y en el que Dios se gozó al verlo.

Pero con las manos pecadoras de ambos, con las de sus padres o hermanos que debieron dejar de serlo como Dios lo quiso cuando estos dos se casaron (Gén 2, 24), y con las manos del “mundo”, que son todos los demás organizados a su manera, “el hombre” puede romper el lazo con que Dios los unió, y la hermosa realidad de ser Uno como Dios, como Dios mismo los unió (Mt 19, 6) para amarse con un Amor semejante al Amor con el que Dios ama. Lo que Dios ha unido, lo separará el hombre.

La vida de relación entre los hombres, y también la relación de pareja en el matrimonio, se funda en necesidades humanas que ya hemos mencionado: la de “ser amado”, la de “ser valorado”, y la de “pertenecer a otros” a la vez que “mantener la propia autonomía”. Esas cuatro necesidades se ven satisfechas cuando, en el matrimonio, los dos de la pareja mantienen la fidelidad en el amor que los hace ser uno en lugar de dos. Desde esa satisfacción provienen los sentimientos de felicidad, gozo, gratitud, paz, ilusión, confianza, emoción, fortaleza, y otros parecidos.

Pero cuando cualquiera de esas necesidades se ve insatisfecha, brotan los sentimientos de tristeza, vaciez, soledad, fracaso, desilusión, amargura, desánimo, dolor por estar herido, y los sentimientos semejantes. Cuando alguna de dichas necesidades se ve amenazada, se siente temor, angustia, alarma, miedo, desorientación, inseguridad, preocupación, y otros sentimientos así. Cuando, en alguna de las mencionadas necesidades, uno se ve agredido, bloqueado, impedido, lo que siente será enojo, cólera, rabia, odio, resentimiento, confusión, desesperación, u otros sentimientos parecidos.

Desde situaciones así, cada uno puede optar por buscarse una salida de diversas maneras. Acaso tratando de recuperar la satisfacción de esa necesidad en algo fuera del matrimonio, como irse con los amigos a divertirse, buscar sus pasatiempos personales prescindiendo de su pareja, ver televisión, ir al cine o ver películas aunque sea en su propia casa, navegar en internet, darse a la bebida, buscar otra mujer u otro hombre, acaso dedicarse al apostolado en la Parroquia o donde fuere.

También puede optar por buscarse alguna compensación satisfaciendo más otra de esas cuatro necesidades, cuando es en una en la que se encuentra insatisfecho: por ejemplo, desatender el ser amado, que no lo encuentra, con lograr el ser valorado como inteligente, hábil, conocedor de muchas cosas, ser muy estimado profesionalmente, u otros valores en los que se vea reconocido. O viceversa, al no verse valorado, compensarlo con mirar los muchos aspectos en que puede gozar de ser amado y la mucha gente que le ama, trabajando el que esto sea más verdad. Parecidas compensaciones puede buscar en verse autónomo, el que no logra vivir en pertenencia; o buscar en una pertenencia más grande, la incapacidad que tiene de ser autónomo y libre en sus determinaciones. Y esto no es un juego de palabras o de conceptos, sino una verdad que es necesario percatarse de ella para evitar vivir en ese desarreglo, nefasto para uno mismo y más para la vida de relación.



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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