Homilía: Domingo 17º TO (C) 25 de Julio

Lecturas: Hechos 4,33;5,12.27-33;12,2; II Corintios 4,7-15; Lucas 11,1-13

"Señor, enséñanos a orar..."

Cfr. Lc 11,1

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.


Interesante este evangelio que completa lo dicho por Jesús y que fue meditado el domingo anterior sobre el valor de la oración. Lucas suele reunir hechos o enseñanzas complementarias que en rigor no sabemos si ocurrieron simultáneamente. Lucas antepone el orden pedagógico al cronológico. Su fin principal es que Teófilo, a quien dedica el libro, “conozca la verdad” que Jesús ha revelado.

Consta por el mismo evangelio que Jesús solía orar a solas por la noche desde el comienzo de su vida pública. Los apóstoles pertenecen a un pueblo acostumbrado a orar. Sin embargo piden a Jesús que les enseñe. ¿Les impresionaba, tal vez, la calidad de la oración que veían en Jesús y por eso le piden que se la enseñe? La oración es como la vida, puede ser de mejor o menor calidad, en definitiva es una gracia y debemos pedirla. Todos aquellos que sienten resistencias interiores para orar, que se les hace como muy cuesta arriba, que no saben qué hacer cuando se trata de orar, pidan a Dios la gracia de la oración, de salir de su mudez para con Dios.

Para solucionar su problema Jesús les enseña el Padrenuestro. Una notable escritora no católica, que se sintió atraída por Cristo, Simone Weil, de notable influjo sobre todo en la Francia del siglo veinte, cuando dio con esta oración, la aprendió de memoria y escribió que “la dulzura infinita de este texto” se apoderó de ella y no podía evitar recitarlo casi continuamente “Si durante la recitación mi atención se distrae o se adormece, aunque sea de forma infinitesimal, vuelvo a empezar hasta conseguir una recitación absolutamente pura”.

No pudiendo explicarla con amplitud, señalaré algún rasgo que me parece importante para la oración del cristiano, para vuestra oración.

“Padre nuestro”. Cualquiera de nuestras oraciones a Dios que brote de la convicción de que Él es nuestro padre en el sentido más pleno de la palabra, de que me ama a mí, así como soy, con todos mis pecados y limitaciones, me quiere, me comprende, quiere mi bien, quiere ayudarme. Vive el hecho de que Dios es tu Padre. Si activas esa conciencia de que Dios te ama porque eres su hijo, la oración te será muy fácil.

Pedir “el Reino de Dios”, es decir los bienes propios de Dios, que se resumen en el Espíritu Santo, como Jesús mismo lo dice. Estos bienes son la caridad con Dios y los demás, el triunfo sobre nuestros defectos, la paciencia para llevar con paciencia y alegría lo que no nos gusta, la capacidad de sacrificio para hacer el bien, etc. No es buena la oración que solo pide cosas de aquí abajo. Hay que pedir la gracia necesaria para ser mejores.

Pide también el pan, como una gracia, como un don de Dios y recíbelo como tal: la vida y salud, el trabajo, los medios necesarios para cumplir con tus deberes. Y estate atento a los instantes y modos en que aparecerá a lo largo del día que tu oración fue escuchada.

Pide perdón y perdona. El que dice que no hace nada malo, anda lejos de Dios y no avanza nada como persona de calidad moral. Pide perdón por lo que faltaste y sueles faltar de pensamiento, palabra, obra y omisión en tu familia, en tu trabajo, en todas tus actividades para con Dios, con el prójimo y contigo mismo. Perdona, ora por el que te ofendió, procura no andar recordando de continuo el mal que te hicieron. Si no perdonas, no te extrañe de que Dios te cierre los oídos; ya te lo ha dicho.

Pide no caer en la tentación. No es nada fácil. “El pecado habita en mí” –dice San Pablo –Fácilmente caes. El Demonio está rondando, tú tienes vicios y tendencias que te impiden obrar el bien y ser mejor. Sin la ayuda de Dios no se puede, pero con ella, con la gracia (ya hablamos de ello), lo irás consiguiendo tal vez poco a poco, tal vez más de prisa.

Relee este evangelio. Se tenaz en pedir todos los días. Lo irás consiguiendo. La paz de tu corazón lo confirmará.



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