5º Parte
P. Rodrigo Sánchez - Arjona, S.J.†
4º La Oración en el Espíritu
Su Santidad Pablo VI al aprobar los nuevos estatutos del AO recomendó a los socios “un intenso culto al Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles, como en su templo y en ellos ora y da testimonio de la adopción de los hijos”.
Estas palabras nos recuerdan que nuestra oración ha de ser hecha en el Espíritu Santo, pues toda oración cristiana brota del Espíritu del Señor.
Asó lo anunció Jesús a la Samaritana:
“Llegó la hora – y ha llegado ya – en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad.” (Jn 4,23).
Jesús define la vida cristiana como un culto en el Espíritu. Esto no significa que el culto cristiano sea interior e individual, sin ritos, sin cuerpo, sin dimensión comunitaria, porque en San Juan el Espíritu no se opone ni a la materia ni a la realidad sensible, sino a la carne, es decir, a la impotencia de la creatura para subir hasta Dios con su esfuerzo humano. El lugar de la oración no importa, lo que vale es la cualidad de la inspiración que ha de venir desde más allá del hombre mismo.
Estas palabras de Jesús nos adentran en el misterio de la oración cristiana, la cual es suscitada en el corazón del hombre por el Espíritu Santo según la Verdad revelada por el Hijo, y por ello es agradable y acepta al Padre.
Para San pablo orar no es pura técnica humana, es ante todo actividad del Espíritu en el cristiano: “No sabemos orar como conviene” por eso “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad” e “intercede con gemidos inefables” (Rom. 8,26).
El Espíritu Santo da a la oración cristiana su profundidad. Gracias a él, el cristiano que ora penetra en los más escondidos misterios, descubre “ni lo que el ojo vió, ni el oído oyó, ni cabe en el entendimiento humano cuanto Dios ha preparado para los que le aman” (1Cor. 2,9). Pues “a nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu. Porque el Espíritu todo lo escruta, aún las profundidades de Dios… y nosotros podamos conocer los dones que Dios nos ha hecho” (1 Cor. 2, 10-12)
Estos dones no han sido reservados a una pequeña élite intelectual, ella es la herencia de todo creyente. Todo bautizado está llamado a conocer estas profundidades del amor de Dios.
El Espíritu Santo da a la oración cristiana sus matices de intimidad filial, de sencillez confiada, de certeza imbatible. San Pablo decía a los Gálatas: “La prueba de que sois hijos, es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abba! ¡Padre!” (4,6), y a los Romanos escribía el mismo Pablo: “Habéis recibido un Espíritu que hace de vosotros hijos adoptivos y por el cual gritamos: ¡Abba! ¡Padre! (Rom. 8,15)
Para el Apóstol, este grito resume toda la oración cristiana. Esta no es otra cosa que el grito del Hijo de Dios suscitado en nosotros por el Espíritu Santo. En su agonía Jesús no ha orado de otra manera. (Cif. Mc. 14,36)
Además el Espíritu Santo da a la oración cristiana siempre una dimensión comunitaria. Toda oración cristiana se hace en la “unidad del Espíritu Santo”, y por ello está abierta a las necesidades de todo el Pueblo Santo de Dios.
Terminemos todas estas reflexiones recordando una oración de la primitiva iglesia:
“Enséñame los cantos de tu verdad
y que por Ti, yo pueda dar frutos.
Haz resonar la cítara de tu Espíritu Santo
para que te alabe de todas maneras.
Según la abundancia de tu misericordia
dame tus beneficios” (Odas de Salomón, XIV).
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Acompañemos al Apostolado de la oración en sus oraciones diarias con las Intenciones encomendadas por el Papa Benedicto XVI, visitando el enlace lateral del Ofrecimiento Diario.
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