P. Adolfo Franco, S.J.
Reflexión sobre el Evangelio de la Natividad de Jesús
Hoy volvemos a celebrar este misterio de la Navidad, en que se manifiesta en su esplendor el amoroso mensaje que Dios tiene para nosotros. Esa escena de Jesús recién nacido, con la Virgen y San José a sus costados, es la presentación increíble de la salvación que Dios empieza a realizar. En este momento se han echado a andar ya los planes de Dios, y no tienen vuelta atrás, ni pausa. Todo se va a ir desencadenando como un torrente de maravillas, de bondad, de luz. Y es que parecería que Dios estaba impaciente por hacer a andar “la segunda creación”. Y ahora que ya ha llegado la plenitud de los tiempos, en que esa hoja del calendario, esperada por todos los siglos precedentes, finalmente ha aparecido, Dios ha empezado a manifestar la alegría que hay en los cielos, y nos ha enviado a un coro de ángeles a que nos digan: “Gloria a Dios en los cielos y Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Es el anuncio de Dios a nosotros: que estemos alegres, porque El nos ama, y su señal de amor es este Niño pequeño que es el Salvador.
Ahora desde este primer momento aparece el nuevo estilo de Dios, si es que se puede hablar así; porque en realidad Dios es siempre el mismo. Pero es evidente también que esta manifestación de Dios en un pesebre, recién nacido y necesitado de que lo cuiden, es algo completamente nuevo.
Al mirarlo ahí con los ojitos cerrados, con sus brazos buscando cariño, el asombro de Dios nos llena el corazón de emoción, de lágrimas, de risas. No sabemos lo que nos pasa, de tanta alegría que tenemos, al ver a Jesús recién nacido para nuestra salvación. Y miramos a nuestro alrededor y vemos una cueva completamente desnuda, abandonada; ha estado abandonada, el suelo está sucio: Jesús ha venido a nuestra tierra y ha escogido este rincón. Al fondo respiran fuertemente dos animales que dan un poco de calor a esa cueva tan fría, en la que brilla la luz de Dios y arde la hoguera de su amor.
¿Qué es esto? Hay que preguntárselo. Dios se ha manifestado, pero realmente en forma incomprensible. No es sólo una escena idílica y tierna, que lo es. Es principalmente un mensaje y un mensaje dirigido a nosotros. Y ojalá fuéramos capaces de leer este mensaje y asimilarlo. Es el principio de la historia de Dios en el mundo hecho hombre. Y es en síntesis su presentación. Dios, hecho hombre, el Hijo del Hombre, va a ser así, en los años en que como hombre viva entre nosotros. Esa es la forma que Dios tiene de hablarnos a nosotros.
¿Y qué dice ese mensaje? Hay que pensarlo mucho tiempo, y hay que dejar que desde el silencio de la contemplación de la escena, nos surja en el corazón la respuesta. Este mensaje nos dice, que “tanto ha amado Dios al mundo y a cada uno de nosotros, que nos ha dado a su Hijo”. Este mensaje nos dice por tanto que el amor de Dios es invencible, y que no depende de nosotros, que El toma la iniciativa.
Este mensaje nos dice que nuestros valores están desorientados: que la importancia está en ser inocente y puro como un niño; que todas las riquezas se concentran en la pureza de corazón, en la humildad y en la bondad, y que todo lo demás es completamente superficial. Este mensaje pone al descubierto nuestra desorientación al buscar la felicidad fuera del portal de Belén: hay que buscarla en el gozo del Niño que se nos ha dado, en Jesús, y al que cantan sin cansarse los ángeles, y los hombres debemos acompañar también ese canto sin cansarnos.
Ese mensaje nos dice que Dios está con nosotros, que se ha hecho uno de nosotros y que quiere nacer también dentro de nosotros.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Reflexión sobre el Evangelio de la Natividad de Jesús
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14
Por aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, por el que se debía proceder a un censo en todo el imperio. Éste fue llamado “el primer censo”, siendo Quirino gobernador de Siria.
Todos, pues, empezaron a moverse para ser registrados cada uno en su ciudad natal. José también, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazaret, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, porque era descendiente de David; allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa.
En la región había pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños. Se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de claridad. Y quedaron muy asustados.
Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
De pronto una multitud de seres celestiales aparecieron junto al ángel, y alababan a Dios con estas palabras: «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia.»
Palabra del Señor
Hoy volvemos a celebrar este misterio de la Navidad, en que se manifiesta en su esplendor el amoroso mensaje que Dios tiene para nosotros. Esa escena de Jesús recién nacido, con la Virgen y San José a sus costados, es la presentación increíble de la salvación que Dios empieza a realizar. En este momento se han echado a andar ya los planes de Dios, y no tienen vuelta atrás, ni pausa. Todo se va a ir desencadenando como un torrente de maravillas, de bondad, de luz. Y es que parecería que Dios estaba impaciente por hacer a andar “la segunda creación”. Y ahora que ya ha llegado la plenitud de los tiempos, en que esa hoja del calendario, esperada por todos los siglos precedentes, finalmente ha aparecido, Dios ha empezado a manifestar la alegría que hay en los cielos, y nos ha enviado a un coro de ángeles a que nos digan: “Gloria a Dios en los cielos y Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Es el anuncio de Dios a nosotros: que estemos alegres, porque El nos ama, y su señal de amor es este Niño pequeño que es el Salvador.
Ahora desde este primer momento aparece el nuevo estilo de Dios, si es que se puede hablar así; porque en realidad Dios es siempre el mismo. Pero es evidente también que esta manifestación de Dios en un pesebre, recién nacido y necesitado de que lo cuiden, es algo completamente nuevo.
Al mirarlo ahí con los ojitos cerrados, con sus brazos buscando cariño, el asombro de Dios nos llena el corazón de emoción, de lágrimas, de risas. No sabemos lo que nos pasa, de tanta alegría que tenemos, al ver a Jesús recién nacido para nuestra salvación. Y miramos a nuestro alrededor y vemos una cueva completamente desnuda, abandonada; ha estado abandonada, el suelo está sucio: Jesús ha venido a nuestra tierra y ha escogido este rincón. Al fondo respiran fuertemente dos animales que dan un poco de calor a esa cueva tan fría, en la que brilla la luz de Dios y arde la hoguera de su amor.
¿Qué es esto? Hay que preguntárselo. Dios se ha manifestado, pero realmente en forma incomprensible. No es sólo una escena idílica y tierna, que lo es. Es principalmente un mensaje y un mensaje dirigido a nosotros. Y ojalá fuéramos capaces de leer este mensaje y asimilarlo. Es el principio de la historia de Dios en el mundo hecho hombre. Y es en síntesis su presentación. Dios, hecho hombre, el Hijo del Hombre, va a ser así, en los años en que como hombre viva entre nosotros. Esa es la forma que Dios tiene de hablarnos a nosotros.
¿Y qué dice ese mensaje? Hay que pensarlo mucho tiempo, y hay que dejar que desde el silencio de la contemplación de la escena, nos surja en el corazón la respuesta. Este mensaje nos dice, que “tanto ha amado Dios al mundo y a cada uno de nosotros, que nos ha dado a su Hijo”. Este mensaje nos dice por tanto que el amor de Dios es invencible, y que no depende de nosotros, que El toma la iniciativa.
Este mensaje nos dice que nuestros valores están desorientados: que la importancia está en ser inocente y puro como un niño; que todas las riquezas se concentran en la pureza de corazón, en la humildad y en la bondad, y que todo lo demás es completamente superficial. Este mensaje pone al descubierto nuestra desorientación al buscar la felicidad fuera del portal de Belén: hay que buscarla en el gozo del Niño que se nos ha dado, en Jesús, y al que cantan sin cansarse los ángeles, y los hombres debemos acompañar también ese canto sin cansarnos.
Ese mensaje nos dice que Dios está con nosotros, que se ha hecho uno de nosotros y que quiere nacer también dentro de nosotros.
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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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