P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Lecturas: Miq 5,1-4; S 79,2-3.15-16.18-19; Hb 10,5-10; Lc 1,39-45
Las lecturas del Antiguo Testamento cuya lectura nos ha ofrecido la Iglesia durante este tiempo del Adviento son una selección. En los días entre semana se pueden encontrar otras preciosas, que es bueno que ustedes las conozcan.
La primera lectura de hoy está tomada del profeta Miqueas. Es contemporáneo de Isaías y de Oseas y profetiza a partir de la mitad del siglo 8º a. C. Reprende los pecados de idolatría, injusticia y depravación de su tiempo; pero asegura la promesa de la esperanza mesiánica y de un “resto” que se salvará. En la profecía que escuchamos se alude a Belén, la patria de David, pequeña aldea, como lugar del nacimiento del futuro Mesías, descendiente de David, prometido por el profeta Natán. El origen de este Dominador –hemos escuchado– es “desde antiguo”, “de tiempo inmemorial” es decir eterno. Hasta que llegue, Dios abandonará a su pueblo y espera hasta que “la madre (María) dé a luz y sus hermanos retornen” (por Jesucristo tras su muerte y resurrección). “Con la fuerza del Señor” él los pastoreará y allí será su pastor.
Esta profecía promete a un caserío pequeño, Belén, que será patria del que va a ser enviado para liberar y dar la paz. La predilección por los humildes es una constante en la providencia de Dios.
La carta a los Hebreos parece dirigida a comunidades de judíos convertidos al cristianismo. La religión cristiana estaba mal vista, era perseguida en sitios diversos, no podía tener templos, el culto se tenía en lugares no apropiados, con frecuencia en casas particulares. ¡Qué diferencia con la riqueza del templo de Jerusalén y el esplendor de su culto! El autor de la carta explica a sus lectores que el culto cristiano y su Sumo Sacerdote, Jesús, son más grandiosos. Hemos escuchado una perícopa (fragmento bíblico) que expresa lo esencial de toda ella: Aquellos sacrificios no santificaban ni santifican ni sirven para el perdón de los pecados. Es el sacrificio de Cristo el que nos santifica y nos alcanza el perdón. Y para esto Cristo fue enviado al mundo y se hizo hombre, “tomó la condición de esclavo, siendo Dios” –dice San Pablo (Flp 2,6-8)–. “Cuando Cristo entró en el mundo, dijo (al Padre): Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo (me has hecho hombre). No aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias (no valen). Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Para realizar la obra que el Padre le ha encomendado, librarnos de los pecados, el Verbo se humilló haciéndose hombre y aceptando la suerte de los esclavos, la muerte en la cruz.
Esta misma lección es la del evangelio. María entra en casa de Isabel llenándola de bendiciones. Lo hizo porque creyó y se humilló aceptando del todo la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”.
Como ya lo comentamos, Jesús viene, es enviado, llega a nosotros especialmente en estos días de Navidad. Viene, como en el caso de Isabel y Juan Bautista, por medio de María. ¿Cómo leen los hermanos protestantes el texto de la Biblia? “En cuanto Isabel oyó el saludo de María saltó la criatura en su vientre (Juan Bautista). Se llenó del Espíritu Santo y a voz en grito dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”.
Fue llena Isabel del Espíritu Santo porque reconoció humildemente la dignidad de María muy por encima de la suya. María misma había sido llena de gracia porque con humildad aceptó siempre la voluntad del Señor: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
A la felicitación de Isabel, María respondería con aquel canto exultante himno de la humildad y de los humildes: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… porque ha mirado la humildad de su esclava… porque desbarató a los soberbios, que se creen más que nadie, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los largó vacíos, recordando siempre su misericordia por los siglos de los siglos” (Lc 1,46-55).
Nacerá el Hijo de Dios en un establo, se anunciará a los pastores los primeros, prófugo en Egipto y escondido en Nazaret de la que no ha salido nadie que signifique algo. Jesús estará al alcance de los humildes toda su vida porque es como ellos y así morirá. Con razón dirá: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).
Recordémoslo: Es una constante. Desde el principio son los humildes los primeros a los que Jesús se anuncia. Por eso no debemos huir de las oportunidades que nos ofrece la vida para aceptarnos en el último lugar. Puede ser la deficiencia de una cualidad humana, un fracaso, aun la falta de una virtud o la muestra de un defecto moral. Puede ser el verse sometido a una prepotencia ajena, que no me es posible impedir sin faltar a la caridad. Felicítense entonces. Es muy importante el aceptar la propia realidad y situación humillante, esforzándose en no vivirla como una tragedia sino como una especie de gimnasia espiritual que desarrolla la conciencia tranquila de no ser considerado persona importante ni comparativamente de gran valor. Y son la familia y el trabajo los mejores gimnasios de humildad. Ahí por falta de humildad es donde surgen la mayor parte de conflictos, problemas y desavenencias que nos quitan la alegría y dificultan la caridad. Quien alcance ser humilde vivirá con gran paz del corazón; lo que reciba de Dios o de los hombres, lo tendrá como un favor; tendrá asegurada la alegría. Y Dios le llenará de sus gracias, porque “Él desprecia a los soberbios y a los humildes los llena de sus gracias” (St 4,6), “los últimos serán los primeros” (Lc 13,30) y al que se queda en el último lugar lo lleva al primero (Mc 9,35.).
Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
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