San Juan Berchmans, S.J.


Fiesta: 26 de Noviembre

Es un modelo para los estudiantes que sueñan con un futuro mejor y tratan de cumplir con responsabilidad en la vida. Es el Patrono de la juventud de Bélgica y de los jóvenes de la Compañía de Jesús.



Niñez y juventud



Juan nace en Diest, en Brabante de Flandes, el 13 de marzo de 1599. El pequeño río Demer cruza la antigua ciudad y lame con cansancio las piedras de sus murallas. Las treinta torres y la del reloj son el orgullo de los devotos habitantes. Abundan las iglesias y también los viejos monasterios.



Juan es el hijo primogénito. Después tiene cuatro hermanos. Su padre, Juan Berchmans, es artesano, zapatero y curtidor de cueros. Tiene un taller, "La luna grande", en la calle del Castor. Su madre es Isabel Van den Hove, la hija del burgomaestre Adrián.



La ciudad, con sus pequeñas industrias y comercios, es ahora pobre. Las continuas guerras religiosas la tienen casi en ruinas. Solamente la fe católica permanece sin cambios.



Flandes desde los primeros años del siglo XVI ha sido un dominio de la corona de España. En los tiempos de Juan, cien años después, la parte norte vive en rebelión de independencia y se ha pasado a la Reforma. La parte sur continúa católica, pero se muestra dividida, entre flamencos y walones. Oscila, por mantener la fe, entre la fidelidad a España y su explicable nacionalismo.



Diest, la pequeña ciudad, ha sido saqueada siete veces, en 17 años, por holandeses, españoles, y los hambrientos.




La peste negra



En Diest la peste negra y la muerte se enseñorean en 1603. El burgomaestre Adrián Van de Hove muere el 11 de agosto. Las exequias solemnes y la presencia de todo el pueblo impresionan al pequeño Juan.



Una noche de 1604 los rebeldes protestantes dan la voz de guerra. Ocupan el mercado y el municipio. La campana de la torre toca con desesperación. Las corporaciones corren a las armas y se atrincheran detrás de la iglesia de San Sulpicio y defienden las dos puertas de la ciudad. En la casa de la calle del Castor Isabel Van den Hove y su hijo mayor velan y oran durante toda la noche.



El padre y el abuelo Berchmans están en las defensas.




En la escuela del mercado



A los siete años Juan es enviado por sus padres a la escuela primaria, en la calle del mercado, para aprender a leer y a escribir. Las clases se dan por la mañana desde las seis hasta las siete, y desde las nueve hasta las once; por la tarde de una a tres y de cuatro a seis. Los martes y jueves, en la tarde no hay clases.



Como la escuela est muy cerca de la iglesia de San Sulpicio, Juan la visita y se hace buen amigo del sacristán y los canónigos. Aprende a ayudar la misa y es un acólito importante en las liturgias.



Es buen alumno, dócil y piadoso. No tiene buena salud. Sus rasgos son muy flamencos. Es alto, rubio, de líneas angulosas y ojos azules. Una suave sonrisa lo hace aparecer muy agradable. Profesores y vecinos lo miran con cariño y simpatía.



Al cuidado de la madre enferma



Cuando Juan cumple 10 años, su madre queda paralítica y reducida a una silla de ruedas. Desde entonces Juan empieza a colaborar en todo, desde el cuidado de la madre hasta el de sus cuatro hermanos pequeños. Y lo hace con devoción, alegría y gozo. De su ropa y de sus hermanos se preocupan dos tías religiosas beguinas, María y Catalina Berchmans. Pero el pequeño Juan es, en verdad, el ángel de la enferma.



El padre está agobiado en el trabajo. Se encarga del taller, de los obreros y los clientes. De sobra sabe que debe dar la mejor formación a cada uno de sus hijos.



Se preocupa más cuando es nombrado para sentarse entre los señores del Consejo de la ciudad de Diest. El pequeño Juan debe continuar con los estudios comenzados.




En casa del canónigo Emmerick



Al terminar los estudios primarios, Juan pasa al Colegio para estudiar latín y humanidades.



El regidor Berchmans por una módica suma consigue que el canónigo premostratense Pedro Van Emmerick, párroco de Santa María, lo reciba en su casa y le sirva de tutor.



Con otros tres o cuatro muchachos, Juan ayuda en la iglesia, hace sus deberes escolares y recibe la orientación del sacerdote. Es costumbre, los muchachos que se educan con los eclesiásticos usan el traje talar. Desde el otoño de 1609 el pequeño Juan deja la casa de la calle del Castor.



En 1610 recibe la Primera Comunión. La biblioteca del canónigo es su sitio preferido. Con suavidad se va inclinando al sacerdocio. Una admiración mutua surge entre el muchacho y el premostratense.



Con frecuencia acompaña al párroco en sus viajes a las ciudades vecinas. Los muchachos de la casa lo llaman con el mote "el peregrino". Cuando Juan se distrae dicen: "Nuestro peregrino est otra vez de viaje". ¿Por qué lo apodan así?. ¿Son los viajes con el párroco?. ¿No dijo éste una vez que Juan visita las iglesias como si fuera un peregrino?. ¿O son las distracciones?. En el comedor, mientras comen, se lee en voz alta la Biblia y alguna vida de los santos. Mientras escucha, Juan parece estar absorto y en otro mundo.



En la tranquila casa del canónigo, Juan estudia durante tres años. No queda lejos de la calle del Castor. Una carrera, y est junto a la madre enferma. El padre y los hermanos menores no disimulan el orgullo y la alegría. A veces ayuda al padre en el taller.




Problemas económicos



Poco después, la situación económica familiar se vuelve m s difícil. La salud de la madre empeora y los niños han crecido. El padre del pequeño Juan ha sido nombrado mayordomo en la iglesia de San Sulpicio y debe contribuir a los gastos en el altar de la asociación de curtidores. Por lo tanto no cree estar en condiciones de cancelar el pensionado de Van Emmerick y pagar a Gualterio Van Stiphout los honorarios en la escuela.



Un día el regidor se atreve a decir las palabras que tanto ha pensado y no quisiera pronunciar: "Hijo, no puedo pagarte los estudios. Ya tienes 14 años y podrás ayudarme en el trabajo. "A tu edad yo podía ganarme la vida".



Juan está sentado a la cabecera de su madre. Se estremece. Con los ojos muy abiertos parece no entender lo que le dicen. Después con suavidad y lágrimas contesta: "Papá, puedo vivir a pan y agua, déjame estudiar. Quiero ser sacerdote". La madre también llora y acompaña al hijo en su anhelante súplica.



El padre se conmueve. Ese es su hijo, resuelto, cariñoso y lleno de piedad. No encuentra otro camino que aceptar. Decide entonces buscar medios extraordinarios. Es duro humillarse y pedir, pero por su hijo Juan est dispuesto a todo.



La respuesta la dan las dos tías religiosas beguinas de Diest. Ellas tienen medios suficientes. Con gusto aceptan ayudar a la madre enferma. Se llevan a los hermanos pequeños a su casa, durante el día y los devuelven en las tardes. Además, están seguras, conseguirán para el pequeño Juan un trabajo que le permita continuar con los estudios.




La gran ciudad de Malinas



Las tías beguinas cumplen la promesa. El canónigo Juan Froymont, chantre de la catedral de Malinas, acepta criados jóvenes a los que facilita estudiar en el Seminario. En Malinas ser m s fácil conseguir una beca para la Universidad de Lovaina.



Y así Juan, por primera vez, deja su pueblo de Diest en el mes de septiembre de 1612. En la casa señorial, "El lirio blanco", del canónigo empieza su nueva vida.



Malinas es m s importante que Diest. Es toda una ciudad. En ella vive el arzobispo Matías Van de Hove, primado de los Países Bajos. También el Supremo Tribunal de Justicia conserva allí su sede. Es cierto, ha sufrido por las guerras, pero conserva incólume la fe.



La vida en la casa del canónigo Froymont no es fácil. Hay otros estudiantes y es Juan el encargado de cuidar a tres pequeños holandeses encomendados al canónigo. Son éstos unos niños cuyo padre desea educarlos en la fe católica. Además Juan debe servir a la mesa, lavar los platos, y atender los encargos que le pidan. Juan est acostumbrado al trabajo, en especial al de una casa. Cumple bien y se gana la simpatía de todos. En la Escuela Superior de Malinas asiste a las clases de latín.



En "El lirio blanco", la casa del canónigo, pasa Juan su adolescencia, de los 14 a los 17 años, trabajando y estudiando. El canónigo lo aprecia. Para ‚l, el hijo del curtidor de pieles es todo un caballero.



La mejor prueba de la exquisita personalidad de Juan y su vida espiritual la dan tres de sus compañeros que lo siguen después al Noviciado de los jesuitas. De los tres niños holandeses, los dos varones ingresarán más tarde en la Compañía.



Uno de los pensionistas, luterano, declara en los procesos que, después de Dios, lo que más contribuyó a su vuelta a la verdadera fe, fueron las virtudes de Juan Berchmans.




Los jesuitas de Malinas



La Compañía de Jesús tienen en Malinas un Noviciado desde 1611. En 1615 abren un Colegio.



Los pensionistas del canónigo Froymont se incorporan al Colegio. En la Escuela Superior hay molestias por el cambio. El arzobispo empieza a mirar las cosas con gran preocupación. El canónigo se determina por apoyar a Juan en su decisión. Los padres de Berchmans sólo atienden al principio pecuniario. Juan no va a tener una beca en el Seminario Mayor. Juan Berchmans padre viaja a Malinas y trata de disuadir al hijo. El muchacho sabe hablar con su padre y lo calma. El prefecto del Colegio promete hacer lo posible para conseguir una beca en la Universidad de Lovaina.




En el Colegio de Malinas



Juan ingresa al curso de Retórica, el último de los estudios secundarios. También lo hace su amigo Francisco Boels, su compañero de aposento. Este Francisco es el luterano convertido en la casa del canónigo.



El P. Pascacio Van der Straeten, profesor de Retórica, se admira pronto de su nuevo alumno. El joven sirviente del canónigo Froymont est aventajando a todos y ha pasado a ser el primero de la clase. Es curioso, no se avergüenza de su humilde condición. Es sencillo y es simpático. Los alumnos aristócratas y nobles buscan su amistad.



Su director espiritual es el P. Antonio de Greeff, pero su mejor amigo, el joven jesuita Adriano Coels, en magisterio, quien dirige la Congregación Mariana. Las Congregaciones Marianas (hoy, Comunidades de Vida Cristiana, CVX) han sido fundadas en Roma, en 1563, por un jesuita flamenco y pretenden formar cristianos selectos bajo la protección de la Virgen María.




El discernimiento



En la Congregación Mariana se siente atraído a la Compañía de Jesús. Decide entonces hacer un discernimiento.



La dificultad está en las esperanzas que tiene respecto a ‚l su padre. En Diest el regidor es ahora el presidente del Consejo de los Diez. Su madre est algo mejor. Su hermano Adrián está estudiando. La familia espera mucho en el título y el apoyo del hijo mayor.



Por otra parte Juan admira la posición de los jesuitas respecto a las ideas de la Reforma. Admira al joven Luis Gonzaga, declarado Bienaventurado por la Iglesia. Ha oído hablar del heroísmo de los mártires ingleses. Ha leído las cartas del Bienaventurado Francisco Javier desde las misiones del oriente. Y en la oración siente que Dios lo llama.



Consulta mucho con los Padres Coels y de Greeff. Viene frecuentemente a buscarlos y a desahogarse. La respuesta es siempre la misma: "Tú eres fuerte y robusto, contigo mismo lo debes consultar". Reza y reza. Al fin toma una fuerte decisión.



En agosto de 1616 escribe a sus padres: "El Señor hace ya tres o cuatro meses está llamando a mi puerta de una manera sensible. Yo la he mantenido en cierto modo cerrada. Al fin me he determinado. He hecho voto de servir al Señor en la vida religiosa. Comprendo que a mis padres se les haga muy duro el separarse de su hijo. Tal vez Uds. me dirán, espera a terminar tus estudios de Filosofía. Después de las muchas oraciones que he tenido, s‚ que Dios me llama a la vida religiosa y concretamente a la Compañía de Jesús. Espero que Uds. no se opongan a Jesucristo".




Dificultades.



El padre viaja enseguida a Malinas. Viene decidido. Lo increpa con amargas quejas. Juan es un hijo ingrato. Sus padres no merecen tal castigo. Se han quitado el pan de la boca para que él estudie. No será, mientras ellos vivan.



Juan escucha, y los ojos se llenan con lágrimas. "Papá, no hables así", suplica. El hombre se desarma: ¿Con quién has consultado?. Sin malicia Juan contesta: "Yo me guiado con mi confesor el P. Antonio de Greeff, pero la decisión la he tomado por mí mismo. El Padre no ha hecho otra cosa que presentarme al P. Provincial". Enseguida Berchmans padre dice: "Voy al Colegio".



Allí se encuentra con un sacerdote de 27 años. "Este es el hombre que quiere robarme a mi hijo" se dice a sí mismo, apenas lo ve. Con dolor y vehemencia pronuncia palabras duras: "Padre, ¿qué ha hecho Ud. con mi hijo Juan?. ¿No sabía Ud. que me he cargado de deudas para hacerlo estudiar y que ahora no puedo prescindir de él?. Su deber es ser el sostén de la familia y Ud. me lo roba con ideas descabelladas".



"Perdón, señor Berchmans", contesta el jesuita con gran respeto. "Su hijo ha venido espontáneamente. Yo me limité‚ a cumplir con mi deber. Yo también soy hijo de un artesano zapatero y no sólo el mayor, sino el único hijo. También mi padre se opuso a mi partida. De esto hace siete años. Ahora está contento".



El padre llora. No sabe qué decir. Al P. Prefecto dice con voz dolorida: "Padre, buena beca ha procurado Ud. para mi hijo".


Desolado, el presidente de Diest ordena a Juan presentarse al convento capuchino y discutir con un pariente la descabellada vocación. Juan acepta y defiende con gran valentía su firme decisión. Hasta el arzobispo interviene, pero el muchacho no se deja convencer. Su amigo, el chantre Froymont est de su lado y esto es importante para Juan.



A principios de septiembre sus padres le escriben desde Diest con insistencia para que difiera el ingreso a la Compañía algunos meses. Juan contesta, como siempre cariñoso: "Me alegro mucho al saber de Uds. Gracias. No puedo desobedecer a Dios, por obedecer a Uds. He resuelto partir al noviciado dentro de 15 días. Espero que las oraciones de Uds. me ayuden a perseverar hasta la muerte".



Los padres, angustiados, le suplican viajar a Diest. El canónigo Froymont aconseja a Juan no ir. Juan entonces los invita a venir a Malinas. El canónigo agrega una postdata: "Señor Presidente Berchmans: Le suplico no deje de venir a verme, tan pronto le sea posible."



Ni aun en esta última visita logra Juan convencer a su padre. El pobre hombre llega a decir que es testarudez de su hijo. No va a oponerse, pero tampoco contribuir ni con un céntimo a los gastos.



Juan tremendamente decidido le contesta: "Papá, si la ropa que llevo me lo impidiera, estoy presto a despojarme, también de la camisa, y así entraré en la Compañía". ¿Recuerda acaso la frase de San Francisco de Asís?.




En el noviciado



El 24 de septiembre de 1616, a los 17 años y medio, ingresa al Noviciado de Malinas. El canónigo Froymont y sus compañeros de pensionado lo van a dejar. También están sus amigos los PP. de Greeff y Coels. Es un día muy feliz.



Sus compañeros novicios son casi cien. Cuarenta son de Holanda, otros cuarenta son del sur de los Países Bajos, el resto son ingleses. El maestro es el P. Antonio Sucquet.



En el noviciado, no hace nada extraordinario. Juan cumple sencillamente con los deberes diarios, en la mejor forma posible. "Si no me hago santo cuando soy joven, no lo ser‚ nunca. Seré fiel en las cosas pequeñas. Haré‚ cada cosa como si fuera la última de mi vida".



Las experiencias en la Compañía están señaladas por San Ignacio. Son siempre las mismas. El mes de Ejercicios es un consuelo para Juan. Es confirmación y desafío. La peregrinación y los hospitales son para ‚l muy llevaderos. La instrucción catequética de los niños le recuerda su trabajo con los tres pequeños holandeses de "El lirio blanco".




Una gran pena



Al terminar los Ejercicios le avisan que su madre está muy grave. Las costumbres de la época no permiten a un novicio de primer año dejar el noviciado.



Con profunda pena escribe en su carta: "Querida mamá: Durante ocho años de enfermedad Ud. ha bebido el amargo cáliz de la Pasión de Cristo. Ahora El está a su lado con los brazos abiertos. Yo sé que Ud. dice conmigo: Señor Jesús, he aquí a tu pobre sierva que con María está dispuesta a cumplir tu santísima voluntad. Jesús, ten piedad de mí. María, ampara a mis hijos que he educado con lágrimas en el temor de Dios. Te los entrego, sé para ellos una madre. Querida mamá, tenga mucho ánimo. Déme su bendición. Todos nosotros rogamos a fin de que Dios le conceda lo que más convenga. No me olvide nunca, queridísima mamá ".



El 1 de diciembre le avisan que ha muerto Isabel Van Hove. Juan llora largo rato en la capilla. Después escribe a su padre una carta de consuelo y de gran amor.



El presidente viaja a Malinas. Desea estar con el hijo querido y desahogar la pena. ¡Lo ama tanto!. "Hijo, deja estos lazos religiosos, v‚ a Lovaina. Te espera un brillante porvenir". Juan sufre: "Papá, ¿qué utilidad tiene el amontonar dinero?. Si quieres ser rico, entrégate mejor a Jesús".


Las palabras de Juan surten un efecto extraordinario. El presidente de Diest decide entonces hacer los Ejercicios espirituales y reanudar los antiguos estudios. El 14 de agosto del año siguiente, 1617, recibe la ordenación sacerdotal. Juan asiste conmovido.



En el segundo año de noviciado es nombrado Bedel del noviciado, es decir, coordinador de las actividades comunitarias. El debe encargarse del quehacer de esos cien novicios de Malinas. Coordina el aseo, las actividades de las clases, las reuniones de comunidad y el apostolado por los barrios de la ciudad. En ese tiempo, aprende el francés correctamente.




Amberes



El 25 de septiembre de 1618 hace los votos de pobreza, castidad y de obediencia. Debe empezar la etapa de los estudios.



Y al día siguiente, a pie, sale con sus compañeros hacia Amberes. Es la ciudad de Rubens. Juan goza con el arte y admira los trabajos de la iglesia dedicada a San Ignacio.



Comienzan las clases. Pero el 18 de octubre el Padre Rector le comunica que el P. Mucio Vitelleschi, el general de los jesuitas, ha pedido que dos estudiantes sean destinados al Colegio Romano. Uno ir a filosofía y el otro a teología. El Provincial lo destina, pues, a vivir en Roma.



Cuando se dispone ir a Diest, para despedirse de su padre, no tiene el consuelo de poder hacerlo. En Malinas recibe de los jesuitas la triste nueva de su muerte.



Decide no viajar. Est molesto y resentido, porque nadie de su casa le ha comunicado la noticia. Escribe una carta triste a sus abuelos y tíos, despidiéndose y encargándoles el cuidado de sus hermanos. Má s tarde dos de ellos ser n religiosos, Adriano misionero agustino y Carlos sacerdote en la Compañía de Jesús.



Dos días tristes pasa en su querido noviciado de Malinas. Abraza a su querido amigo Francisco Boels, ahora novicio. Al canónigo Froymont le deja una linda carta, pues no se encuentra en la ciudad.




Roma



El 24 de octubre de 1618, Juan Berchmans y su compadreo Bartolomé Penneman parten hacia Roma. A pie. Sobre la espalda llevan el hatillo de ropa, el bastón de peregrino en la mano. Son 1.500 km. Caminan 30 cada día. Van por París, Lyon, los Alpes y Mil n. La guerra est en Alemania. Se detienen, cuando pueden, en las Casas y Colegios jesuitas.



En la víspera de Navidad llegan en Loreto y a Roma el 31 de diciembre. La última etapa la hacen a caballo. En la capilla de la Storta, donde la Santísima Trinidad promete ayuda a Ignacio, hacen una larga oración.



En el Gesù, el P. Mucio Vitelleschi, general de la Compañía los abraza cariñosamente. La devoción de Juan queda satisfecha en los dos días de permanencia en esa Casa donde un día vivieron Ignacio de Loyola, Luis Gonzaga y Francisco de Borja.




En el Colegio Romano



El 1 de enero, uno de los padres del Gesù dice en el Colegio: "Ayer llegó un flamenco que parece un ángel". Como siempre las noticias corren, y cada cual quiere saber detalles.



Al día siguiente lo conocen y les parece muy simpático. Es un flamenco amable, piadoso y agradable. Juan recibe como aposento el mismo que años atrás ocupó San Luis Gonzaga. La comunidad está formada por unos cien jesuitas de diferentes naciones: españoles, franceses, flamencos y también lituanos.


Las clases de la Universidad son frecuentadas por unos 2.000 alumnos de diversas diócesis y congregaciones religiosas. Allí están los del Colegio Maronita, el Inglés, el Escocés, el Germánico, el Irlandés y el Seminario Romano.



Han llegado con dos meses de atraso. Por lo tanto deben esforzarse y ponerse al día. Para Juan esto no es problema. Se concentra, es ordenado y buen alumno. Estudia siempre en su cuarto de pie, delante de una mesa alta. Su latín es bueno y se siente preparado. Como es simpático, todos desean ayudarlo. Se distingue pronto como un amigo el italiano Luis Oliva quien después ser general de la Compañía.



Los escolares del Colegio Romano están divididos en dos grupos: los "Juniores", es decir los estudiantes de los dos primeros años de Filosofía, y los "Seniores", o sea los del tercer año y los de Teología. Los Juniores viven en el piso superior y los Seniores en el primero. Juan est entre los Juniores y asiste a las clases de Lógica y Metafísica.




La vida espiritual



Juan Berchmans est acostumbrado a la piedad. Ha sido devoto en Diest, Malinas y en Amberes. En Roma crece.



Por la Eucaristía siente un amor muy especial. Todos los días oye misa. Es una norma en la Compañía y él la vive con mucha seriedad. La recepción del sacramento no es diaria, pero ‚l la anhela. Se prepara con gran cuidado y prolonga su acción de gracias. Se desquita con agrado sirviendo las misas de los padres que no tienen ayudantes. Con frecuencia visita el Sacramento. Son unos minutos. Al terminarlas, deja encargados a Estanislao y Luis que siguen en su ausencia.



"La devoción a la Virgen María es un fundamento de mi vida", dice con cariño. La elige como protectora, de su santidad, salud y estudios. "Si yo amo a María, estoy seguro de mi salvación y de mi perseverancia. También puedo obtener de Dios todo lo que deseo y soy casi omnipotente. No descansaré hasta haber conseguido un amor tierno hacia mi Madre".



En 1620 escribe el voto de defender la doctrina de la Inmaculada Concepción. "Yo, Juan Berchmans, hijo indigno de la Compañía, prometo a Vos y a vuestro Hijo, a quien creo presente en este Sacramento de la Eucaristía, defender y propagar siempre vuestra Inmaculada Concepción (si la Iglesia no determina otra cosa). En virtud de lo cual firmo con mi sangre y con el nombre de Jesús, sello de la Compañía. Año 1620. Juan Berchmans. JHS".






El amigo de los santos



Los compañeros le preguntan por qué habla tan cariñosamente de Luis Gonzaga. "Porque es mi hermano" contesta con una sonrisa. Esta frase es característica. En verdad se siente como un hermano menor.



En especial muestra preferencia por los Bienaventurados Ignacio, Francisco Javier, Estanislao y Luis. Son los cuatro jesuitas que est n en los altares. Ignacio es el padre y lo ama profundamente. Más aun desde que lee su Vida en 1620. Francisco Javier es el modelo del apostolado de la Compañía. Estanislao y Luis son sus hermanos muy cercanos. Además Luis es el patrono del Colegio Romano y la renovación de los votos se hace en el día de su fiesta.



Todos hablan en Roma de la próxima canonización de Ignacio y Francisco Javier. Con orgullo escribe al P. Antonio de Greeff: "Yo mismo he oído al P. General declarar en presencia de siete cardenales que entre los milagros del Bienaventurado Francisco Javier se cuentan hasta resurreciones, con muchas pruebas, de manera que es imposible ponerlas en duda".




El buen religioso



Juan es pobre, obediente y casto. Esto lo afirman todos su compañeros y también los superiores. Los procesos jurídicos de su Causa est n llenos de excelentes testimonios.


Los votos son para ‚l una gran potencia liberadora, por la cual el hombre se hace de nuevo, vasallo de Dios y señor de las creaturas. La Compañía a la cual se ha entregado por los votos es para Juan una madre. Estas ideas las repite siempre.



La vida comunitaria es el marco donde él se desarrolla. Juan no tiene dificultades de vivir con otros. Así ha sido siempre. A las normas y costumbres de la Casa se acomoda fácilmente. ¿Es su carácter aprendido en Diest y cultivado en Malinas?. ¿Es su natural simpatía la que permite que lleve todo con tanta tranquilidad de espíritu?.



Es un religioso fácil, obediente, siempre disponible. Así lo atestiguan todos, sin excepción alguna, los que viven con Juan Berchmans. Por cierto, no hace cosas extraordinarias. El no pretende sobresalir. Hace bien lo que le corresponde hacer. Para muchos es un modelo. Él sonríe y quiere pasar inadvertido. Para todos es un santo amable.



Verdaderamente es un milagro que Juan Berchmans con su forma peculiar de santidad, hecha de perfección hasta en las cosas pequeñas, no hubiere ocasionado algún rechazo. Al contrario, los compañeros lo buscan y solicitan por ser natural, libre y lleno de alegría. No debería ser así. A nadie le gusta ver muy cerca los modelos intachables. Y sin embargo esa sonrisa y paz de Juan lo hacen ser buscado.



Su rector en el Colegio Romano, el P. Virgilio Cepari dice: "El atractivo de Juan es ser joven grave sin afectación, alegre sin ligereza. Trata con todos con afabilidad y gracia. Y aunque es serio y grave en su conversación, no es pesado a nadie, sino grato y querido por todos".



Se ha conservado el cuaderno de los apuntes que escribe desde el 22 de septiembre de 1619 hasta el 24 de julio de 1621. Es una joya. Con admiración se siguen sus deseos, sus propósitos, su examen general y el particular.




En el apostolado



Los domingos y festivos da clases de catecismo a los niños del populoso barrio de Trastevere. A veces acompaña al P. Gravita a la prédica en las calles. El Padre rector le encarga la instrucción religiosa de los auxiliares. Además ayuda en la distribución a los pobres de las comidas sobrantes.



No puede hacer m s. Esa es la costumbre. Por lo demás, él sabe que su primera misión es el estudio.



Pero su mejor apostolado, lo dicen todos, es su presencia y compañía. Son muchos los que admiran y se atreven a ser mejores.




El estudiante



En el estudio de las lenguas se esfuerza desde un comienzo. "Me admira, dice un Padre, que hablando tan poco y estando tan retirado, no obstante en poco tiempo haya aprendido a hablar tan bien el italiano y tomado el acento y pronunciación que corresponde. Pocos extranjeros he conocido que, incluso en mayor tiempo, hayan hecho tantos progresos".



Como cree que algún día podré ser capellán en la dura guerra religiosa de Flandes, además de repasar su francés estudia inglés y alemán. Todas esas lenguas hablan los soldados en la patria. Entre sus planes est el vivir un año en el Colegio Inglés y otro en el Germánico. No tenemos referencias de un estudio de la lengua castellana. Tal vez porque en Roma no existe un Colegio jesuita para españoles.



Para Berchmans los tres años de estudios en el Colegio Romano pasan muy deprisa. Al término de la Filosofía, el 8 de julio de 1621, defiende en público todas las tesis de la Escolástica.



El éxito de su defensa determina será señalado como representante del Colegio Romano para argumentar en un acto publico del Colegio de los Griegos. El Prefecto de estudios da como razón que Juan Berchmans es el mejor talento de la casa y los demás Maestros están de acuerdo.



El triunfo de Juan no radica en un esfuerzo puramente "voluntarista". La clave, hay que buscarla en la oración que se le ha hecho casi natural, en la devoción a la Virgen María y especialmente en el amor a la Eucaristía. "Vivo feliz en mi vocación y siento verdadero amor por la Compañía".




La enfermedad



La primera campanada de que algo anda mal en su salud, suena en diciembre de 1620. Empieza a tener fiebres. Puede ser la malaria, tan común en Roma, o una infección intestinal.



El 26 de enero muere el papa Paulo V. Juan est como ausente. M s de alguno atribuye esa ausencia a su virtud. En febrero Juan se excusa de asistir a la coronación del nuevo papa Gregorio XV. De nuevo creen ver un acto de modestia. En mayo de 1621, muere de tuberculosis su amigo y compañero de viaje, el flamenco Bartolomé Penneman. Juan Berchmans llora.



El 31 de julio asiste en la iglesia del Gesù con sus compañeros a la misa solemne y ora un largo rato ante la tumba de su Padre Ignacio. A la vuelta el compañero Bruno Bruni le pregunta: "Bien, ¿qué gracia ha pedido al Padre Ignacio?. Juan contesta: "Morir en la Compañía, sin faltar a las Constituciones".



El 6 de agosto, después del acto en el Colegio Griego, vuelve a casa con fiebre. El P. Rector lo envía a la enfermería. Ocupa el mismo cuarto en que ha muerto Luis Gonzaga. ¿Es una coincidencia?




Los últimos días



Las esperanzas de vida se pierden a los pocos días. El médico descubre una inflamación pulmonar irrecuperable. Juan est sin fuerzas.



El P. Rector Virgilio Cepari no se separa del lecho. Cuando están solos le pregunta: Juan, me parece que su estado de salud ha empeorado. ¿Si nuestro Señor quisiera llevárselo, tiene algo que pueda preocuparlo?. Juan sonríe: "No, Padre. Solamente temo que las buenas relaciones de la provincia flamenca con la romana se deterioren. Es de temer que los superiores cuando sepan que Penneman y yo hemos muerto, no quieran mandar ninguno más a Roma. Pero si Dios me quiere, hágase su santa voluntad. Yo me entrego totalmente, aunque mi deseo es m s bien andar el camino que me queda".



El P. Rector dispone que al día siguiente se le dé el Viático y el Sacramento de los enfermos. Cuando el Hermano enfermero Juan Bautista Ballerati se lo dice con lágrimas en los ojos, Juan sonríe: "Hermano, preparémonos. No me puede dar mejor noticia y alegría". Después le pide el crucifijo de sus votos, el Sumario de las Constituciones de la Compañía y el rosario. Emocionado dice: "Esto es todo lo que tengo. Buen Jesús, no me abandones". El Hermano llora.



Algo después le pide al Hermano que escriba lo que va a dictarle. Lentamente dice: "Pido perdón al Padre General y me arrepiento de haber sido un hijo indigno de la Compañía. Doy gracias a mi madre la Compañía de Jesús por los muchos beneficios que me ha hecho. Agradezco al P. Rector y a mis maestros todos los trabajos tomados por mí. Agradezco al P. Ministro y a mis Hermanos enfermeros su gran amabilidad. Doy gracias a todos los que me han visitado en esta corta enfermedad.



Deseo que el colchón se ponga en el suelo, para comulgar, y que mi comunidad se digne estar presente, ya sea de lejos o de cerca. No pudiendo abrazar a todos, ruego al P. Rector que lo haga otro por mí, conforme a la costumbre de la Compañía. Quisiera morir con la sotana de la Compañía puesta".



El Rector viene a verlo. Juan le pregunta si debe hacer una confesión general. El P. Cepari lo conoce demasiado bien y le responde no ser necesario. Así, solamente se confiesa de las faltas de los últimos días: "Me acuso de haber orado alguna vez con frialdad y con ánimo distraído. Prometo enmendarme. Me acuso también de no haber procurado excitar en mí un ardiente deseo de sufrir por Cristo".



El H. Balleratti entrega el papel dictado por Juan. El Rector lo lee y concede todo.



A la mañana siguiente acuden todos a la enfermería. El P. Cornelio a Làpide pregunta a su joven amigo si tiene alguna cosa que lo angustie. Juan muestra su mano abierta y con rostro alegre le responde: "Nada, Padre, absolutamente nada".



El Rector llega con el Sacramento. Juan está en el suelo, en su colchoneta. Al comulgar se pone de rodillas y dice: "Señor, no soy digno. Creo que estás aquí, Hijo de Dios y de María. Quiero vivir y morir como hijo de la santa madre Iglesia católica, apostólica y romana. Quiero vivir y morir como hijo de María y de la Compañía de Jesús". Con rostro feliz recibe el Viático.



Cuando llega el P. Asistente Teodorico Busao, el P. Cepari le pregunta si desea recibir el Sacramento de los enfermos. "Por supuesto, Padre", es la respuesta. Ninguno es capaz de contestar a la fórmula a duras penas pronunciada. No hace falta. El mismo Juan responde con voz muy clara a las preces litúrgicas.



El Rector se inclina y le pregunta si quiere decir alguna cosa a sus compañeros. Juan le susurra algo al oído. Entonces el Padre repite en voz alta sus palabras. "Si le parece a Ud., diga a los Padres y a todos que la consolación más grande que ahora tengo es ésta: desde que estoy en la Compañía no recuerdo haber cometido deliberadamente ningún pecado venial, ni haber faltado jamás a la obediencia de mis superiores".



El P. Cepari se retira para celebrar la Misa. El P. Piccolomini queda con el enfermo. Juan le dice con cierta picardía: "El Padre Rector está luchando con Dios, como Jacob, por mí". Es verdad. Cuando el rector regresa ‚éste le dice: "Juan, me he quejado un poco al Señor de que se lo lleve tan pronto". En el mismo día dos veces más dice Juan al P. Piccolomini: "El P. Rector me hace la guerra. Tengo miedo que se oponga a la voluntad de Dios". Cuando se lo dicen, el P. Cepari queda sorprendido, porque es verdad.



En la tarde lo visita el P. General. Bromeando le dice: "Hermano Juan, ¿quiere Ud. irse al cielo sin decirme nada?. Muy serio Juan contesta: "No, por cierto. Deseaba muchísimo verlo, para pedirle la bendición, darle las gracias, y especialmente para suplicarle el perdón de todas mis faltas".



Emocionado el P. Vitelleschi responde: "Hijo mío, no tengo nada que perdonar, pero la bendición te la doy con todo el corazón". Toma agua bendita y hace una cruz en la frente de Juan.



Junto a su cama está también su amigo y compañero de tres años Luis Oliva, el futuro General. Juntos rezan la oración que saben ambos de memoria: "María no me abandones. Tú no me has dejado nunca. Soy tu hijo. Tú sabes que lo he jurado". Luis Oliva dice: "No dudes, Juan. La Virgen, madre de misericordia, no abandona a nadie". Juan protesta: "Pero si yo no he dudado jamás, y no dudo ahora". Su voz tiene un tono extraño de descontento, como si alguien pueda poner en juicio su fidelidad a María.




La muerte



En la tarde del 11, el calor de agosto es sofocante. Juan est tranquilo y ora.



El P. Juan Gaudt le humedece las muñecas con vino de Belverede. "Mi enfermedad, cuesta mucho, sin duda", afirma Juan con ansiedad. "En Flandes podría ser, responde el buen flamenco, pero aquí en Roma este vino es muy barato". De inmediato Juan responde: "Si es así, no lo escatime, por favor".



Esa noche nadie quiere irse a dormir. El Rector los obliga a obedecer. Juan est verdaderamente mal. Con voz dolorida pregunta al enfermero. Le contesta que ya no queda nada por hacer. Entonces dice una broma: "Luego, ¿hemos llegado a la bancarrota?”.



El P Gaudt le pregunta si quiere que le lean algo de la Pasión de Cristo o la narración de la muerte de Luis Gonzaga. Con sorpresa de todos Juan escoge lo segundo. Cuando oye que Luis en su última enfermedad no dio muestra alguna de impaciencia, dice al crucifijo: "Señor, si en esto he faltado, perdóname". Después le leen que Luis, antes de morir entonó el Te Deum. Juan pide imitarlo y todos recitan el himno de acción de gracias.



De nuevo pide el crucifijo, el Sumario de las Constituciones y el rosario. Como le entregan un Sumario que no tiene las reglas de los estudiantes, pide otro. Y con alegría dice: "Estas tres cosas son mi tesoro y con ellas muero alegremente".



Hace un calor sofocante. Amanece de nuevo. Cuando despierta el enfermo, lo primero que dice es: "El P. Rector hace todo lo que puede para obtener del Señor que me deje vivir para mi Provincia, pero creo que no va a ser oído". Cuando entra el Rector le cuenta que está rezando por él.



El día 12 está algo más tranquilo. El P. Rector admite visitas. Vienen personas importantes. Es curioso, porque Juan es poco conocido en Roma. Un caballero noble es admitido. El P. Cepari le pregunta: ¿Conoce a este señor?. Juan con seguridad responde: "Por supuesto. Es el señor Jerónimo Martelli, bienhechor insigne de la Compañía. Si salgo con vida tendré que rezar los tres rosarios que le debemos por la fundación del Colegio de Spoleto, pero si muero, me acordaré de él en el cielo".



Hacia las tres de la tarde viene un estudiante de retórica, Francisco Gavotti, que desea entrar en el Noviciado. "Oh, qué contento estoy con mi nuevo Hermano", le dice riendo. Después le toma la mano y dice al P. Cepari: "Padre, éste será mi reemplazante". Durante el resto del día entran y salen las visitas. Recibe encargos y él los da también con entusiasmo.



El día 13, poco antes de las siete de la mañana está presente la comunidad. Antes de rezar las letanías de los santos, Juan pide que agreguen los nombres de los bienaventurados Ignacio, Francisco Javier, Estanislao y Luis. También pide que se nombren al P. Francisco de Borja, al P. José Anchieta y al H. Alonso Rodríguez. Después recita la fórmula de los Votos en la Compañía. No se aparta de su crucifijo, del Sumario y el rosario.



Muere a las ocho y media de la mañana, cuando suena la campana para el inicio de las clases. Es el día 13 de agosto de 1621. Juan tiene de edad 22 años y cinco meses.




La glorificación



Los dos mil alumnos del Colegio Romano ese viernes, apenas han entrado a clases. Con pena oyen el doblar de las campanas por la muerte de Berchmans. La consternación es grande. Los profesores interrumpen las lecciones para hablar de él.



En la tarde el desfile en la Iglesia es interminable. El oficio de Vísperas no puede terminarse en paz. Algunos fieles arrancan trozos de la urna, hasta las flores. Todos quieren un recuerdo. Se lo entierra en la capilla del beato Luis Gonzaga.



Al día siguiente, fiesta de la Asunción, m s de cuatro mil personas visitan la tumba.



En 1622 se inician los procesos de beatificación; primero en Roma, después, al año siguiente en Amberes. En 1625 el P. Virgilio Cepari es nombrado Postulador de su causa.



Los decretos del papa Urbano VIII, que impiden empezar hasta después de 50 años de la muerte, detienen el proceso. Se debe empezar de nuevo. La supresión de la Compañía en 1773 paraliza definitivamente esta hermosa causa.



Pío IX lo beatifica en 1865. El mismo pontífice lo canoniza el 15 de enero de 1888, conjuntamente con San Alonso Rodríguez, San Pedro Claver y los siete fundadores de los Siervos de María.



Al declararlo santo, el Papa dice: "En el joven Juan Berchmans canonizamos a las Constituciones de la Compañía de Jesús".


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Tomado de:
http://www.cpalsj.org/
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