Discurso del Papa Juan Pablo II
a los Secretarios Nacionales del Apostolado de la Oración (A.O).
Roma, 13 de abril de 1985
1. Saludos
¡Queridos hermanos en Cristo!
El Congreso Mundial de los Secretarios Nacionales del Apostolado de la Oración me ofrece la grata ocasión de saludar a los que habéis venido a Roma desde los cinco continentes y, en particular, al Rvdmo. P. Peter Hans Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía de Jesús y Director General del Apostolado de la Oración, a quien agradezco sinceramente esta iniciativa.
2. Los Fundamentos Bíblicos Teológicos del A.O.
En este Congreso os proponéis estudiar cómo va esta Obra que, desde hace más de un siglo, ha venido prestando grandes servicios a la pastoral de la Iglesia, como instrumento particularmente apto y eficaz.
El Apostolado de la Oración –que conozco y aprecio desde hace muchos años– quiere hacer resaltar el valor apostólico de la oración en la Iglesia; ese valor se funda en la exhortación de San Pablo, que recomendaba orar por todos los hombres: “eso es bueno y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador” (1 Tim 2,3), y sobre la eficacia de la oración hecha en nombre de Jesús (Jn 16,23s), en común (Mt 18, 19s), junto con la Virgen María (Hch 1,14).
Al inculcar la espiritualidad del “ofrecimiento” en unión con la oblación de Cristo en la Santa Misa, el Apostolado de la Oración sigue las huellas de la enseñanza del Concilio, que ha presentado el Sacrificio Eucarístico como fuente, centro y cumbre de toda la vida cristiana (Cf. LG 11; PO 5; AG 9), y pone en su justo valor la “plegaria de los fieles” que la Iglesia ha introducido de nuevo en la celebración eucarística y en la Liturgia de las Horas (Cf. SC 53)
3. El Corazón de Jesús en el A.O.
El Apostolado de la Oración se ha distinguido siempre por su empeño en difundir la devoción y la espiritualidad del Corazón del redentor. En esto ha seguido las enseñanzas y las exhortaciones de mis venerados predecesores, tales como León XIII, que en la Encíclica “Annum Sacrum” (25 de mayo 1899) establecía la consagración de todo el género humano al Sagrado Corazón; Pío XI, que en la Encíclica “Miserentissimus Redemptor” (8 de mayo 1928) inculcaba la consagración al Corazón de Jesús y el deber de la reparación; Pío XII, que en la Encíclica “Haurietis Aquas” (15 de mayo 1956) escribiría. “El Corazón de Cristo es el corazón de una Persona divina, es decir del Verbo encarnado y, por tanto, representa y casi pone ante los ojos todo el amor que Él ha tenido y tiene aún por nosotros. Precisamente por esta razón el culto del Corazón sacratísimo de Jesús ha de tenerse en tal estima que se considere la profesión más completa de la fe cristiana (…) Por tanto, es fácil concluir que en su esencia el culto del Corazón sacratísimo de Jesús es el culto al amor con que Dios nos ha amado por medio de Jesús, y es a la vez la práctica de nuestro amor hacia Dios y hacia los demás” (AAS 48, 344s)
Deseo recordar también a mi gran predecesor Pablo VI, que en la Carta Apostólica “Investigabiles divitias” insistía en el puesto central que tiene la devoción al Corazón de Jesús: “Y pues el sacrosanto Concilio Ecuménico recomienda vivamente los ejercicios de piedad del pueblo cristiano (…) sobre todo cuando se hacen por voluntad de la Sede Apostólica, esta forma de devoción parece que ha de ser inculcada más que cualquier otra. De hecho (…) es un culto que consiste esencialmente en la adoración y reparación que debe darse a Cristo el Señor, y se funda principalmente en el augusto misterio de la Eucaristía, del cual – como de las demás acciones litúrgicas – brota la santificación de los hombres y la glorificación de Dios, en Cristo, hacia la cual convergen, como hacia su fin, todas las actividades de la Iglesia” (AAS 57, 1965, 300s)
Por tanto, seguid haciéndoos evangelizadores de Aquel que es rico en misericordia, porque “la Iglesia parece profesar y venerar de modo particular la misericordia de Dios dirigiéndose al Corazón de Cristo” (Dives in mis. 13)
4. La Compañía de Jesús y el A.O.
Deseo hoy expresaros mi sincero aprecio por el esfuerzo realizado por la Compañía de Jesús en todo el mundo para difundir y mantener vivo en todos los fieles el “espíritu de la Redención”, ese fuego sagrado que debe incendiar los corazones de los cristiano. Hay que atribuir al Apostolado de la Oración en gran parte la vitalidad del espíritu de ofrecimiento, de inmolación de la vida cristiana, la conciencia de colaborar a la obra de la Redención, como también el vigor de la espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús, la consagración de las familias, de las ciudades, de las naciones, al Corazón de Cristo. Las diversas ediciones del Corazón de Jesús”, órgano del Apostolado de la Oración, han sido y son grandes y preciosos instrumentos para la difusión en todas las lenguas de la espiritualidad de “consagración” y de “reparación” esenciales para vivir auténticamente el misterio del Corazón de Cristo.
Este Congreso de los Secretarios Nacionales del Apostolado de la Oración se desarrolla en un momento lleno de significado para la vida de la Iglesia, a los veinte años del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Desde el comienzo de mi servicio pontificio invité a los fieles a adherirse totalmente a Cristo, Redentor del hombre y del mundo (Enc. “Redemptor hominis”); a saber vivir el mensaje de amor misericordioso de Dios para con la humanidad pecadora (Enc. “Dives in misericordia”); con ese espíritu deseé que se celebrase el Año Santo extraordinario de la Redención, presentando a Cristo crucificado como respuesta definitiva al misterio de nuestro dolor humano (Carta Apost. “Salvifici doloris”) para conseguir los frutos de la Redención y colaborar a la obra de la redención misma.
El Apostolado de la Oración puede aportar una cooperación válida y concreta para difundir en todos los niveles la grande y consoladora afirmación: que todo cristiano puede estar íntimamente unido a Cristo Redentor, mediante el ofrecimiento de su propia vida al Corazón de Cristo.
No dudo que la Compañía de Jesús continuará poniendo sus posibilidades, sus talentos, su organización y su obediencia al servicio de tan altísimo fin espiritual. Confío hoy de nuevo este encargo al celo apostólico del Prepósito General, recomendándole buscar, en la fidelidad al espíritu de la Asociación, los caminos más eficaces, según las exigencias del momento actual, para difundir entre todos los fieles esta conciencia de colaborar con Cristo Redentor, mediante el ofrecimiento de la propia vida unida a, y vivida con, el Corazón de Cristo como consagración total a su amor y en reparación de los pecados del mundo, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima, ese corazón “que se encuentra espiritualmente con el corazón del Hijo abierto por la lanza del soldado”, ese corazón que “ha sido abierto por el mismo amor a los hombres y al mundo, ofreciéndose a sí mismo por ellos en la cruz, hasta aquel golpe de la lanza del soldado” (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V. 2, 1982, 1573-1582)
5. Recomendaciones para el futuro del A.O.
Promover y vivificar ese espíritu esencial ha de constituir la razón de ser de toda la organización, estructura y actividad del Apostolado de la Oración en este tiempo. Debe dedicarse una atención especial a los niños y a los jóvenes, que constituyen el “Movimiento Eucarístico Juvenil”, versión actual de la clásica “Cruzada Eucarística”; como también a los enfermos, que, por su disponibilidad para unirse a la pasión de Cristo (Cf. Salvifici doloris 23-27) son elementos básicos y privilegiados de la asociación.
Debéis esforzaros, además, por formar cristianos moldeados por la Eucaristía, que da la fuerza para comprometerse generosamente a abrazar todas las dimensiones de la propia vida con espíritu de servicio a los hermanos, como el Cuerpo de Cristo ofrecido y su sangre derramada (Cf. Lc. 22, 19s)
En esta línea, seguid recomendando y difundiendo, con interés siempre creciente y renovado, la práctica piadosa de los “Primeros Viernes”: reconciliado con Dios, con la Iglesia y con los hermanos mediante el sacramento de la Penitencia, el fiel se une al Corazón de Jesús al alimentarse de la Eucaristía, y participa de su actitud de ofrecimiento y de reparación.
Os sentís vinculados de modo particular al Vicario de Cristo, y por eso rezáis por él todos los días, como lo hacía la Iglesia Madre de Jerusalén por Pedro (Hch. 12,4); y deseáis profundizar y dar a conocer a los miembros de la Asociación los problemas concretos que preocupan a la Iglesia universal, en particular los que se refieren a las Misiones, a fin de convertirlos en objeto de una atenta reflexión que inspire al Pueblo de Dios una oración consciente y responsable. La oración que vosotros promovéis no consiste sólo en recitar una fórmula, sino que debe brotar del corazón del fiel en la conciencia de su propia situación de criatura, pero también de hijo adoptivo de Dios, e igualmente de la conciencia de su propia participación en la misión sacerdotal, profética y regia de Cristo en virtud de su unión con Él (Cf. LG 30.38). Que los que se inscriban en vuestra Asociación sean conscientes, al mismo tiempo, del valor santificador y apostólico de su trabajo cotidiano, entendido como colaboración a la obra de Dios, Creador y Redentor (“Laborem exercens” 25-27) y de sus sufrimientos, con los cuales están llamados a completar en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1,24; “Salvifici doloris”24)
Os exhorto, por tanto, a insistir, con interés siempre creciente, en la formación continua, espiritual, doctrinal y catequética, de los miembros de vuestra Asociación, como recomiendan vuestros Estatutos (III, 1); una formación que esté sólidamente fundada en la Palabra de Dios, que sea fiel a las enseñanzas de la Iglesia y en sintonía con las directivas del Concilio (AA 22-32), que comunique a vuestros socios no sólo el conocimiento, sino el sentido del amor siempre vivo de Cristo Redentor a todos los hombres y el significado de la vocación apostólica que ellos tienen y de la solidaridad universal.
Para estos fines espirituales no dudo que pondréis al servicio de las Iglesias locales y particulares todos los instrumentos de comunicación social que podáis usar, para transmitir a todos los hombres la experiencia de una auténtica oración, acomodada a las diversas culturas y encarnada en sus situaciones históricas; en particular, la oración de las familias, que yo mismo he recomendado tantas veces (Cf. “Familiaris consortio” 59-62)
De ese modo se convertirá en realidad el deseo de Pío XII, según el cual, “el Apostolado de la Oración… se une de tal modo a las otras Asociaciones piadosas que las impregna, como si fuera aire puro y sano con el que la vida sobrenatural y la actividad apostólica se renuevan y se refuerzan siempre y en todas partes” (Discurso al Congreso Internacional del A.O., 27 de septiembre de 1956: AAS 48, 1956, 67s)
6. Exhortación final y súplica a María
Con tales deseos pongo esta Piadosa Asociación universal en vuestras manos, como un tesoro precioso del corazón del Papa y del Corazón de Cristo. Emplead todos vuestros talentos y todos vuestros esfuerzos en el cumplimiento de esta misión que yo os confío hoy.
Que la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, os acompañe en estos días de Cenáculo y después en vuestro ministerio por el mundo, mientras invoco su materna intercesión para los trabajos del Congreso e imparto la Bendición apostólica sobre vosotros aquí presentes, sobre vuestros colaboradores y sobre todos los miembros del Apostolado de la Oración.
Que la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, os acompañe en estos días de Cenáculo y después en vuestro ministerio por el mundo, mientras invoco su materna intercesión para los trabajos del Congreso e imparto la Bendición apostólica sobre vosotros aquí presentes, sobre vuestros colaboradores y sobre todos los miembros del Apostolado de la Oración.
Juan Pablo II habló en Lima
Al Apostolado de la Oración con estas palabras:
“Finalmente por la estrecha vinculación que tiene con el Papa y por la profunda raigambre en vuestro pueblo, quiero alentar a producir nuevos frutos eclesiales a los miembros del Apostolado de la Oración, que unen sus plegarias a las mías como Pastor de la Iglesia Universal” (Homilía en Lima, 1.2.85)
A las familia católicas con estas otras:
“Para poder ser fieles a ese programa exigente, que no falte en vuestros hogares la oración familiar según vuestras mejores tradiciones; la piedad hogareña hacia la Virgen María, tan arraigada entre vosotros; la devoción y consagración de la familia al Corazón de Jesús, tan amadas por el pueblo peruano.
A este propósito quiero alentar y bendecir a todas las familias que han entronizado en sus hogares la imagen del Corazón de Jesús, como signo de fidelidad a Cristo y como preparación a la venida del Papa” (Homilía en Lima, 3.2.85)
“Finalmente por la estrecha vinculación que tiene con el Papa y por la profunda raigambre en vuestro pueblo, quiero alentar a producir nuevos frutos eclesiales a los miembros del Apostolado de la Oración, que unen sus plegarias a las mías como Pastor de la Iglesia Universal” (Homilía en Lima, 1.2.85)
A las familia católicas con estas otras:
“Para poder ser fieles a ese programa exigente, que no falte en vuestros hogares la oración familiar según vuestras mejores tradiciones; la piedad hogareña hacia la Virgen María, tan arraigada entre vosotros; la devoción y consagración de la familia al Corazón de Jesús, tan amadas por el pueblo peruano.
A este propósito quiero alentar y bendecir a todas las familias que han entronizado en sus hogares la imagen del Corazón de Jesús, como signo de fidelidad a Cristo y como preparación a la venida del Papa” (Homilía en Lima, 3.2.85)
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Agradecemos al P. Antonio González Callizo, S.J. por compartir este artículo que nos hace llegar.
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