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P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†
Lecturas: Jer 33,14-16; S 24; 1Ts 3,12-4,2; Lc 21,25-28.34-36
El adviento, que hoy empieza, dura entre tres y cuatro semanas. “Adviento” deriva de una palabra latina que significa “venida”, llegada. Quien llega –lo sabemos– es Jesús. Va a llegar en la Navidad, una de las fiestas más importantes para nosotros los cristianos. No es papá Noel ¡por favor!, no son los regalos, ni los panteones. Hay que cuidar de no estropear la Navidad.
La Iglesia, como cualquier grupo humano, tiene sus modos de expresarse y actuar con la liturgia, principalmente de la misa y los sacramentos. En la liturgia expresa su fe, sus valores, su alma. La corona de adviento y la luz que se va añadiendo semana a semana expresa que el Señor, luz del mundo, se va acercando.
Para las fiestas importantes, como ésta y la de Pascua de Resurrección, nos preparamos con tiempos largos de oración y penitencia: el adviento y la cuaresma. El color morado de los ornamentos de la misa nos lo están recordando. El canto triunfal y gozoso del Gloria no resuena durante estos días hasta que llega la misma noche de la Natividad. En la oración colecta de la misa, que expresa la gracia particular que pide la Iglesia para cada día, hoy hemos pedido que: “al comenzar el adviento, Dios nos avive el deseo de salir al encuentro de Cristo acompañados de buenas obras”. A esto viene a reducirse el fin del esfuerzo religioso de estos días. Hoy comenzamos. El mismo Jesús se tomó cuarenta días de oración y ayuno antes de comenzar su misión. El Señor va a llegar en la Navidad con su gracia, su luz, su fuerza, que entran y actúan desde dentro de nosotros. Durante estas semanas del adviento insistamos en la oración y en el sacrificio, aceptando con paciencia las molestias de la vida cotidiana y otros posibles sacrificios.
Esto es lo que quiere decir el “estén siempre vigilantes y oren en todo tiempo”. En el prefacio de las misas de estos días haremos mención de dos venidas de Cristo. La primera ha sido “en la humildad de nuestra carne” con su nacimiento, sus milagros y palabras, su pasión, muerte y resurrección. Con ella “nos abrió el camino de la salvación”. La segunda será cuando al final de los siglos “venga de nuevo en la majestad de su gloria”, la del Hijo del hombre, a juzgar a todos los hombres según sus obras. El evangelio nos habla también de estas dos venidas. Es el paralelo del texto de San Marcos que leímos y estudiamos hace dos semanas. San Lucas, buen escritor, bastante mejor que San Marcos, distingue bien lo que en la profecía de Jesús se refiere a la ruina de Jerusalén y el templo y lo que dice sobre el fin del mundo. La perícopa de hoy (recuerden que así se llama a los fragmentos de la Biblia) es la del fin del mundo. Desde luego va a ser un momento terrible. Sin embargo para los elegidos –es decir los que han aceptado por la fe la elección de Dios– es el momento de la “liberación”. Por eso habrán de reaccionar contra el miedo: “Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza, porque se acerca su liberación”. Y para eso hay que estar atentos, preparados, “despiertos”, vigilantes. “pidiendo”, en oración, porque “ese día caerá de improviso”, “como una trampa”.
Estas advertencias de Jesús se refieren al tiempo en que estamos: tras la destrucción del templo y antes del fin del mundo. También estaba muy anunciada la primera venida, la que vamos a conmemorar en Navidad. La lectura de Jeremías, que escuchamos, es una prueba clara: “En aquellos días haré brotar para David un legítimo descendiente”. Sin embargo la mayoría del pueblo judío no se dio cuenta. Al fin del mundo volverá a suceder parecido. ¿Por qué? Porque no se vigila, porque no se ora.
Pero sucede además que hay otras venidas de Cristo muy normales en la vida de la Iglesia. La fe es un don de Dios que se recibe. Es una acogida a Dios en mi corazón. Como es normal entre las personas, la acogida se hace por el amor. Pero eso no es posible sin haberse encontrado. Y el encuentro con Dios no nos es posible si primero Él no nos sale al encuentro, Él tiene que adelantarse y venir donde nosotros. Nadie tiene derecho ni menos potencia física para plantar a Dios delante de uno mismo. Nadie puede llegarse a Dios cuando le da la gana. Por eso es una gracia.
Dios quiere que todos se salven y, como sin la gracia sería imposible, Dios se la da a todos en alguno o algunos momentos de su vida; pero no sabemos cuándo. Por eso es necesario vigilar. Y por eso es tan necesario orar. Un deportista, un militar practica los debidos ejercicios cada día para estar en forma. Cada uno de nosotros debemos estar siempre en forma y muy atentos para cuando Dios nos salga al encuentro.
Los cristianos tesalonicenses esperaban el fin del mundo enseguida. Y concluían que no había que preocuparse por nada ni siquiera trabajar. Tampoco es lo correcto. San Pablo les dirá con rudeza que “el que no trabaje, que no coma” (2Tes 3,10). En la perícopa de hoy les dice que se esfuercen en practicar el amor con todos cada día más, en ser santos e irreprochables, en agradar a Dios. Y “sigan adelante”; esta traducción de la palabra griega del texto es muy pobre. Lo que quiere decir Pablo es que se esfuercen en ser cada vez mejores, en aumentar las virtudes y en llenarse más hasta rebosar, hasta “superabundar” –es la palabra que mejor traduce el pensamiento de Pablo– de dones del Espíritu.
La Iglesia es un cuerpo vivo. Todos sus miembros viven con la vida de Cristo, recibida en el bautismo y recuperada, si la perdieron, en el sacramento de la penitencia. Esa vida tiende a reproducir en todos los miembros a Cristo. En el curso de la vida de la Iglesia Cristo, cabeza de ese cuerpo y fuente origen de ella, suscita desarrollos y enriquecimientos. El concilio Vaticano II fue un momento muy intenso. El proceso continúa. Ahora mismo es fácil de constatar acción especial del Espíritu en los últimos acontecimientos del acercamiento de los anglicanos.
Momentos de gracia especial los suscita el curso del año litúrgico. En cada tiempo el Señor reaviva y suscita gracias especiales para que un aspecto del misterio de Cristo se viva e interiorice más en el conjunto de la Iglesia y en cada uno de los fieles. Cada fiel, cuanto con más fervor se abra al influjo de esta gracia general, crecerá él mismo en las virtudes y en los dones del Espíritu.
Hay actualmente un cierto enfriamiento de la fe, que se ha extendido como una especie de nube o de epidemia, si quieren llamarla así. Quitan a Dios, a Cristo y a la fe la importancia decisiva que tienen para que la vida del hombre tenga sentido. La consecuencia en el orden moral es el utilitarismo social: El mundo, la historia marchan sin Dios. Si Dios existe, no está en el mundo. Y en el mundo el hombre es libre y puede hacer lo que quiera con tal de que no viole los derechos de los demás. Esta visión de las cosas es, por desgracia, mayoritaria en los medios de comunicación social.
Sin embargo la historia humana, la real, la que ha pasado y la que está sucediendo ahora, nos dice que esta visión del mundo y del hombre es falsa. Dios ha venido, Dios se ha comunicado con el hombre y ha actuado a lo largo de la historia por medio de Abrahán, Moisés, los profetas y por fin por su Hijo Jesucristo, por el cual continúa actuando para que, conociendo la verdad, se arrepienta de sus pecados y se salve. Sólo el que crea y obre en consecuencia se salvará, pero el que no crea se condenará. Estate atento que Dios te va a sorprender, porque sorprende siempre.
Estas semanas del adviento, esta Navidad son un gran momento para la sorpresa de la gracia. La estrella de Dios vuelve a brillar en nuestro firmamento, los ángeles otra vez lo anunciarán a los creyentes, el Espíritu sacudirá nuestros corazones. Nadie lo dejemos pasar de largo. Estemos bien despiertos, liberémonos de la ambición del dinero, que no se nos embote la mente, combatamos nuestros defectos, oremos, estudiemos y gustemos de la palabra, purifiquemos el alma y el cuerpo con la mortificación, obremos el bien. Entonces sobreabundaremos de alegría profunda porque un niño nos ha nacido y es señal de que estamos liberados.
Por eso en el salmo responsorial hemos pedido al Señor que “nos enseñe sus caminos”, y en la segunda lectura hemos visto que San Pablo a los cristianos, hace poco convertidos, les pide que “crezcan y progresen en el amor mutuo y para con todos” y que “sigan adelante”. Con especial intensidad y amor en este adviento tratemos día tras día de abrir el alma a Jesús: “Estoy a la puerta y llamo. Si alguno me escucha y me abre, entraré y cenaré con él y él conmigo (Ap 3,20)”. Estamos invitados a celebrar este encuentro de Dios con la humanidad. La Escritura habla de él como de una boda. No nos excusemos con que no tenemos tiempo. Que no suceda aquello: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Que la Virgen María nos guíe. Que cada paso, cada obra, cada oración, cada respiración y palpitar del corazón en este adviento nos prepare para abrir la puerta a nuestro Dios.
Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita†
Director fundador del blog
1 comment:
Escuchar el significado del adviento, tener presente la profundidad en importancia de tal hecho, incomprendido en su momento, valorado hoy, por los que luego de la resurrección creyeron y fueron mas, y misioneros, resalta cada etapa de la llegada de Jesús, que se muestra rico en expresiones,a pesar los pocos detalles de su llegada, reconstruida tiempo después. Esto dice mucho de lo ciegos que somos de la importancia de los hechos en su momento, no poseemos ese don para valorarlo, aunque si lo hizo Herodes en su momento pero del lado mas negativo. Por ellos siempre se necesita de personas que nos sensibilicen de los acontecimientos de ahora. Como siempre persistiremos de manera constante en nuestra preparación, atentos siempre atentos.
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