Viene el que puede más a librarnos
P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Así comienza San Marcos su evangelio. Es el evangelio que con parte del de San Juan toca leer este año. Ya saben que la Iglesia introdujo algunas variaciones litúrgicas tras el Concilio Vaticano II. Una fue la de las lecturas, de modo que así aumentase el conocimiento de la Biblia. Ya no son las mismas cada año sino cada tres años.
Del autor y origen del evangelio de San Marcos tenemos algunos datos. Marcos no fue de los doce apóstoles; aparece en los Hechos de los Apóstoles como sobrino de Bernabé, un magnífico discípulo, de los primeros convertidos, que trajo a San Pablo a Antioquia y que fue seleccionado con él por el Espíritu Santo para evangelizar tierras paganas (Hch 4,36-37;11,25-26;13,1-3). Marcos era sobrino de Bernabé y les acompañó, pero tras la etapa de Chipre se volvió a Antioquia. Por eso Pablo no lo quiso, pese a sus deseos y los de Bernabé; se separaron; Pablo marchó hacia las comunidades de Asia continental fundadas en su viaje anterior y Bernabé con Marcos marchó a la isla de Chipre, también evangelizada en el primer viaje. Marcos vivía en Jerusalén. En su casa, que debía ser grande, se reunía una comunidad cristiana. Cuando Pedro es liberado de la cárcel por el ángel del Señor, va a la casa de la madre de Marcos. Marcos es nombrado luego en cartas de San Pedro, que le llama “su hijo” y por dos veces en las de Pablo, que le ha perdonado y le alaba cálidamente. San Ireneo transmite la noticia de que Marcos estaba en Roma con San Pedro, del que venía a ser como su secretario. La comunidad pidió a Marcos que pusiera por escrito las catequesis que daba Pedro en Roma y así lo hizo. De esta forma se escribió el evangelio según San Marcos.
“Comienza el Evangelio”. La palabra evangelio tiene aquí el sentido de “buena nueva”. Lo que los apóstoles anunciaban era antes que nada una magnífica noticia. Su centro no eran obligaciones morales difíciles, casi imposibles de cumplir. Los que piensan de la fe cristiana de esta manera, no han entendido nada. El Evangelio es una noticia magnífica porque es la noticia de cómo los hombres hemos sido liberados del pecado por Jesucristo y podemos participar de la misma liberación y llegar a ser hijos de Dios y gozar de su felicidad por toda la eternidad.
Es el “el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Esta denominación de Hijo de Dios, referida a Jesucristo, hay que entenderla en todo su contenido dogmático que tiene en la comunidad y fe cristiana. Porque Jesucristo es “el Hijo de Dios”. Así se le llama, sin ninguna exageración, porque lo es. Y lo es en el sentido de la fe cristiana: que no es creado, que es el Hijo natural de Dios Padre; que preexiste desde la eternidad, porque es Dios con el Padre. Esta es una de las muchas veces que la Escritura expresa la fe cristiana en la divinidad de Cristo. Es interesante que Ustedes caigan en la cuenta. El misterio de la Trinidad, la realidad de la existencia del Padre, Hijo y Espíritu Santo partícipes de una misma divinidad, siendo diferentes en cuanto Padre, Hijo y Espíritu, es un dato revelado.
Tras este título así prosigue: “Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos»”. No hay explicaciones previas. Habla Pedro, el rudo pescador, sin formación literaria ninguna, que va al grano directamente, porque no sabe dar introducciones.
La cita de Isaías está dirigida a sus contemporáneos hace más de 500 años, desterrados en Babilonia durante 70 años a causa de sus idolatrías. Dios los castigó, como siempre hace, para moverles a la conversión. El profeta no es el mismo Isaías, que ha vivido más de 200 años antes y, naturalmente, ya murió. Pero aquel Isaías creó escuela; de ella y con su estilo inspira Dios a este profeta de nombre desconocido para despertar y mantener la esperanza de los desterrados: La vuelta de los desterrados a su patria de Palestina está cercana. De hecho así sucedió con la llegada del rey Darío. Pero aquel profeta y aquel regreso eran a su vez proféticos, eran el símbolo de la liberación que Jesús realizaría y que sería preparada por Juan Bautista. La profecía, más completa, la hemos podido escuchar en la primera lectura.
Es la forma como lee la Iglesia el Antiguo Testamento y lo debemos leer nosotros. Los hechos y profecías no se cumplen plenamente en ese tiempo, sino que anuncian y se cumplen plenamente en el Nuevo. El Bautista es el mensajero y Jesús es el Señor que llega.
El desierto era el lugar donde sobre todo Israel había experimentado la presencia, la misericordia y el poder de Dios. Del Bautista dice San Lucas que “moró en el desierto hasta el día en que se presentó ante Israel” (Lc 1,80). En el desierto de Judea, cerca de donde Juan bautizaba, en Qumrán, se han descubierto edificaciones de un monasterio esenio. Los esenios fueron una secta judía, que existió en tiempos de Jesús y se dedicaban a la oración, a una vida muy penitente, al estudio de la Escritura y tenían muchos ritos y lavatorios parecidos al bautismo de Juan. Es posible que Juan estuviese allí desde joven. Recordemos que tiene la misma edad de Jesús (nació sólo tres meses antes) unos 32-33 años; ha podido vivir en Qumrám desde los 17-20. La zona es muy cercana a Jericó y no está lejos de Jerusalén. El Bautista tuvo sin duda una inspiración del Espíritu Santo (Lucas dice de él que desde niño “crecía y se fortalecía en el espíritu” –1,80) y salió a anunciar la próxima venida del Mesías, del liberador prometido por Dios a lo largo de los siglos, aunque él no lo conocía ni había visto nunca (Jn 1,31.33).
Juan predicaba la conversión. Siempre es así. Para recibir a Dios es necesario vaciarse de sus pecados. Para que la Navidad sea de verdad una fiesta, la fiesta de Jesús que viene, es necesaria la conversión. Aquellos hombres se conmovían con la predicación del Bautista, se arrepentían de sus pecados y lo manifestaban dejándose bautizar. Nosotros hemos sido bautizados por Jesús, que nos ha bautizado con el Espíritu Santo. En nuestro bautismo no sólo se nos perdonaron los pecados sino que se nos comunicó la gracia santificante, la participación en la vida de Jesús, como sarmientos injertados en la viña, de modo que hemos sido hechos en verdad hijos de Dios. Contamos con la posibilidad de una ayuda de Dios mucho mayor. No la desperdiciemos.
Mañana es la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Pidamos su ayuda para vencer al pecado en nuestra carne. A ese pecado, que cada uno conocemos, que nos hace caer con más frecuencia, que nos quita la paz, combatámoslo con la oración frecuente, continua, con la penitencia, con la vigilancia, con la fuerza del Espíritu Santo.
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Así comienza San Marcos su evangelio. Es el evangelio que con parte del de San Juan toca leer este año. Ya saben que la Iglesia introdujo algunas variaciones litúrgicas tras el Concilio Vaticano II. Una fue la de las lecturas, de modo que así aumentase el conocimiento de la Biblia. Ya no son las mismas cada año sino cada tres años.
Del autor y origen del evangelio de San Marcos tenemos algunos datos. Marcos no fue de los doce apóstoles; aparece en los Hechos de los Apóstoles como sobrino de Bernabé, un magnífico discípulo, de los primeros convertidos, que trajo a San Pablo a Antioquia y que fue seleccionado con él por el Espíritu Santo para evangelizar tierras paganas (Hch 4,36-37;11,25-26;13,1-3). Marcos era sobrino de Bernabé y les acompañó, pero tras la etapa de Chipre se volvió a Antioquia. Por eso Pablo no lo quiso, pese a sus deseos y los de Bernabé; se separaron; Pablo marchó hacia las comunidades de Asia continental fundadas en su viaje anterior y Bernabé con Marcos marchó a la isla de Chipre, también evangelizada en el primer viaje. Marcos vivía en Jerusalén. En su casa, que debía ser grande, se reunía una comunidad cristiana. Cuando Pedro es liberado de la cárcel por el ángel del Señor, va a la casa de la madre de Marcos. Marcos es nombrado luego en cartas de San Pedro, que le llama “su hijo” y por dos veces en las de Pablo, que le ha perdonado y le alaba cálidamente. San Ireneo transmite la noticia de que Marcos estaba en Roma con San Pedro, del que venía a ser como su secretario. La comunidad pidió a Marcos que pusiera por escrito las catequesis que daba Pedro en Roma y así lo hizo. De esta forma se escribió el evangelio según San Marcos.
“Comienza el Evangelio”. La palabra evangelio tiene aquí el sentido de “buena nueva”. Lo que los apóstoles anunciaban era antes que nada una magnífica noticia. Su centro no eran obligaciones morales difíciles, casi imposibles de cumplir. Los que piensan de la fe cristiana de esta manera, no han entendido nada. El Evangelio es una noticia magnífica porque es la noticia de cómo los hombres hemos sido liberados del pecado por Jesucristo y podemos participar de la misma liberación y llegar a ser hijos de Dios y gozar de su felicidad por toda la eternidad.
Es el “el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Esta denominación de Hijo de Dios, referida a Jesucristo, hay que entenderla en todo su contenido dogmático que tiene en la comunidad y fe cristiana. Porque Jesucristo es “el Hijo de Dios”. Así se le llama, sin ninguna exageración, porque lo es. Y lo es en el sentido de la fe cristiana: que no es creado, que es el Hijo natural de Dios Padre; que preexiste desde la eternidad, porque es Dios con el Padre. Esta es una de las muchas veces que la Escritura expresa la fe cristiana en la divinidad de Cristo. Es interesante que Ustedes caigan en la cuenta. El misterio de la Trinidad, la realidad de la existencia del Padre, Hijo y Espíritu Santo partícipes de una misma divinidad, siendo diferentes en cuanto Padre, Hijo y Espíritu, es un dato revelado.
Tras este título así prosigue: “Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos»”. No hay explicaciones previas. Habla Pedro, el rudo pescador, sin formación literaria ninguna, que va al grano directamente, porque no sabe dar introducciones.
La cita de Isaías está dirigida a sus contemporáneos hace más de 500 años, desterrados en Babilonia durante 70 años a causa de sus idolatrías. Dios los castigó, como siempre hace, para moverles a la conversión. El profeta no es el mismo Isaías, que ha vivido más de 200 años antes y, naturalmente, ya murió. Pero aquel Isaías creó escuela; de ella y con su estilo inspira Dios a este profeta de nombre desconocido para despertar y mantener la esperanza de los desterrados: La vuelta de los desterrados a su patria de Palestina está cercana. De hecho así sucedió con la llegada del rey Darío. Pero aquel profeta y aquel regreso eran a su vez proféticos, eran el símbolo de la liberación que Jesús realizaría y que sería preparada por Juan Bautista. La profecía, más completa, la hemos podido escuchar en la primera lectura.
Es la forma como lee la Iglesia el Antiguo Testamento y lo debemos leer nosotros. Los hechos y profecías no se cumplen plenamente en ese tiempo, sino que anuncian y se cumplen plenamente en el Nuevo. El Bautista es el mensajero y Jesús es el Señor que llega.
El desierto era el lugar donde sobre todo Israel había experimentado la presencia, la misericordia y el poder de Dios. Del Bautista dice San Lucas que “moró en el desierto hasta el día en que se presentó ante Israel” (Lc 1,80). En el desierto de Judea, cerca de donde Juan bautizaba, en Qumrán, se han descubierto edificaciones de un monasterio esenio. Los esenios fueron una secta judía, que existió en tiempos de Jesús y se dedicaban a la oración, a una vida muy penitente, al estudio de la Escritura y tenían muchos ritos y lavatorios parecidos al bautismo de Juan. Es posible que Juan estuviese allí desde joven. Recordemos que tiene la misma edad de Jesús (nació sólo tres meses antes) unos 32-33 años; ha podido vivir en Qumrám desde los 17-20. La zona es muy cercana a Jericó y no está lejos de Jerusalén. El Bautista tuvo sin duda una inspiración del Espíritu Santo (Lucas dice de él que desde niño “crecía y se fortalecía en el espíritu” –1,80) y salió a anunciar la próxima venida del Mesías, del liberador prometido por Dios a lo largo de los siglos, aunque él no lo conocía ni había visto nunca (Jn 1,31.33).
Juan predicaba la conversión. Siempre es así. Para recibir a Dios es necesario vaciarse de sus pecados. Para que la Navidad sea de verdad una fiesta, la fiesta de Jesús que viene, es necesaria la conversión. Aquellos hombres se conmovían con la predicación del Bautista, se arrepentían de sus pecados y lo manifestaban dejándose bautizar. Nosotros hemos sido bautizados por Jesús, que nos ha bautizado con el Espíritu Santo. En nuestro bautismo no sólo se nos perdonaron los pecados sino que se nos comunicó la gracia santificante, la participación en la vida de Jesús, como sarmientos injertados en la viña, de modo que hemos sido hechos en verdad hijos de Dios. Contamos con la posibilidad de una ayuda de Dios mucho mayor. No la desperdiciemos.
Mañana es la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Pidamos su ayuda para vencer al pecado en nuestra carne. A ese pecado, que cada uno conocemos, que nos hace caer con más frecuencia, que nos quita la paz, combatámoslo con la oración frecuente, continua, con la penitencia, con la vigilancia, con la fuerza del Espíritu Santo.
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