Doctrina Social de la Iglesia - 48. La Globalización V

 


P. Ignacio Garro, jesuita †


8. LA GLOBALIZACIÓN

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8.8.- El apoyo del neoliberalismo económico: del ser al deber ser

Pero según los entendidos, ni las estrategias político-comerciales son suficientes para explicar en toda su amplitud el fenómeno de la globalización. Todo ello no hubiera ocurrido así sin el impulso ideológico que ha recibido de las teorías económicas neoliberales. El neoliberalismo ha convertido lo que era un hecho masivo y pluridimensional, en un ideal y un horizonte hacia el que encaminar toda la sociedad mundial.

Ahora bien, no hay que pensar que el neoliberalismo es solamente un propuesta económica sobre las ventajas del mercado para regular la economía y sobre la necesidad de reducir las dimensiones y las funciones del Estado. El liberalismo, lo sabemos, es partidario de que las funciones del Estado sean mínimas, que participe lo menos posible con sus empresas estatales en el comercio, en la industria, etc, a lo máximo que regule ampliamente estas áreas pero que no sea el Estado el que entra en el mundo de la Empresas ni del comercio. Todo este mundo pertenece a la Empresa libre y privada. En el sistema neoliberal se asigna una relevancia notable a la libertad individual, al libre comercio y a la competitividad. Con esto estamos pasando, imperceptiblemente, de los aspectos económicos de la globalización a la transformación cultural que ello lleva consigo.

El neoliberalismo no es un cuerpo de doctrinas homogéneas, sino más bien una tendencia intelectual y política en las que priman las actuaciones económicas de los agentes individuales sobre las acciones políticas de sociedad organizada, ya sean grupos políticos formales o informales, como gremios, asociaciones, etc. Por  eso promueve todo lo que garantice la libertad de acción de estos agentes individuales, y defiende con vigor la propiedad privada de los medios de producción, la apropiación de las ganancias y el mantenimiento asegurado de los patrimonios.

 

8.8.1.- Consecuencias de la globalización. Indicadores de graves injusticias en la actual  “aldea global”.

Nadie negará que la globalización ha facilitado los intercambios entre los pueblos: ante todo, los económicos, comerciales y financieros; y también los culturales y humanos y por lo tanto sociales y políticos. Hoy las oportunidades para todos son, en principio, mucho más abundantes que antes y a la vez hay que reconocer que hasta ahora la globalización ha desencadenado prevalentemente desajustes, divisiones, dividiendo el mundo actual en “conectados” y “desconectados”; entre los que tienen acceso relativamente fácil a las nuevas tecnologías y los que quedan excluidos de las mismas.

El peligro de la globalización, radica, sobre todo, en que ella sirva y potencie sólo a los “conectados”, es decir, a los más ricos y fuertes, ya sean pueblos o personas, y olvide a los “desconectados”, o sea, a los más débiles y pobres, ya sean personas o países enteros. La globalización tiene un fallo humano principal y es que por ahora adolece de solidaridad, es decir, no es solidaria, pero no por el método, o la forma, sino por los que la usan de manera unilateral e insolidaria. Esta insolidaridad por su propio mecanismo lleva a que cada vez haya más diferencias y separación entre los países ricos y los países pobres.

El día que la humanidad tenga mecanismos de controlar oportuna y equilibradamente este proceso de globalización, las posibilidades de progreso en términos de eficacia, organización, productividad, difusión conocimientos, de mejora del nivel de vida y de aproximación cultural y humana entre los pueblos, sus aplicaciones son ilimitadas. Los riesgos de la globalización son: “homogeneización” cultural y sociológica empobrecedora (todos querrán vivir  como viven las culturas dominantes: EEUU; Europa, Japón, etc) desapareciendo la peculiaridad, riqueza y diversidad de las culturas indígenas y autóctonas; en el ámbito intelectual racional el “uniformismo” en la forma de pensar es el denominado “pensamiento único”. Es decir, hay que aceptar las ideologías dominantes del neocapitalismo liberal, creando una masificación despersonalizante, excluyendo toda originalidad y creatividad de los pueblos autóctonos y libres y, sobre todo, exclusión de los pueblos pobres de la participación de los bienes universales de la tierra.

En el nivel económico hay una predominancia del pensamiento neocapitalista en el que el dinero, las ganancias, son más importantes que las personas que las crean. La aplicación de la globalización ha facilitado una mayor y mejor productividad pero no ha redistribuido equitativamente la riqueza con los más necesitados, al contrario ha ayudado a los más ricos a que sean cada vez más ricos con subsidios y ayudas en el área agrícola, industrial, etc, como ocurre con los agricultores de EEUU, Europa y Japón.

Mirando la actual situación económica y social mundial con los “ojos de los de abajo”, que han quedado al margen del bienestar, se habla de la “glocalización”, [1] que es preservar la propia identidad local, personal y comunitaria en medio de un mundo globalizado, es decir, tomar lo mejor de la globalización en el ámbito de las técnicas informáticas y de las técnicas del conocimiento y vivir el propio desarrollo y progreso sin perder la identidad de lo que es propio de una persona, de un grupo social o económico.

A pesar de todo lo expuesto y tal y como funciona hoy día el sistema mundial. ¿No sería más razonable hablar de “conquista” de la ideología neocapitalista que de “globalización” como intercambio de conocimiento, cultura y bienestar? ¿O no podríamos pensar más bien que a la ideología neoliberal y capitalista le viene muy bien el proceso de globalización con su ideología neocapitalista para dominar más sutilmente todo el Tercer Mundo y Cuarto Mundo? ¿Y qué tal vez por eso la promueven tanto? Pues, a mayor globalización (de los países ricos) mayor dominio sobre los países pobres. Los expertos en esta materia piensan que la solución podría estar en un término medio, en espera de mejores soluciones históricas, es decir, vivir en la “globalización” aprovechando todas los avances que nos proporciona, sin perder la identidad con las características múltiples que puede ofrecer la “glocalización”.

Por ello el proceso imparable de la globalización exige un discernimiento ético muy serio, que sepa poner en el centro del proceso a la persona humana, que sepa respetar el medio ambiente, es decir, crear un desarrollo autosostenible, sin eliminar grandes extensiones de selvas, talas de bosques, etc, y promoviendo más bien un desarrollo equilibrado, autosostenible y justo de todos los pueblos. Urge construir una estrategia positiva y eficaz para hacer que la globalización esté al servicio de todo el hombre, y no solamente de aquel que los filósofos llaman “homo oeconomicus”, hombre consumidor, compulsivo en adquirir cosas, para el que lo importante es comprar, tener objetos, ser propietario de ... cosas, olvidándose de los demás hombres que le rodean que carecen de lo más necesario para vivir dignamente.

Lo que importa de verdad es globalizar también los derechos humanos y sociales y la justicia social, la emigración pudiendo cualquier ciudadano del mundo emigrar libremente a cualquier país del mundo. El gran reto para la globalización, que deben de fomentar los países ricos, es procurar y conseguir el verdadero desarrollo humano, económico, cultural y social de todos los pueblos. No olvidemos, como hemos dicho anteriormente, que sólo el 20% de la humanidad (1.200 millones de personas) participa de este proceso de globalización efectiva, ¿dónde queda el 80% de la población mundial (4.800 millones de personas) restante?. [2]

Si pretendemos que la globalización sea algo más que un simple término retórico, resulta imprescindible desarrollar, sin reparar en el coste, el concepto de “interdependencia”, es decir, todos dependemos de todos. Todos necesitamos de todos. Empresas, trabajadores, agricultores, sindicatos, asociaciones culturales, colegios de abogados, arquitectos, universidades, la Iglesia Católica y otras denominaciones religiosas, asociaciones comunales, municipales, partidos políticos, gobiernos locales y gobiernos nacionales, dentro de un concierto mundial, todos, debemos sentirnos miembros de una misma familia humana y hacer propia la necesidad ajena configurando un único Bien Común, el Bien de la Humanidad.

Acabemos este apartado con las palabras de J. Pablo II en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 1998, al afirmar: “La globalización de la economía y de las finanzas es ya una realidad y siempre más claramente va recogiendo los efectos de los rápidos progresos ligados a las nuevas tecnologías informáticas. Nos encontramos en el umbral de una nueva era, que conlleva grandes esperanzas e interrogantes inquietantes, ... Es necesario no perder nunca de vista la persona humana que debe ser puesta en el centro de todo proyecto social, ... El desafío, ciertamente, es el de asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen”. [3]

 

8.9.- Algunos principios de la DSI aplicables al fenómeno de la globalización    

Seleccionamos tres puntos mutuamente complementarios. El primer principio es más genérico: la prioridad de la persona humana. El segundo más directamente relacionado con la economía. El tercero se refiere más propiamente a la dimensión mundial de la economía y de las discriminaciones y desigualdades que en ella se originan

8.9.1.- Prioridad de la persona humana

Que la persona humana es principio, sujeto y fin de todas las actividades e instituciones sociales y, específicamente de las socioeconómicas, quedó ya afirmado en el Conc. Vat II, y está en el núcleo central de la doctrina de J. Pablo II como un principio que ha de presidir cualquier consideración de los hechos económicos en relación con la persona humana.

Estos tres términos: la persona como sujeto, medio y fin, merecen  alguna explicación para que no se interprete como una pura acumulación retórica de palabras sin sentido:

- La persona como sujeto: el primer principio que ha de regir “la globalización es que es un hecho humano, y por ello, a priori la globalización no es ni buena ni mala. Será lo que la gente quiere que sea”, (Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias sociales, 27 abril, 2001); “es un signo claro de los tiempos y por lo tanto no es intrínsecamente perversa sino que constituye un reto moral en el que hay que descubrir los aspectos positivos y evitar los negativos”, (Discurso en el Congreso Universitario, 9 de abril, 2001; por lo tanto la globalización por tratarse de un hecho humano los principios que han de orientarla habrá que buscarlos en la persona humana y en los principios que regulan las relaciones sociales humanas teniendo como fin el bien común. Por lo tanto el ser humano tiene que tomar parte activa en la vida de la sociedad en todas sus manifestaciones, sin resignarse a ser sólo beneficiaria de la acción del  Estado, por muy positiva que ésta sea para los ciudadanos.

- La persona como medio:  es la persona humana la que ha  de dar sentido  a todas las actividades humanas y sociales, ya sean culturales, sociales económicas, políticas o de cualquier otra índole. Esto lo dejó bien claro la encíclica “Pacem in terris”, en la que los derechos humanos son presentados como base de una convivencia pacífica, en justicia, tanto en el nivel nacional como internacional. La prioridad de la persona, se concreta en subordinar todo el orden social y las actividades que en él se desarrollan a la efectiva realización de los derechos humanos como derechos universales.

 - La persona humana como fin: El primer principio que ha de regir la globalización “es el valor inalienable de la persona humana, fuente de todos  los derechos y de todo orden social. El ser humano ha de ser siempre un fin y nunca un medio, un sujeto personal y no un objeto, y tampoco un producto comercial”, (Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias sociales, 27 abril, 2001). Por lo tanto el fenómeno de la globalización no es el fin de la economía sino la persona humana es el fin. Aunque nadie duda de este orden de medios a fines, en la práctica es frecuente que las cosas se organicen de forma bien diferente.

Por eso la encíclica “Laborem exercens” resalta la prioridad del trabajo humano sobre la importancia del capital. Sin embargo en el contexto de globalización de hoy se da prioridad principal al capital y no al trabajo humano. Es el capital el que impone las leyes, reglas de juego, intereses comerciales etc, en detrimento del trabajo humano. Se produce así una subordinación total de toda la actividad económica a los dictados de la eficiencia económica y financiera, es decir lo importante es ganar dinero, y cuanto más y más mejor.

8.9.2.- Un modelo mixto de economía

La DSI fue siempre enemiga de cualquier sistema totalitario, ya sea del totalitarismo estatal socialista y comunista como del totalitarismo del capitalismo salvaje. Por eso se opuso con todo vigor al socialismo en sus formas más radicales al final del S. XIX y comienzos del S. XX. Pero tampoco aprobó las reglas de juego que proponía el capitalismo salvaje.

Esto explica que desde los comienzos del S. XIX hasta los bien entrados del S. XX los documentos oficiales de la Iglesia mantuvieran una postura muy crítica respecto a ambos sistemas. No es extraño que emprendiese la búsqueda de una vía alternativa capaz de eliminar lo que más rechazaba de uno y otro sistema. Por eso tanto las encíclicas “Rerum novarum” (1891), como “Mater et magistra” (1961) vieran con buenos ojos la evolución que se produce en el socialismo y en el capitalismo hacia un modelo mixto de economía, que rechace los aspectos injustos y totalitarios y aprueba en buena armonía lo mejor de cada sistema. Y “Mater et magistra” dice: “Como tesis inicial, hay que establecer que la economía debe ser obra, ante todo, de la iniciativa privada de los individuos, ya actúen por sí solos, ya se asocien entre sí de múltiples maneras para procurar sus intereses comunes.

Sin embargo, por las razones que ya adujeron nuestros predecesores, es necesaria también la presencia activa del poder civil (el Estado, legítimamente constituido) en esta materia, a fin de garantizar, como es debido, una producción creciente que promueva el progreso social y redunde en beneficio de todos los ciudadanos”, M et M nº 51-52.

La necesidad de esta presencia simultánea y complementaria de la iniciativa privada y la autoridad pública del Estado queda refrendada por la experiencia histórica. Esta apuesta de la Iglesia por un sistema mixto se ha mantenido hasta Juan Pablo II, que lo vuelve a proponer como el mejor sistema, tanto para los países que salen del colectivismo comunista cuanto para los que luchan por superar el  subdesarrollo.

Por eso podemos afirmar: La complementariedad entre la iniciativa privada y una instancia que vigile y cuide los intereses generales seguirá siendo necesaria a escala planetaria, aunque las dificultades para arbitrar fórmulas concretas y operativas van a ser ahora muy superiores.

8.9.3.-  Desarrollo integral y solidario

Es en el Conc. Vat. II donde se aborda el concepto de desarrollo como categoría ética con implicaciones sociopolíticas y económicas. Sus exigencias se formulan frente a las tendencias dominantes de la época: por una parte a confundir desarrollo como mero crecimiento económico; por otra, a promover el desarrollo económico sin prestar atención a los efectos sobre  los países más pobres. También la “Gaudium et Spes” formula con precisión las dos exigencias de todo desarrollo que aspire a llamarse humano: que sea desarrollo de toda la persona (integral) y que este desarrollo no se haga con unos a costa de otros, (que sea solidario). “Populorum progressio”, nº 20-21 también aclara bien el tema y finalmente J. Pablo II en “Sollicitudo rei socialis”, toca el tema del de una visión cristiana del desarrollo. Para ello recurren a la fe cristiana en la creación y en la salvación. Creación y salvación en Cristo, SRS, nº 30-31.



[1] Filósofo alemán Ralf Dahrenddorf, entrevista, periódico el País, 20 nov. 2003.

[2] En un cálculo aproximado por técnicos en demografía y calidad de vida del PNUD, (Organismo de la ONU), en el año 2000, a nivel mundial, de estos 4.800 millones de personas aproximadamente 800 millones, viven en Países en Vía de Desarrollo (PVD) con una renta media entre 10 y 15 dólares diarios por persona; otros 700 millones, también en PVD con renta baja entre 4 y 8 dólares diarios por persona; otros 1.500 millones viven en países pobres con una renta muy baja de 2 dólares diarios por persona; otros 1.000 millones con renta mínima de 1 dólar diario por persona; y 800 millones con una renta miserable de menos de 1 dólar diario por persona.

[3] J. Pablo II, XXXI. Mensaje para la jornada Mundial de la Paz, 1998, 3 , en AAS, 90,(1998) 147-156.


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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


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