P. Ignacio Garro, jesuita †
8. LA GLOBALIZACIÓN
Continúa...
8.3.- Las raíces de la crisis
Es cierto que dicha
crisis tiene diferentes raíces, no todas relacionadas con la globalización. Hay
factores internos (endógenos) al propio Estado cuando se producen fuertes
desequilibrios de los recursos públicos, es decir, cuando el Estado gasta más
de lo que se recauda. Mientras el gasto público y sobre todo el gasto social, no
dejan de crecer como consecuencias de las necesidades extremas en las que vive
la población, los ingresos se reducen por la crisis económica general y la
falta de empleo.
Por otra parte, el
desarrollo continuo del Estado ha llevado a la administración pública a
adquirir, en algunos casos, dimensiones considerables que derivan en problemas
de burocratización e ineficacia. Por último hay que denunciar ciertas dinámicas
que el mismo Estado ha generado en el seno de la sociedad. Podemos decir que hemos
habituado a los ciudadanos a exigir derechos humanos y se ha insistido poco o
muy poco en cumplir seriamente los deberes cívicos inherentes a los derechos,
por ejemplo: pagar debidamente los impuestos,
no llevar contabilidades dobles o falseadas para no pagar impuestos, etc.
También hay elementos externos (o exógenos) que están relacionados con el proceso mal llevado de la globalización. Porque la progresiva eliminación de las fronteras comerciales reduce la autonomía política de cada Estado y la autonomía propia de cada Nación. Las multinacionales con las teorías neoliberales promueven las aperturas de mercados, con los movimientos libres de capitales, con inversiones de capital exigiendo exoneraciones fiscales que atentan a la buena marcha y administración del Estado. No olvidemos este principio de economía: si el Estado no recauda impuestos no puede gobernar bien el país. La seriedad fiscal y tributaria por parte de todos lleva a la buena marcha del país, de lo contrario se origina el déficit público que va siempre contra los más pobres y desfavorecidos.
8.3.1.- Consecuencias
culturales
Nadie pone en duda
que nuestro mundo se caracteriza por un intercambio cultural mucho más amplio y
diversificado, como fruto de las facilidades para las comunicaciones y los intercambios
comerciales y culturales. Pero esto también esto tiene también como efecto
inevitable la “homogeneización cultural”,
que se impone por encima de las culturas autóctonas o particulares de cada país.
Esta homogeneización es la última consecuencia del fenómeno de la
globalización. Merece una atención especial, porque desborda ya el terreno
estrictamente socioeconómico para alcanzar el conjunto de la sociedad y de la
existencia humana.
- La nueva cultura
global se difunde gracias, sobre todo, a los medios de comunicación de masas,
especialmente la TV; que han visto multiplicarse su efectividad con unas
dimensiones insospechadas hasta ahora.
- La gran
influencia de los grupos financieros que actúan al servicio de intereses internacionales
con predominio casi total del Primer Mundo sobre los países en vías de
desarrollo y el Tercer y Cuarto Mundo. También conviene destacar como factor
difusor de la cultura global la facilidad que hay hoy día para desplazarse por
todo el mundo, viajes de negocios, ya sea por el turismo, los emigrantes, etc.
- Este proceso de homogeneización cultural tiene cierto carácter de invasión, a la que sirven como instrumentos los medios de comunicación y los intereses económicos, políticos y sociales que van unidos a ellos. Se trata de una cultural de fuerte índole occidental, y especialmente norteamericana. La matriz de esta nueva cultura está, sin duda, por los conceptos y valores en la civilización occidental, tanto en lo que se refiere a la persona humana y sus consecuencias (derechos humanos, modelo de democracia política), como los que tienen carácter socioeconómico (derechos sociales, remuneraciones, pensiones, etc) que han representado conquistas irrenunciables para toda la humanidad desde los albores de la modernidad. Pero principalmente lo que se está exportando en este modelo de globalización es el valor absoluto del dinero, de la competencia en todos los niveles de la sociedad sin mirar el bien común, sin tener en cuenta a los más desfavorecidos, con todas las secuelas que lleva consigo todo esto.[1]
8.4.- Hacia un juicio
cristiano de la globalización
Para acercarnos a un
juicio acertado sobre el fenómeno de la globalización bien formulado recurriremos
a un documento elaborado por diferentes organizaciones alemanas junto con la
Conferencia episcopal Alemana, titulado:[2]
“Las numerosos rostros de la
globalización”, que dice: “Puesto que
en este proceso hay ganadores y perdedores, la Iglesia, en virtud de su opción
preferencial por los pobres, está obligada a analizar la globalización desde la
perspectiva de aquellos que quedan excluidos de las mejoras de bienestar que
van ligadas a ella. La Iglesia debe de tomar en serio las preocupaciones y las
necesidades de estas personas, poner a disposición de ellas su propia voz y asumir
sus intereses. Todo ello tiene como meta configurar el proceso de globalización
de la forma más acorde posible con la dignidad de la persona humana, como
corresponde al mensaje del Evangelio y de la tradición de la ética social cristiana”.
También el papa J.
Pablo II en su Mensaje a los empresarios católicos participantes en una jornada
de reflexión acerca de “Responsabilidad social y globalización”, les recuerda
lo siguiente: “La Conferencia actual
tiene lugar en momentos en los que el sector financiero y comercial está
tomando cada vez más conciencia de la necesidad de profundos comportamientos
éticos que aseguren que la actividad empresarial siga siendo sensible a sus
dimensiones fundamentalmente humanas y sociales. Dado que la búsqueda del beneficio
no es el único objetivo de esta actividad, el Evangelio reta a las mujeres y
los hombres de negocios a respetar tanto la dignidad y la creatividad de sus
empleados y clientes como las exigencias del bien común. En un mundo tentado por
perspectivas consumistas y materialistas, los ejecutivos cristianos están
llamados a afirmar la prioridad del “ser” sobre el “tener”.
“Una sana globalización, llevada a cabo respetando
los valores de las diversas naciones y grupos étnicos, puede contribuir significativamente
a la unidad de la familia humana y puede permitir formas de cooperación no sólo
económicas sino también sociales y culturales. La globalización tiene que
convertirse en algo más que en un sinónimo de absoluta relativización de los valores
y de la homogeneización de los estilos de vida y culturas. Para que esto suceda, los líderes cristianos, incluidos los
de la esfera comercial, tienen el reto de testimoniar el poder liberador y transformador de la verdad cristiana,
que nos inspira a poner todos nuestros talentos, nuestras capacidades
intelectuales, nuestras posibilidades persuasivas, nuestra experiencia y
nuestras habilidades al servicio de Dios, de nuestro prójimo, y del bien común
de la familia humana”. Ciudad del Vaticano, 3 de marzo
2004.
Con este punto de
partida vamos a seleccionar algunos temas más importantes de la Doctrina Social
de la Iglesia que puedan iluminar nuestro análisis.
8.4.1.- Hay que encauzar y
gestionar la fuerza de la globalización
Hemos entrado en la época de la
globalización antes de poseer los instrumentos legales, jurídicos y culturales
para gobernarla con justicia y equidad.
Lo que importa es reducir los daños y
aumentar los beneficios de la globalización, a fin de orientarla hacia el progreso
de los pueblos. No, por tanto, a una globalización salvaje como la conocemos
hasta ahora; sí, a una globalización con reglas justas y equitativas. La
globalización nunca debe de ser la anarquía, a favor de los más poderosos y en detrimento
de los más necesitados.
La globalización tendrá efectos muy
positivos si logra fundamentarse en el valor absoluto de la dignidad de la
persona humana y en el principio del destino universal de los bienes de la
tierra. Ya hemos dicho que el fenómeno de la globalización es ambivalente pues
según se aplica favorece enormemente a los que más medios tienen y deja al
margen del desarrollo humano, creando desigualdades en las grandes mayorías de
los habitantes de la tierra. Otro de los peligros de la globalización es el uniformismo
cultural, es decir, predominio del tipo de vida norteamericano y occidental sin
respetar otro tipos de culturas y de diversas formas de vida.
Éticamente hablando la
globalización es buena si es solidaria, mira al bien común de toda la humanidad,
es mala si solamente la usan y la disfrutan una parte del genero humano creando
un gran abismo entre ricos y pobres. El proceso de globalización
convenientemente gestionado y solidariamente orientado, puede ser muy favorable
para toda la humanidad y sobre todo para los países más pobres que buscan con
gran interés salir del subdesarrollo.
[1] Es
lo que la “Comisión Justicia y Paz” de
la Conferencia Episcopal Francia llama la lógica implacable de las empresas, y
que describe así: “Todo tiende a juzgarse según el criterio del beneficio
posible, tanto las naciones como las personas. Un “buen país” será aquel en el
que el beneficio sea fácil y rápido; un “buen Estado” será el que asegure la
estabilidad de su moneda y el orden social e invierta en formación e
infraestructura; una “buena mano de obra” será la que trabaje mucho, sea muy
cualificada y poco reivindicativa en cuestión de salarios. La aplicación de
esta lógica, de esta ideología (neoliberal) suele calificarse de “pensamiento
único” porque se la cree efectivamente la única posible”.
[2]
Conferencia
Episcopal Alemana. Nov. 1999
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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.
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