P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,1-6):
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajador;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Palabra del Señor
Preparar un buen camino ¿habrá que usar un tractor para que ofrezcamos al Señor un buen camino?
En este segundo domingo del camino del Adviento, se nos exhorta a la conversión. San Lucas recoge una profecía de Isaías: “Enderezad el camino, allanad las sendas” (Is. 40, 3-4); el profeta nos transmite su mensaje utilizando dos metáforas: una referente al camino: enderezad los caminos; y la otra referente al terreno: hay que hacerlo llano. Es una forma gráfica de hablarnos de la conversión: pues llega el Señor, y hay que prepararle un buen camino para que llegue a nosotros.
Debemos enderezar las sendas: en nuestro camino hay recovecos, en nuestro corazón hay muchas cosas que no son rectas, sino sinuosas. Hay muchas cosas que hay que rectificar, porque están torcidas. Hay muchas cosas en penumbra, cosas escondidas. Cuando se habla de rectificar, de hacer recto lo torcido, se está haciendo referencia a las segundas intenciones (torcidas) que se esconden detrás de acciones aparentemente desinteresadas. En las relaciones familiares a veces se muestra un aparente intenso afecto a los padres, cuando se les quiere sacar algo. A veces se busca la amistad por intereses muy egoístas. En la misma caridad se puede buscar aplauso y alabanza. La oración inclusive, puede tener detrás un interés de autocomplacencia, de autojustificación, de consuelo narcisista. Hay que enderezar todo lo que está torcido.
Cuando busco mis intereses (con egoísmo), más que la entrega, ahí hay algo torcido que enderezar. Cuando uso mal mi tiempo, lo pierdo, o lo uso demasiado en cosas que no lo merecen, hay algo que enderezar. Cuando me encierro en mi propio mundo morboso del dolor vivido casi con complacencia, entonces hay algo torcido que enderezar. Cuando mis metas no son elevadas, mis ideales no son los de una persona iluminada y atraída por Dios, sino son simplemente de la tierra y para la tierra, ahí hay mucho que enderezar.
Hay muchos recovecos, muchos rincones escondidos en nuestro camino, son muy variadas las torceduras. El Adviento, por boca de Isaías nos dice, que, ya que viene el Señor, nos dediquemos a rectificar, a hacer recto el camino, para que el pueda llegar a nosotros por un camino apropiado.
Pero también se nos dice que elevemos lo que está hundido, y rebajemos lo que está levantado. Aquí está aludiendo también el profeta al terreno por el cual transcurre el camino: partes elevadas, o partes muy hundidas: hay que hacer un camino llano. Hay hundimiento en nuestro camino, cuando propendemos al pesimismo, cuando cultivamos la tristeza, cuando no salimos de nuestro cuarto oscuro, donde cultivamos tenazmente nuestro fracaso, o nuestra soledad, o nuestra enfermedad, o nuestra mala suerte. El Señor que viene, no puede llegar si encuentra una sima hundida, un abismo tan hondo, en nuestro terreno: Dios no está con la tristeza, así cultivada, como si se hubiese perdido la esperanza.
Pero lo mismo que hay que llenar los abismos, hay que rebajar lo muy elevado: la cresta del orgullo, es un impedimento en el camino. A veces nos sentimos en los cielos, elevados, encaramados sobre la cima de nuestro orgullo; nuestra soberbia nos hace creer superiores, nuestro ego crece, inflándose de vanidad. Tampoco Dios puede acercarse cuando en el camino encuentra la cresta de nuestra soberbia. Hay que rebajar esa hinchazón y reducirnos a nuestras modestas, pero más auténticas dimensiones. Así el camino queda preparado para que el Señor se nos acerque.
Esta es la voz de esperanza que nos da el Adviento: enderezad los caminos, allanad el sendero; que el Señor está llegando. Y de ahí nace la urgencia de preparar el camino: viene a nosotros Aquel que más queremos, y no desearíamos que no encontrase el camino, y que no se pudiera producir el encuentro con nosotros.
En el Adviento estamos preparando la Navidad, y nuestra preparación no puede ser superficial: una preparación de adornos exteriores, de una fiesta en la que lo principal de la Navidad quede en segundo plano. Esta es la verdadera preparación: “preparar en nuestro corazón un camino recto” para que el Señor venga a nosotros.
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