Teología fundamental. 32. El Credo. Efectos de la redención

 


P. Ignacio Garro, jesuita †


5. EL CREDO

Continuación


5.13. EFECTOS DE LA REDENCIÓN 

La Redención tuvo como fin reparar el pecado y los desastrosos efectos que el pecado habla traído al hombre. 

La Redención es pues, a un mismo tiempo, una satisfacción o reparación para Dios, y una restauración y rescate para el hombre. 

El siguiente esquema hace ver el modo como los saludables efectos de la Redención vinieron a reparar los efectos del pecado. 

Encontramos: 

En el pecado: En la Redención: 

1°. La ofensa a Dios que mancha el alma y la hace merecedora de una pena. La satisfacción de Cristo, que, 

a) reparó la ofensa, 

b) borró la culpa, 

c) y remitió la pena. 


2°. La degradación del hombre. Se ve privado de la gracia y la gloria. El mérito de Cristo, que,

Restauró al hombre mereciéndole de nuevo la gracia y la gloria. 


3°. La sucesión al demonio. El rescate de Cristo, que, Nos libertó del poder del demonio. 

Vamos, pues, a estudiar: 

a) La satisfacción de Cristo, que reparó la ofensa borró la culpa y remitió la pena. 

b) El mérito de Cristo, que restauró al hombre, devolviéndole la gracia y el derecho al cielo. 

c) El rescate de Cristo, que nos libertó del demonio 


5.13.1 La satisfacción de Cristo 

"Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió por el sacrificio de la Cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: "Donde abundó el delito sobreabundó la gracia" (Rom. 5, 20). (Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios, núm. 17).

La satisfacción de Cristo abarca tres cosas: Cristo mediante su muerte reparó la ofensa causada a Dios con el pecado, nos borró la culpa y nos remitió la pena. 

Ofensa, culpa y pena son tres cosas diferentes: 

a) La ofensa es el agravio que se causa a Dios con el pecado. 

b) La culpa es la mancha que el pecado deja en el alma, al despojarla de la gracia. 

c) La pena es el castigo que el pecado merece. 


Pues bien, la satisfacción de Cristo destruyó este triple efecto: 

a) Reparó la ofensa hecha a Dios: "Siendo enemigos de Dios, fuimos reconciliados con El por la muerte de Cristo" (Rom. 5, 10). 

b) Borró la culpa: "Nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Apoc. 1, 5). 

c) Pagó la pena debida por ellos. "Llevó la pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero de la Cruz" (I Pe. 2, 24). 

Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos los actos de su vida, quiso sin embargo, que tanto sus satisfacciones como sus méritos no produjesen sus efectos sino después de su pasión, refiriéndolo todo a su muerte. Así nos explicamos cómo la Sagrada Escritura aplica al sacrificio de la Cruz todas las satisfacciones y méritos de Cristo. 

a) Sus cualidades: voluntaria y completa 

La satisfacción de Cristo fue voluntaria, completa, condigna y superabundante. 

Fue voluntaria, porque Cristo dio su vida gustosamente, por el amor que nos tenía. 

"Fue ofrecido porque él mismo lo quiso", dice Isaías (53, 7). Y el mismo Jesucristo exclama: "Nadie me arranca la vida, sino que la doy por propia voluntad" (Jn. 10, 18).

Fue completa, porque ella tiene la virtud suficiente para reconciliarnos con Dios y borrar nuestros pecados. "La sangre de Cristo nos purifica de todo pecado" (I Jn. 1, 7). 

b) Condigna y superabundante 

Una satisfacción es condigna cuando hay proporción entre lo que se debe y lo que se restituye. Es deficiente en el caso contrario. 

Por ejemplo, el acreedor que remite una parte de la deuda al deudor, no recibe satisfacción o pago condigno, sino deficiente.

La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó proporción con la ofensa. Si la ofensa causada a Dios con el pecado es en cierta manera infinita, la satisfacción de Cristo fue de infinito valor. 

Hay que tener en cuenta que: 

a) La magnitud de una ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida. Así, es mucho más grave la ofensa causada a un superior que la causada a un compañero; y tanto más grave cuanto más alto es el superior. Siendo Dios de majestad infinita, la ofensa hecha a El con el pecado, era en este sentido infinita. 

b) La magnitud de una satisfacción a causa del honor ofendido, se mide por la dignidad de la persona que la ofrece. Así cuando se trata de injurias a una nación, no basta la satisfacción que pueda dar uno a título particular sino que se requiere que ella venga del que preside la nación. 

La satisfacción de Cristo no sólo fue condigna, sino también superabundante; esto es, pagó más de lo que debíamos. 

San Pablo dice que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom. 5, 20). En efecto, el pecado no es un acto infinito en sí puesto que procede de una criatura, y la criatura es incapaz de un acto infinito. Sólo puede llamarse ofensa infinita, en cuanto ofende a Dios, Ser infinito. 

Por el contrario cualquier acto del Hijo de Dios era infinito en sí, porque procedía de la persona del Verbo. 

Jesucristo quiso que su satisfacción fuera superabundante y "copiosa su redención" (Ps. 20, 7) para hacernos comprender la excelencia de tan divina obra, y darnos plena confianza en sus méritos y en nuestro perdón. 


5.13.2 Los méritos de Cristo 

Cristo no solamente nos perdonó el pecado y la pena por él debida, sino que nos mereció la gracia y el derecho al cielo. 

Si la satisfacción de Cristo borra en el hombre la culpa y la pena del pecado, los méritos de Cristo, son una verdadera restauración del hombre, pues le devuelven los dones de orden sobrenatural que el pecado le habla arrebatado. 

Veamos, pues, qué méritos alcanzó Cristo, por qué pudo Cristo merecer para nosotros, y cómo mereció.

a) ¿Qué bienes mereció Cristo? 

El mérito implica la consecución de un don que no tenemos, pero que nos es debido en alguna manera. 

1°. Cristo no pudo merecer para si mismo ni la gracia ni la gloria, porque ya las tenía, y no las podía perder. Para si mismo no mereció sino la glorificación de su Cuerpo, después de haberlo sometido al sufrimiento y al oprobio. 

2°. Pero para nosotros sí pudo merecer. El, mediante su pasión y muerte, nos mereció la gracia, la gloria y toda suerte de bienes espirituales. 

a. La gracia: "Si por el pecado de uno sólo murieron todos los hombres, mucho más copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre todos" (Rom. 5, 10). 

b. La gloria: "Tenemos la firme esperanza de entrar en el santuario del cielo por la sangre de Cristo" (Heb. 10, 19). 

c. Toda clase de bienes espirituales: "Nos bendijo con toda suerte de bienes espirituales en Jesucristo" (Ef. 1, 3). "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó, ¿cómo será posible que no nos dé con El todos los bienes?" (Rom. 8, 32). 


b) ¿Por qué pudo Cristo merecer por nosotros? 

Siendo el mérito un fruto personal, ¿cómo se explica que Cristo mereciera por nosotros? San Pablo lo explica de dos maneras: 

1°. Todos los cristianos formamos con Cristo un cuerpo místico, en el cual El es la Cabeza y nosotros los miembros; y es natural que los miembros participen de los bienes de la cabeza. (cfr. Rom. 12, 4; 1 Cor. 12, 12; Ef. 4, 15 y 5, 23). Santo Tomás se expresa así: "La cabeza y los miembros pertenecen a la misma persona; siendo, pues, Cristo nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños, sino que llegan hasta nosotros en virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent. 3, c. 18, a. 3).

2°. Porque así como toda la naturaleza humana, por estar encerrada en Adán, mereció la privación de la gracia, así toda la naturaleza humana encerrada en Cristo, mereció que la gracia se le devolviera. Dice San Pablo: "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de recobrar la vida" (I Cor. 15, 22).

c) ¿Cómo nos mereció Jesucristo estos bienes? 

Los méritos de la pasión de Cristo se basan en su amor y en su obediencia. 

Por amor y por obediencia a su Padre quiso Cristo someterse al sufrimiento y la muerte; y de ambas virtudes recibió la pasión de Cristo toda la grandeza y eficacia. 

Además, convenía sobremanera que la Redención fuera una obra de amor y obediencia. Ya que el pecado del primer hombre fue un pecado de desobediencia fundado en el orgullo. Por amarse el hombre excesivamente a sí mismo, no vaciló en desobedecer a Dios. 

La Redención vuelve al hombre a Dios: y debía consistir en un acto de obediencia, por amor. 

De esta suerte los infinitos merecimientos de la pasión y muerte de Cristo, se deben principalmente a su amor y a su obediencia. 


5.13.3. La Redención nos liberó del poder del demonio 

El pecado nos constituyó deudores a la justicia divina; y Dios permitió que, en castigo, el demonio tuviera poder sobre el hombre. Este poder Regó a ser tan grande, que los Padres de la Iglesia, lo comparan a un cautiverio o esclavitud. 

Pues bien, Cristo con la Redención pagó la deuda debida a la justicia divina; y en consecuencia cesamos de vernos sometidos al demonio. 

Es de advertir que la deuda de justicia que el hombre tenla contraída no era con el demonio, sino con Dios. El demonio por tanto, no tenía ningún derecho de justicia sobre nosotros. 

En consecuencia el poder de liberarnos, o de mantenernos cautivos no correspondía al demonio, sino a Dios; así como el poder de dar libertad a un prisionero no corresponde al simple carcelero, sino a aquél por cuya orden estaba preso.



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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.
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