Teología fundamental. 33. El Credo. Necesidad y Universalidad de la Redención


P. Ignacio Garro, jesuita †


5. EL CREDO

Continuación


5.14. NECESIDAD Y UNIVERSALIDAD DE LA REDENCIÓN

5.14.1 Su necesidad 

La Redención, como la Encarnación, no era absolutamente necesaria, pues Dios podía dejar abandonado al hombre, o perdonarlo generosamente. 

Pero si era necesaria en el supuesto de que Dios exigiera una reparación condigna. En este caso era preciso que una de las divinas Personas se hiciera hombre y reparara la ofensa causada a Dios, porque sólo un hombre-Dios puede reparar de una manera digna la ofensa cometida contra Dios. 


5.14.2 Su universalidad y nuestra cooperación 

Es de fe que Cristo murió por todos los hombres, esto es, que se entregó en rescate para que todos se salven. 

Aunque de hecho muchos no lo consigan, por no emplear los medios de salvación necesarios. 

Calvino enseñó que Cristo no murió por todos los hombres, sino sólo por los elegidos. Lo mismo enseñan los jansenistas, quienes para denotar esta idea no representan a Cristo crucificado con los brazos abiertos, sino casi cerrados. 

Esta enseñanza está en contradicción con la Sagrada Escritura. San Juan nos dice: "Cristo es propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero (I Jn. 2, 2). Y San Pablo: "Cristo se dio a sí mismo en rescate por todos" (I Tim. 2, 6). 

Cuando la Escritura dice que "Cristo murió por muchos", de acuerdo con el género de la lengua hebrea y los textos ya citados, muchos deben entenderse en el sentido de multitud: Cristo murió por la multitud, esto es, por todos. 

Aunque Cristo murió por todos los hombres, no podemos salvarnos sin la cooperación de nuestra parte. Es el mismo Cristo quien nos enseña: "Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos" (Mt. 19, 17). Y San Agustín dice: "El que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Esto es, sin tu cooperación. 

"Este hombre es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de todos aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre -todo hombre sin excepción alguna- ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre -cada hombre sin excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello. Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre -a todo hombre y a todos los hombres- su luz Y su fuerza para que puedan responder a su máxima vocación" (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, num. 14), cfr. Puebla, núm. 1310.

Los protestantes, en especial Lutero y Calvino niegan la necesidad de cooperar a la gracia, enseñando que sólo la fe justifica; esto es, que ella nos aplica los méritos de Cristo, sin necesidad de cooperación de nuestra parte. 

Este es un gravísimo error, que está en evidente contradicción con la enseñanza de la Sagrada Escritura. "La fe sin obras es muerta", declara Santiago (2, 20). Y San Pablo: "No son justos los que oyen la ley, sino aquéllos que la cumplen" (Rom. 2, 13). Y el mismo Cristo declara que en el juicio final recibirán la recompensa del cielo los que hayan practicado las obras de misericordia para con su prójimo (cfr. Mt. 25, 34).


5.14.3 Aplicación de los méritos 

Es necesario, pues, que nos apliquemos los méritos de Cristo mediante los medios instituidos por El con este fin: la fe, los mandamientos, los sacramentos, la oración. Quienes desprecian estos medios no pueden salvarse. 

Sería falso afirmar que los méritos de Cristo, por ser de infinito valor, se extienden sin más a todos. Porque, aunque sean de infinito valor, son como una medicina, que no aprovecha sino al que se la aplica.

Advirtamos aquí dos circunstancias: 

a) Cristo no se contentó con merecernos la salvación, sino que nos dio también la oportunidad de merecerla con nuestros propios méritos. Lo cual es mucho más honroso para nosotros, pues no la recibimos como limosna, sino con cierto derecho a ella. 

b) Nuestros méritos no menoscaban los de Cristo, pues de ellos reciben toda su eficacia. Además, es indispensable que unamos nuestra satisfacción a la de Cristo, esto es, que expiemos nuestros pecados para poder salvarnos. Y así nos dice: "Si no hacéis penitencia, todos por igual pereceréis" (Lc. 13, 5). 

En este sentido debe entenderse la frase de San Pablo: "Completo en mi carne lo que falta por padecer a Cristo" (Col. 1, 24). Esto es, mortifico mi carne para que puedan aplicárseme los méritos y satisfacción que Cristo me alcanzó con sus padecimientos y su muerte.


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Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.

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