P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Nacemos marcados por el bien y el mal. Podemos ser santos y podemos ser criminales. Muchos son los factores y diversos los que se introducen en este juego dramático. Es la herencia, la familia, el amor de los padres, la educación, los grupos de referencia, la libertad personal, la experiencia religiosa, etc. Y siempre el bien y el mal pasan por cada uno de nosotros. Hacemos lo que podemos y a veces lo que no queremos. Culpa y deber son una carga.
Nos cuenta el libro del Génesis que en el paraíso había dos árboles, uno el del saber la ciencia del bien y del mal; el otro, el árbol de la vida, aquel que transmite la vida que no muere. “Yahvéh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn 2,9). El hombre ha probado del segundo, ha querido ser como dios. Lleva así la marca del maligno, de la serpiente que tiene el veneno dentro.
.A consecuencia de ello nos sentimos incapaces de alcanzar el fruto del árbol de la vida. El autor del Génesis lo expresa no sin cierta ironía y humor. “Y dijo Yahvéh Dios: —¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el malí Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre” (Gn 3,22). Pero al hombre debilitado, herido e incapaz no se le niega de forma absoluta su acceso al árbol de la vida, pues otra mujer (a diferencia de Eva) “pisará tu cabeza” (la de la serpiente) y “su linaje será tu enemigo” (Gn 3,15.20).
Quizás a ese árbol de la vida le hacemos poco caso y nos inclinamos a considerar al árbol del bien y del mal como la médula y centro de nuestra propia salvación. Hay un gran equívoco en todo ésto, porque es del árbol de la vida de donde brota el linaje de Jesús, el salvador. Y nosotros aspiramos a participar de éste su linaje y a proceder como hombres nuevos. Es la promesa que se hace realidad en Cristo. La historia de la salvación no ha de estar centrada en el pecado sino en la salvación. “Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Ap 2,7). Y en la liturgia cristiana se suele considerar al leño de la cruz como un signo de bendición: “¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! / Jamás el bosque dió mejor tributo / en hoja, en flor y en fruto”. (Liturgia del viernes santo).
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