P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
TEOLOGÍA DE SAN PABLO - 20° ENTREGA
17.3. FUNCIÓN DE CRISTO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Teniendo en cuenta los conceptos del Evangelio:
misterio y plan salvífico del Padre, debemos intentar ahora describir la función
de Cristo tal como la ve Pablo. Porque si bien es verdad que Pablo considera el
papel que desempeñan tanto Israel como Abrahán en la ejecución de ese plan y es
consciente de que la Iglesia está profundamente implicada en él, en el
pensamiento de Pablo el papel principal corresponde a Cristo. Con ello
iniciamos la sección cristológica de nuestra exposición sobre la teología de
Pablo.
A. PREEXISTENCIA DEL HIJO
Pablo afirma que el Hijo existe antes de la creación del mundo: Col 1, 15-20: “Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados: todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo”; y en Efes 1, 4-5: “Por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; elgiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”; y lo llama a Jesús “el Hijo de Dios”, Gal 2, 20: “y ya no soy yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mimo por mi”; y en 2 Cor 1, 19: “porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos, Silvano, Timoteo y yo, no fue un sí y no; en Él no hubo más que sí”; o “su Hijo” (es decir del Padre), Gal 1, 16: “revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno”; Pablo anuncia el Evangelio de “su propio Hijo”, en Rom 1, 3-4: “acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con el poder del Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”.
En el A.T. “hijo de Dios”, es un título de predilección hacia el pueblo de Israel tomado colectivamente, Ex 4, 22: “Y dijo al faraón: Así dice Yahvé: Mi hijo primogénito es Israel”; y en Deut 14, 1: “Vosotros sois hijos de Yahvé vuestro Dios”; y en Os 2, 1: “El número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que ni se mide ni se cuenta”. Un título de adopción otorgado al rey 2 Sam 7, 14: “Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace el mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres”; y en Salm 2, 7; también a los jueces Salm 82, 6, al judío justo considerado individualmente, Sab 2, 18.
La identificación de Mesías e Hijo de Dios se lleva a cabo en la revelación del N.T. Mc 14, 61: “pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”; y en Mt 16, 16: “Simón Pedro contestó: Tu eres el Cristo el Hijo de Dios vivo”. La idea dominante que subyace en el empleo de “Hijo de Dios” en el mundo judío era la de una elección divina para una tarea encomendada por Dios. Esta noción hebrea de filiación constituye el fundamento de la aplicación neotestamentaria del título “Hijo de Dios” a Cristo.
El texto más claro de Pablo es Filp 2, 6: “el cual siendo de condición divina no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre”. Las seis estrofas del himno judío-cristiano que Pablo incorpora a Filp 2, 6-11, versan sobre la preexistencia divina de Cristo, su humillación en la encarnación, la ulterior humillación en la pasión y muerte, y luego su exaltación gloriosa y la adoración que le rinde el universo y su nombre de Kyrios. La situación del Verbo en que estaba antes de la encarnación era la de ser “igual a Dios”.
Sin embargo si exceptuamos estas alusiones a la dignidad divina o a la situación preeminente de Jesús como Hijo, que era: “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación”, Col 1, 15, la mayor parte de los pasajes en que Pablo llama a Jesús “el Hijo”, expresan su elección divina y su dedicación completa al plan de redención del Padre. Por tanto, en teología paulina, éste es el término que mejor expresa el amor de Dios implicado en la salvación del hombre. Haciendo alusión veladamente al sacrificio de Isaac, Pablo afirma de Dios en Rom 8, 32 que: “no perdonó ni a su propio Hijo sino que lo entregó por nosotros”.
En consecuencia si Pablo emplea normalmente el título “Hijo de Dios” en un sentido funcional y descriptivo de la misión concedida a Cristo, no hay duda de que a veces lo emplea para expresar el origen de Cristo y sus relaciones singulares con el Padre. Por otra parte, es muy significativo el hecho de que sólo en Rom 9, 5: “y los patriarcas; de ellos también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén”; Pablo llame a Jesús “theos” (Dios). La razón de que Pablo use tan raramente el término “theos” aplicado a Jesús está en que, para él, “ho theos” era el Padre, y no hace sino reflejar la restricción de la primitiva Iglesia, que aunque reconocía la divinidad de Jesús, no aplicó inmediatamente a Cristo un título que se consideraba exclusivo del Padre.
Pablo afirma que el Hijo existe antes de la creación del mundo: Col 1, 15-20: “Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados: todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia: Él es el principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo”; y en Efes 1, 4-5: “Por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; elgiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”; y lo llama a Jesús “el Hijo de Dios”, Gal 2, 20: “y ya no soy yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mimo por mi”; y en 2 Cor 1, 19: “porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos, Silvano, Timoteo y yo, no fue un sí y no; en Él no hubo más que sí”; o “su Hijo” (es decir del Padre), Gal 1, 16: “revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno”; Pablo anuncia el Evangelio de “su propio Hijo”, en Rom 1, 3-4: “acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con el poder del Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”.
En el A.T. “hijo de Dios”, es un título de predilección hacia el pueblo de Israel tomado colectivamente, Ex 4, 22: “Y dijo al faraón: Así dice Yahvé: Mi hijo primogénito es Israel”; y en Deut 14, 1: “Vosotros sois hijos de Yahvé vuestro Dios”; y en Os 2, 1: “El número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que ni se mide ni se cuenta”. Un título de adopción otorgado al rey 2 Sam 7, 14: “Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace el mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres”; y en Salm 2, 7; también a los jueces Salm 82, 6, al judío justo considerado individualmente, Sab 2, 18.
La identificación de Mesías e Hijo de Dios se lleva a cabo en la revelación del N.T. Mc 14, 61: “pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”; y en Mt 16, 16: “Simón Pedro contestó: Tu eres el Cristo el Hijo de Dios vivo”. La idea dominante que subyace en el empleo de “Hijo de Dios” en el mundo judío era la de una elección divina para una tarea encomendada por Dios. Esta noción hebrea de filiación constituye el fundamento de la aplicación neotestamentaria del título “Hijo de Dios” a Cristo.
El texto más claro de Pablo es Filp 2, 6: “el cual siendo de condición divina no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre”. Las seis estrofas del himno judío-cristiano que Pablo incorpora a Filp 2, 6-11, versan sobre la preexistencia divina de Cristo, su humillación en la encarnación, la ulterior humillación en la pasión y muerte, y luego su exaltación gloriosa y la adoración que le rinde el universo y su nombre de Kyrios. La situación del Verbo en que estaba antes de la encarnación era la de ser “igual a Dios”.
Sin embargo si exceptuamos estas alusiones a la dignidad divina o a la situación preeminente de Jesús como Hijo, que era: “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación”, Col 1, 15, la mayor parte de los pasajes en que Pablo llama a Jesús “el Hijo”, expresan su elección divina y su dedicación completa al plan de redención del Padre. Por tanto, en teología paulina, éste es el término que mejor expresa el amor de Dios implicado en la salvación del hombre. Haciendo alusión veladamente al sacrificio de Isaac, Pablo afirma de Dios en Rom 8, 32 que: “no perdonó ni a su propio Hijo sino que lo entregó por nosotros”.
En consecuencia si Pablo emplea normalmente el título “Hijo de Dios” en un sentido funcional y descriptivo de la misión concedida a Cristo, no hay duda de que a veces lo emplea para expresar el origen de Cristo y sus relaciones singulares con el Padre. Por otra parte, es muy significativo el hecho de que sólo en Rom 9, 5: “y los patriarcas; de ellos también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén”; Pablo llame a Jesús “theos” (Dios). La razón de que Pablo use tan raramente el término “theos” aplicado a Jesús está en que, para él, “ho theos” era el Padre, y no hace sino reflejar la restricción de la primitiva Iglesia, que aunque reconocía la divinidad de Jesús, no aplicó inmediatamente a Cristo un título que se consideraba exclusivo del Padre.
B. “KYRIOS” = “SEÑOR”
La frecuencia con que Pablo emplea el título de “Kyrios” = “Señor de todas las cosas” aplicado a Cristo es notable si la comparamos con el título de “Hijo de Dios”, y revela que Kyrios es, por excelencia, el título de Cristo en los escritos paulinos. Se ha defendido que el empleo absoluto del término Kyrios es fruto de las influencias helénicas de Pablo. Pero hay que pensar que es mucho más probable que Pablo heredase este término de la tradición litúrgica de la Iglesia primitiva de Palestina. Las fórmulas fe de Rom 10, 9: “Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo”; y en y 1 Cor 12, 3: “Por eso os hago saber que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir, ¡Maldito sea Jesús!; y nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! Sino movido por el Espíritu Santo”; apuntan en esta dirección; lo mismo indica el clímax del himno cristológico de Filp 2, 11: “Y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre”, (“Kyrios” es el nombre sobre todo nombre que se concede al Cristo, glorificado, sentado a la diestra del Padre). Compárese especialmente en Col 2, 6: “Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como lo habéis recibido, arraigados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en agradecimiento”.
La frecuencia con que Pablo emplea el título de “Kyrios” = “Señor de todas las cosas” aplicado a Cristo es notable si la comparamos con el título de “Hijo de Dios”, y revela que Kyrios es, por excelencia, el título de Cristo en los escritos paulinos. Se ha defendido que el empleo absoluto del término Kyrios es fruto de las influencias helénicas de Pablo. Pero hay que pensar que es mucho más probable que Pablo heredase este término de la tradición litúrgica de la Iglesia primitiva de Palestina. Las fórmulas fe de Rom 10, 9: “Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo”; y en y 1 Cor 12, 3: “Por eso os hago saber que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir, ¡Maldito sea Jesús!; y nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! Sino movido por el Espíritu Santo”; apuntan en esta dirección; lo mismo indica el clímax del himno cristológico de Filp 2, 11: “Y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre”, (“Kyrios” es el nombre sobre todo nombre que se concede al Cristo, glorificado, sentado a la diestra del Padre). Compárese especialmente en Col 2, 6: “Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como lo habéis recibido, arraigados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en agradecimiento”.
Cuando
Pablo llama Kyrios a Jesús está expresando el dominio actual de Jesús sobre los
hombres, dominio que ejerce por su condición gloriosa de resucitado, influyendo
íntimamente en las vidas de los cristianos. Este título no denota la función de
Cristo en su vida terrestre sino su condición actual como Señor resucitado. Es
decir, es un título de majestad, concedido a Cristo por su condición regia de
resucitado y glorificado, como Señor de vivos y muertos. Rom 14, 9: “Porque Cristo murió y volvió a la vida para
eso, para ser Señor de muertos y de vivos”.
Pablo recibió también en herencia de la primitiva Iglesia la idea de que Dios constituyó a Jesús Kyrios en su Resurrección, Hech 2, 36: “Así, pues, sepa toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús que vosotros crucificasteis”. Resucitado de entre los muertos por la “gloria” del Padre Rom 6, 4: “Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”.
Cristo fue establecido con "dynamis”, poder, de Dios, Rom 1, 4: “constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”; para llevar a cabo la santificación y, con el tiempo, la resurrección de todos los que han creído en él. De esta manera llegó a ser “Señor de vivos y muertos”, como en Rom 14, 9: “Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos”.
Todos estos aspectos hacen referencia a Jesús como Kyrios en el influjo que ejerce sobre los cristianos como grupo. Sin embargo, existe una relación individual y personal que Pablo tiene también en cuenta. El Apóstol se considera a sí mismo y a cada uno de los cristianos como “doulos”, esclavo, de Cristo, que es el “Kyrios”, Gal 1, 10: “ ... si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo”; y en Rom 1, 1: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios”. No obstante, esta relación del cristiano con el “Kyrios” no es despótica ni tiránica; es el gran fundamento paulino de la “libertad”: ligado a Jesús, el “Kyrios”, el cristiano se libera de sí mismo y permanece libre para los demás, y en Gal 4, 7, dice: “De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”.
Pablo recibió también en herencia de la primitiva Iglesia la idea de que Dios constituyó a Jesús Kyrios en su Resurrección, Hech 2, 36: “Así, pues, sepa toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús que vosotros crucificasteis”. Resucitado de entre los muertos por la “gloria” del Padre Rom 6, 4: “Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”.
Cristo fue establecido con "dynamis”, poder, de Dios, Rom 1, 4: “constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”; para llevar a cabo la santificación y, con el tiempo, la resurrección de todos los que han creído en él. De esta manera llegó a ser “Señor de vivos y muertos”, como en Rom 14, 9: “Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos”.
Todos estos aspectos hacen referencia a Jesús como Kyrios en el influjo que ejerce sobre los cristianos como grupo. Sin embargo, existe una relación individual y personal que Pablo tiene también en cuenta. El Apóstol se considera a sí mismo y a cada uno de los cristianos como “doulos”, esclavo, de Cristo, que es el “Kyrios”, Gal 1, 10: “ ... si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo”; y en Rom 1, 1: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios”. No obstante, esta relación del cristiano con el “Kyrios” no es despótica ni tiránica; es el gran fundamento paulino de la “libertad”: ligado a Jesús, el “Kyrios”, el cristiano se libera de sí mismo y permanece libre para los demás, y en Gal 4, 7, dice: “De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”.
C. PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN
La pasión, muerte y Resurrección de Cristo constituyeron el momento decisivo del plan salvífico de Dios. Según la concepción paulina de este momento hay que conservar muy bien la unidad de estas tres fases de la existencia de Cristo, pues las tres fases integran y completan la “historia de la cruz”, 1 Cor 1, 18: “Pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros - es fuerza de Dios”; pues fue al Señor de la gloria a quien crucificaron, 1 Cor 2, 8: “desconocida de todos os jefes de este mundo – pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria”.
Aunque fue humillado y sometido a los poderes de este mundo, la Resurrección de Jesús significó su victoria sobre todos ellos como Kyrios, Filp 2, 10-11: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre”; y en Rom 8, 34: “¿ ... más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros?. Aunque la encarnación forma parte del proceso salvífico, Filp 2, 7: “sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo”; y en 2 Cor 8, 9: “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza”; a Pablo no le interesa como algo separado de la pasión, muerte y Resurrección; pues en los últimos momentos es donde la obediencia de Jesús se pone manifiesto en Rom 5, 18: “mas las prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”; y en Filp 2, 8: “se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”; y en estos momentos es cuando se manifiesta como “Hijo”.
Pablo atribuye frecuentemente la redención a la iniciativa gratuita del Padre que ama a pesar de su pecado, pero al mismo tiempo dejada asentada la libre y amorosa cooperación de Cristo en la ejecución de los planes del Padre, Gal 2, 20: “y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”; y en Efes 5, 2: “y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”, y en Gal 6, 14: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!”.
La pasión, muerte y Resurrección de Cristo constituyeron el momento decisivo del plan salvífico de Dios. Según la concepción paulina de este momento hay que conservar muy bien la unidad de estas tres fases de la existencia de Cristo, pues las tres fases integran y completan la “historia de la cruz”, 1 Cor 1, 18: “Pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros - es fuerza de Dios”; pues fue al Señor de la gloria a quien crucificaron, 1 Cor 2, 8: “desconocida de todos os jefes de este mundo – pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria”.
Aunque fue humillado y sometido a los poderes de este mundo, la Resurrección de Jesús significó su victoria sobre todos ellos como Kyrios, Filp 2, 10-11: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre”; y en Rom 8, 34: “¿ ... más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros?. Aunque la encarnación forma parte del proceso salvífico, Filp 2, 7: “sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo”; y en 2 Cor 8, 9: “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de enriqueceros con su pobreza”; a Pablo no le interesa como algo separado de la pasión, muerte y Resurrección; pues en los últimos momentos es donde la obediencia de Jesús se pone manifiesto en Rom 5, 18: “mas las prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”; y en Filp 2, 8: “se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”; y en estos momentos es cuando se manifiesta como “Hijo”.
Pablo atribuye frecuentemente la redención a la iniciativa gratuita del Padre que ama a pesar de su pecado, pero al mismo tiempo dejada asentada la libre y amorosa cooperación de Cristo en la ejecución de los planes del Padre, Gal 2, 20: “y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”; y en Efes 5, 2: “y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”, y en Gal 6, 14: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!”.
La primitiva iglesia conservó la memoria de Cristo como Hijo de Hombre que vino no a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos, Mc 10, 45: “que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate de muchos”.
Con todo, Pablo insiste en la voluntariedad y vicariedad del sufrimiento y muerte de Cristo en favor de los hombres. Su doctrina depende del kerigma de la Iglesia primitiva 1 Cor 15, 3: “Cristo murió por nuestros pecados”, del que, en una u otra forma, se hace eco en otros lugares, 1 Cor 1,1 3: “Cristo se entregó por vosotros”, 1 Cor 1, 13; en Rom 5, 6: “Cristo murió por nosotros, hombres impíos”.
A veces se puede discutir si el sentido, es: “en favor de nosotros”, o “en lugar de nosotros”, pero en cualquier caso el mensaje fundamental de Pablo es el mismo. Si en ocasiones Pablo parece subrayar la muerte de Cristo por los pecados de los hombres o por su salvación 1 Tes 5, 10: “que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él”; Gal 2, 20: “y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”; sin aludir a la Resurrección, lo hace para destacar lo que costó a Cristo esta experiencia en favor de los hombres, exclama en 1 Cor 6, 20: “habéis sido comprados por un buen precio”. Con esto, Pablo, quiere poner de relieve que no fue cosa ligera es que Cristo sufrió y padeció por nosotros.
A veces, Pablo considera la muerte de Cristo como un sacrificio que sufrió por los hombres o por los pecados de los hombres. Esta concepción de la muerte de Jesús la encontramos explícitamente formulada en Efes 5, 2: “y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma”; donde aparece vinculada al amor de Cristo y con alusiones al Salm 40, 7-9: “No has querido sacrificio ni oblación, pero me has abierto el oído; no pedías holocaustos ni víctimas, dije entonces: “Aquí he venido” Está escrito en el rollo del libro que debo hacer su voluntad”. No encontramos en este texto ninguna referencia a propiciación alguna, sino la expresión del amor de Cristo, que ascendió al Padre como comida sacrificial agradable. A esta noción de sacrificio se alude también en 1 Cor 5, 7: “ ... Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado.” (Cristo como Cordero Pascual). El matiz específico de “sacrificio de la alianza” se encuentra en la perícopa eucarística de 1 Cor 11, 24-25: “dando gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”. Asimismo tomó el cáliz después de cenar, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía”.
Mucho más característico de Pablo es la vinculación de la muerte y Resurrección de Cristo corno centro del acontecimiento salvífico. El texto clave es Rom 4, 25: “Jesús, nuestro Señor,... fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación”. También ver: 1 Tes 4, 14: “Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Cristo Jesús”; y en 1 Cor 15, 12: “Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos?; y en 2 Cor 5, 14: “Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron”.
El texto clave es Rom 4, 24-25: “a quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación”; la mayoría de estos textos no dejan lugar a dudas acerca del valor soteriológico de la Primera Pascua. El texto de Rom 4, 25 expresa el doble efecto del acontecimiento salvífico: la expiación de las transgresiones de los hombres (aspecto negativo) y la institución de un estado de justicia para el hombre (aspecto positivo). La resurrección de Cristo no fue una repercusión meramente personal de su pasión y su muerte, sino que contribuyó tanto con éstas a la redención objetiva del hombre de una forma soteriológicamente causativa, 1 Cor 15, 17: “Si Cristo no ha resucitado, entonces, ... todavía permanecéis en vuestros pecados”. Para que la fe cristiana pueda ser salvífica, los labios del hombre deben confesar: “Jesús es Señor”, y su corazón debe creer que: “Dios lo resucitó de entre los muertos”, Rom 10, 9.
Es importante tener presente la forma en que habla Pablo sobre la Resurrección. Solamente en 1 Tes 4, 14, afirma que: “Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús”. En otro pasaje, Gal 1: “ ... Dios Padre lo resucitó de entre los muertos”. La eficiencia de la Resurrección se atribuye al Padre, autor del plan salvífico. Si bien es verdad que Pablo pone de manifiesto la generosidad del amor de Cristo al hablar de su entrega a la muerte, cuando atribuye la Resurrección al Padre no hace sino destacar la acción preveniente y gratuita de Dios Padre.
Sabemos por Rom 6, 4: “Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre. Así también nosotros vivamos una vida nueva”; que lo que llevó a cabo la Resurrección de Cristo fue el poder “de la gloria del Padre”. Fue, esta “doxa” del Padre la que exaltó a Cristo al estado glorioso, Filp 2, 10. Esta exaltación a los cielos constituye la “anábasis” = “ascenso” de Cristo, su ascensión al Padre, de la misma manera que la muerte en su cruz fue las expresión de profunda humillación y de su “katábasis” = “descenso”. En Efes 1, 19-21, dice: “Dios, ... ejercitó su potencia poderosa resucitando a Jesús de los muertos y sentándolo a su derecha en los cielos por encima de todo principado, potestad, virtud y señorío y de todo nombre que se nombre, ...” . Pablo consideró, lo mismo que muchos otros de la primitiva iglesia, la Resurrección y Ascensión de Cristo como una etapa única de la exaltación gloriosa de Jesús como Kyrios (Señor) de todo lo creado.
En el pensamiento de Pablo, la resurrección situó a Cristo en un nivel nuevo de relación con los hombres que tenían fe. Como resultado de ello, Cristo fue: “constituido (por el Padre) Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad”, Rom 1, 4. La “doxa” = “gloria” que recibió del Padre llegó a ser un poder; poder de crear una nueva vida en aquellos hombres que habían de creer en Él. Jesús, por la Resurrección se convirtió en el último Adán, el primer hombre nuevo del “esjaton”. El primer hombre, Adán, fue hecho “ser viviente”; el último Adán, espíritu vivificante. Como “primogénito de entre los muertos”, Col 1, 18. Cristo fue, lo mismo que Adán en la primera creación, principio de vida para toda su descendencia. Jesús, era, pues, instrumento de una “creación nueva”, 2 Cor 5, 17: “por tanto el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo todo es nuevo”; y en Gal 6, 15: “Porque lo que cuenta no es la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la criatura nueva”, y en 1 Cor 15, 45: “ ... el último Adán espíritu que da vida”.
En virtud de este principio dinámico Pablo comprueba en Gal 2, 20: “y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”; transformando, incluso, su vida física, 2 Cor 3, 18: “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu”.
Y por ser “espíritu que da vida” Jesús lleva a efecto la justificación de los creyentes y los salva de la ira del Señor, 1 Tes 1, 10: “y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la ira venidera”; por eso Pablo ora: “para conocer a Cristo y el poder de su resurrección”; y en Filp 3, 10: “y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hechos semejantes a Él en la muerte; llegando a comprender que el Kyrios posee un poder capaz de efectuar la resurrección de los cristianos 1 Tes 4, 14: “Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús”.
Así pues, Cristo fue el Salvador de los hombres por la pasión, muerte y Resurrección. El título de Salvador, Pablo sólo lo emplea en Filp 3, 20: “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo”; y en Efes 5, 23: “... como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo”.
Una de las razones que explican este hecho estriba en que Pablo considera normalmente la salvación como algo que Cristo tiene todavía que terminar en los hombres, 1 Tes 5, 9: “Dios no nos ha destinado para la ira, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo”; y en Rom 5, 9-10: “¿Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por Él salvos de la ira! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de si Hijo! con cuánta más razón estando reconciliados, seremos salvos por su vida!”. Raramente se refiera a la salvación como algo ya acabado 1 Cor 1, 21: “De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación”.
Si la considera como algo que está en vías de acabamiento 2 Cor 2, 15: “Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden”; es porque piensa que Cristo, como Kyrios, está intercediendo por los hombres en el cielo, Rom 8, 34: “¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros?”; Pablo ha refundido una idea propia del AT, salvación que se realizará el “día del Señor”, el día en que el justo Israel sea salvado y la ira de Dios se manifieste sobre los pecadores.
D. EL SEÑOR Y EL ESPÍRITU
Antes de abordar los diversos efectos que Pablo atribuye al acontecimiento de la salvación debemos dedicar unas líneas a la relación que hay entre el Señor y el Espíritu en el plan salvífico del Padre; ya hemos visto que Pablo llama a Cristo: “poder de Dios y sabiduría de Dios”, 1 Cor 1, 24. Lo mismo que el término “espíritu de Dios”, estas expresiones son formas con el AT. designa la actividad divina “ad extra”. En algunos pasajes de sus cartas Pablo no distingue claramente entre el Espíritu y Jesús. En Rom 8, 9-11: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo ha muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”; los términos “espíritu de Dios”, “espíritu de Cristo”, "Cristo”, y “el espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos”, son empleados con igual valor en la descripción que hace Pablo de la inhabitación de Dios en la experiencia cristiana.
Cristo, “último Adán”, después de la resurrección, se convirtió en “espíritu vivificante”, 1 Cor 15, 45, y fue “establecido como Hijo de Dios en poder y sabiduría con el espíritu de santidad”, Rom1, 4. Pablo, habla de la misión del “espíritu del Hijo”, Gal 4, 6, del “espíritu de Jesucristo”, Filp 1, 19, y de Jesús como “el Señor del Espíritu”, 2 Cor 3, 18. Por último, llega a afirmar: “El Señor es el Espíritu”, 2 Cor 3, 17.
Por otra parte existe en las cartas de Pablo textos triádicos que sitúan a Dios (el Padre), a Cristo (el Hijo) y al Espíritu en un paralelismo que suministra el fundamento para el dogma posterior de la Trinidad, 2 Cor 13, 13: “La gracia de Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Y en 2 Cor 1, 21-22: “Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”; y en 1 Cor 2, 7-10: “sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada, por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los jefes de este mundo – pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria – . Más bien como dice la Escritura: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman”. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea hasta las profundidades de Dios”.
En Gal 4, 4-6: “Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos. Y como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama : ¡Abba, Padre!”, encontramos la doble misión del “Hijo” y del “Espíritu del Hijo”. Estas dos series de textos ponen de manifiesto que no es clara la concepción de Pablo sobre las relaciones existentes entre el Espíritu y el Hijo. Parece que Pablo comparte con el AT. una noción de personalidad más amplia y fluida que nuestras sutilezas teológicas posteriores. La concepción de Pablo es solamente una concepción “económica” de la Trinidad.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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