Los Retos de la Familia - 3° Parte: Una mirada a la historia reciente - La crisis de la encíclica “Humanae vitae” y la revolución sexual
LOS RETOS DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO ACTUAL
Mons. Juan Antonio Reig Pla Obispo de Alcalá de Henares Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Sección Española)
Continuación
2. La crisis de la encíclica “Humanae vitae” y la revolución sexual
El entusiasmo provocado por el Concilio pronto se vio turbado por las manifestaciones de la revolución sexual y por el disenso doctrinal que siguió a la encíclica Humanae vitae promulgada en 1968 por el Papa Pablo VI.
La revolución sexual, que venía gestándose desde los albores del siglo pasado, hunde sus raíces en el marxismo y en el existencialismo de corte a la vez marxista y liberal. Ya Engels, en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, propugnaba la destrucción de la familia considerada como plataforma conservadora en la que se daba la primera lucha de clases: la dialéctica de los sexos; el esposo/padre-patrón esclavizaba a la mujer mediante la maternidad e impedía su liberación.
Desde entonces fue creciendo todo un movimiento que tenía como bandera la promoción de la mujer y el logro de su autonomía económica y radical. El exponente más claro de este movimiento en Europa es Simone de Beauvoir con la publicación del libro El segundo sexo. En el área americana hay que mencionar a Margaret Sanger, fundadora de la Planned Parenthood. Una de las feministas más radicales ha sido Shulamith Firestone, quien hizo de la supresión de la familia su objetivo
prioritario a través de “la eliminación de la distinción sexual en sí misma”.
En el mismo contexto americano, los dos informes del zoólogo Alfred Kinsey sobre el comportamiento sexual del varón (1948) y de la mujer (1953) supusieron el respaldo pseudocientífico para afirmar la ausencia normativa en el campo de la conducta sexual humana y la equiparación de todas las conductas sexuales. El que los informes no fueran elaborados rigurosamente y que los resultados fueran fraudulentos, no fue inconveniente para que en todas las universidades y espacios formativos se divulgase la doctrina Kinsey que suponía el derrumbe de la identidad sexual y la moral tradicional. Para Kinsey, uno de los principales teóricos del pansexualismo hedonista, la sexualidad
considerada por la sociedad como “desviada” era, en realidad, normal.
Con estos antecedentes, los voceros de la revolución sexual fueron Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, que inspiraron las revueltas estudiantiles de mayo del ´68 francés y la proliferación de conductas que abrogaban por la destrucción de la ética sexual, considerada como el órgano de represión por el poder. Uno de los instrumentos para la llamada “liberación sexual”, unida a la “liberación de la mujer”, fue el desarrollo de la píldora anticonceptiva, con la que se pretendía, además, “frenar la superpoblación mundial”.
En este contexto de revolución cultural fue promulgada por el Papa Pablo VI la encíclica Humanae vitae (1968). En ella el Santo Padre reivindica la grandeza del amor conyugal, al que caracteriza
con las siguientes notas: es un amor plenamente humano y total, fiel, exclusivo y fecundo (HV 7).
Por su parte, la revolución sexual ya había propuesto como paradigma desvincular la conducta sexual tanto de la procreación como del matrimonio y del amor. La sexualidad, sirviéndose de los instrumentos anticonceptivos, pasaba a ser como un grito de libertad, un juego erótico sin referencias a normas o responsabilidades.
Con este caldo de cultivo se “comprende” el disenso que se organizó en torno a la encíclica Humanae vitae. Algunos la criticaban de irresponsable ante el fenómeno de la superpoblación; otros consideraban que la Iglesia había dado la espalda a la ciencia y a la racionalidad en el control de la natalidad. Los partidarios de las tesis de la revolución sexual se revolvían contra lo que consideraban el “corsé” de la doctrina tradicional que impedía el amor libre, etc. Al interior de la Iglesia también
se producía el disenso doctrinal ante la promulgación de una encíclica en la que se habían rechazado las conclusiones de la Comisión mayoritaria de teólogos y expertos promovida por Pablo VI; se acusaba al Papa de haber cedido ante un planteamiento de la naturaleza humana y de la ley natural
sobrepasados por la Teología moral, etc. Tampoco faltaron las respuestas críticas de algunas conferencias episcopales y de grupos de sacerdotes como el llamado “caso Washington”. Todo esto provocó un malestar y desorientación de los sacerdotes y un bloqueo, cuando no un colapso, de
la Pastoral familiar que quiso promover el Concilio Vaticano II.
Lo cierto es que a partir de ese momento la reflexión moral sobre el amor y el matrimonio se centró sobre las cuestiones éticas en torno a la paternidad responsable y en torno a la validez doctrinal de la
propia encíclica Humanae vitae. Los textos de moral que se estudiaban en los seminarios y facultades eclesiásticas no colaboraban a esclarecer la doctrina católica a los sacerdotes y al pueblo fiel que no contaba todavía con la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica que le sirviera de orientación. Tanto la predicación de los sacerdotes como la práctica de la confesión de los fieles sufrieron una gran dosis de desconcierto que repercutía en la conducta de los matrimonios.
Pasado el tiempo se ha podido comprobar el espíritu profético de Pablo VI, quien apelaba al testimonio de los matrimonios católicos, a la colaboración sincera de los sacerdotes y a la responsabilidad de las autoridades civiles y de los científicos. El no haber oído las propuestas
de Pablo VI ha conducido, particularmente a Europa y Occidente, a vivir un invierno demográfico, a ver banalizada y degradada la conducta sexual, a las rupturas familiares en crecida, a la desorientación de los jóvenes y a dotar a los gobiernos de las naciones de instrumentos que
han propiciado la anticoncepción, la esterilización y el aborto.
Pablo VI, tras el análisis del amor con sus cuatro notas, afirma la norma moral: “cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus), debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (HV 11). Además apela al concepto de paternidad responsable que requiere, cuando hay motivos justos, el recurso a los días agenésicos del ciclo de la mujer. Para ello se hace necesario fortalecer la virtud de la castidad que capacita tanto para una donación plena de los esposos como para la abstinencia
en los días adecuados. Al mismo tiempo el Papa anima a conocer los métodos de observación de los ritmos naturales de la fertilidad de la mujer que en ese momento son el método Ogino-Knaus y el incipiente llamado método Billings, matrimonio australiano que propone conocer el ciclo de la mujer por el análisis de la mucosidad vaginal. De no seguir la norma moral, el Papa Pablo VI vaticinaba en las conclusiones de su encíclica todos los males que podrían sobrevenir (HV 17).
La incipiente Conferencia Episcopal Española recibió con asentimiento la encíclica Humanae vitae pero sin ofrecer las claves para responder al disenso doctrinal y favorecer una Pastoral familiar
acorde con los tiempos. La verdad es que la situación en España ha resultado especialmente difícil porque todos los temas referidos a la vida humana, al matrimonio y a la familia se han visto influidos por el afán de novedad que suponía el cambio de régimen y por el nuevo espíritu de “libertad” que se respiraba en todos los ambientes, también en la Iglesia.
Lo cierto es que la Conferencia Episcopal Española publicó en 1979 su primer documento titulado Matrimonio y familia en el que se apunta la necesidad de una Pastoral familiar que ayude a los esposos a afrontar sus responsabilidades conyugales fortaleciendo su espiritualidad y siendo
conscientes de lo que reclama la misión de la familia.
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