P. Adolfo Franco, S.J.
DOMINGO XIX
del Tiempo Ordinario
Mateo 14,22-33
Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Al atardecer estaba solo allí. La barca, que se hallaba ya muchos estadios distante de tierra, era zarandeada por las olas, pues el viento soplaba en contra. A la cuarta vigilia de la noche vino hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y se pusieron a gritar de miedo. Pero al instante les habló así Jesús: «¡Tranquilos!, soy yo. No temáis.» Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, en dirección a Jesús. Pero, al sentir la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Jesús tendió al punto la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Cuando subieron a la barca, amainó el viento. Entonces los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.»
Palabra de Dios.
Cuando Jesús sube a la barca, la barca avanza mejor.
Esta escena del Evangelio nos muestra a Jesús caminando sobre las aguas mientras los apóstoles están en la barca remando con dificultad. Y cuando ven a Jesús venir hacia ellos desde lejos, piensan que es un fantasma y se asustan.
Se nos presentan dos mundos, el mundo de la barca, en que se avanza con dificultad y con mucho esfuerzo, y el mundo libre fuera de la barca, donde se camina sobre el mar.
Esta escena tan especial del evangelio se puede interpretar como una clave de nuestra vida, en su empeño por ascender más arriba; se puede interpretar como un símbolo de lo que es la ascensión espiritual. Nos presenta como los dos niveles de la realidad en los cuales nos situamos en esta vida los seres humanos: el nivel de la realidad mundana, o sea eso que vemos, pesamos y medimos; lo que llamamos nuestro mundo. Y el otro nivel, ese al que nos asomamos por la fe, al que accedemos al orar: el nivel de la realidad sobrenatural, la que está totalmente llena por Dios.
Volvamos a la escena: Jesús caminando sobre las aguas y los apóstoles en la barca. Nosotros vivimos, como los apóstoles, en la barca, que está flotando y está sostenida por el agua: ese es nuestro mundo. Jesús, que acaba de orar está flotando sobre el agua. Ha orado de tal forma que está viviendo en el otro nivel, en el que se flota sobre la realidad mundana. Y por eso los de la barca lo creen un fantasma. Jesús ha vivido su oración de tal forma que parece fantasma. Es el efecto de una oración elevada: su contacto con el Padre le da una vivencia, una perspectiva y una apariencia nueva. Ocurre esto mismo en la Transfiguración en que Jesús resplandecía de blancura; ocurre aquí, que vuelve de su oración y va caminando por encima de nuestras realidades de cada día, por encima del mar. Ocurre cuando, a la vuelta de una sesión de oración, los discípulos lo ven transformado y se admiran y le piden: enséñanos a orar.
Este efecto transformador de la oración, ha puesto a Jesús (que siempre vive con los pies en nuestra tierra) en otro nivel, a donde también nos quiere llevar a nosotros. Por eso en este pasaje a Pedro le dice: Ven. Y Pedro sale de la barca (de esta realidad simplemente mundana) al otro nivel, al de las realidades supremas, y le manda que camine sobre las aguas. Desde este mundo en que vivimos ahora ¿se puede acceder al nivel superior, el nivel de las realidades inmutables? ¿Puede darse la invitación de Jesús a que salgamos de la barca y a que caminemos sobre las aguas?
Toda persona, cuando la oración le introduce en el ámbito sin fronteras de la fe, de alguna manera se ha puesto a caminar sobre las aguas. Y especialmente en esa oración simple y silenciosa, en que nuestro espíritu se pone en su totalidad a la vista de Dios. Pero también la oración más común de peticiones, es salir de la barca y caminar por encima de las aguas, llamados por la voz de Jesús. Y el sostén del caminante es la fe: la fe nos sostiene al ponernos a caminar sobre el mar. Porque la oración es el ejercicio valiente y decidido de la fe.
Algunas veces se experimenta la llamada fuerte a caminar sobre las aguas. Una llamada a salir de la barca y caminar sobre la superficie del mar. Y ya no salir de la barca momentáneamente para volver a ella, sino salir de la barca para vivir caminando sobre las aguas. Alguna vez se da esta llamada y esta experiencia. Y no es para salirse de este mundo, pero sí para ver el mundo, desde encima del mar, y no simplemente desde la barca. Y ahí puede ocurrir el peligro de titubear, de tener dudas de lo que está pasando y entonces, el agua se abre debajo de los pies, y se hunde el sujeto de la experiencia. Y es que es difícil no dudar, es difícil no preguntarse por la realidad nueva que se está viviendo.
Esto por otra parte no es lo más importante de la lección de este evangelio, lo verdaderamente importante es el conocimiento de las dos realidades, y de que es fundamental que caminemos con la mirada puesta en ese “maravilloso mundo del amor de Dios”, donde se camina sobre las aguas, al que estamos llamados a llegar y a donde llegaremos para vivir asombrados.
Esta lección se puede sacar de esta escena: de una forma se ven las cosas cuando estamos dentro de la barca, y de otra forma cuando salimos de la barca para caminar sobre las olas. Desde la barca Jesús es visto como un fantasma, pero cuando se sale de la barca se le ve como el que nos salva de las olas.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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