Cristología II - 28° Parte: La redención en la Tradición



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


10. LA EXPLICACIÓN DE LA REDENCIÓN EN LA TRADICIÓN

10.1. ELEMENTOS DE EXPLICACIÓN EN LA DOCTRINA PATRÍSTICA

En los Padres no se encuentran intentos de una explicación sistemática de la Redención. Una tentativa no aparecerá hasta la Edad Medía, con S. Anselmo. Se observan, no obstante, no pocos elementos de explicación como son: la victoria de Cristo sobre el demonio, la función salvífica de la Encarnación, la doctrina del sacrificio.


10.2. LA VICTORIA DE CRISTO SOBRE EL DEMONIO

Los Padres se complacen en subrayar, en la obra redentora, la liberación de la humanidad del poder de Satanás. Este tema se presenta de diversas formas. Es raro que la sangre de Cristo se presente como pagada al demonio "a quien habíamos sido vendidos por nuestros pecados", S. Ambrosio. Aquí habría, en efecto, una utilización de la imagen de rescate difícilmente compatible con el principio del sacrificio ofrecido al Padre. En Agustín, esta teoría se complementa por la del abuso de poder perpetrado por el demonio, que ha querido ejercitar sobre Cristo inocente un derecho que tan sólo poseía sobre los pecadores, y que por eso ha merecido perder todos sus prisioneros. Esta explicación se propagó no solamente en la teología latino sino también en la oriental. Sin embargo, yerra al atribuir al demonio un verdadero derecho sobre la humanidad, y al imaginar un abuso de ese derecho, como si el abuso cometido por Satanás no consistiera en el influjo que ejerce sobre el hombre para hacerle pecar.

También se hizo bastante común la teoría del "desquite". Según la cual convenía que Dios obtuviera la victoria de la misma manera que el demonio había obtenido la suya, esto es, por medio de un hombre nacido de mujer. Esta teoría va acompañada a veces de ingeniosas descripciones de la trampa tendida por al demonio, anzuelo, ratonera, etc. Es evidente que no se le podría atribuir a Dios la venganza ni el engaño; por las imágenes utilizadas son las propias de una predicación popular, que quiere hacer comprender el triunfo divino sobre Satanás.

La explicación teológica de la redención no puede recurrir a imágenes de este género; también debe de evitar el concentrar la atención en Satanás, como si fuera éste el que ocupa el lugar céntrico del misterio de la Redención. Pero, pese a sus imperfecciones, los textos patrísticos contienen un dato que no se puede desatender. Subrayan un aspecto del drama redentor que el pensamiento moderno propende a menudo a pasar por alto o a dejar en la penumbra: la lucha con los poderes espirituales del mal. Al recalcar esa lucha, los Padres no hacen, por lo demás, otra cosa que recoger una idea esencial en la Escritura: Cristo ha liberado a la humanidad mediante el triunfo sobre Satanás y despojándole de su poder esclavizador Las metáforas patrísticas tienden a ponernos delante de los ojos la gran verdad de que nuestra salvación ha sido obtenida mediante una victoria de Cristo sobre aquel que tenía sujeta a la humanidad bajo la servidumbre del pecado: así como antes el demonio había arrancado a la humanidad de la amistad divina Cristo ha substraído a la humanidad toda del poder del demonio. El demonio ha sido vencido allí mismo donde él había triunfado provisionalmente: en el corazón del hombre.


10.3. LA DOCTRINA DE LA "SATISFACCIÓN" DE SAN ANSELMO 

En la teología patrística la encarnación del Verbo y su sacrificio en la cruz fueron interpretados como “liberación” del pecado y del mal, “recapitulación salvífica”, “inmortalidad”, “divinización” e iluminación del hombre, también como victoria sobre el demonio.

Es San Anselmo de Aosta (Obispo de Canterbury, Inglaterra) el que desarrolla la teoría de la “satisfacción”, y en esta doctrina encontró una sistematización precisa. Definido el pecado como el rechazo del honor debido a Dios, la “satisfacción” consiste en la reparación de esta falta, restituyendo a Dios el honor debido. Pero el hombre no  puede por sí mismo ofrecer esta satisfacción: tanto porque todas sus acciones, su conversión y sus obras de misericordia son ya debidas a Dios, independientemente del pecado, como porque el pecado es tan grande que no puede ser reparado por ninguna criatura. Entonces sólo Dios puede cumplir una satisfacción adecuada aunque haya de ser el hombre el que la ofrezca. Por eso, es necesario que se aun Dios – hombre el que la cumpla. Así se explica la encarnación del Verbo y su muerte ignominiosa.

Jesucristo, siendo inocente, al aceptar libremente el sacrificio de la cruz, puede merecer una satisfacción infinita por todos los pecados del mundo. La muerte de Dios encarnado constituye la obra supererogatoria, no debida, que puede devolver a Dios el honor sustraído por el pecado.

Aceptamos de S. Anselmo el mérito de haber subrayado la razonabilidad de la muerte redentora de Cristo. Sin embargo esta teoría teológica parece insistir demasiado en la necesidad de la encarnación, con perjuicio de su intrínseca gratuidad. Dios Padre no se vio “obligado” a que su Hijo, el Verbo, se encarnara para que se realizara la satisfacción por  la ofensa del pecado del mundo.

Abelardo (1142) por el contrario, presentará la pasión de Cristo como manifestación de la caridad divina que mediante este “ejemplo” supremo de donación estimula al hombre a una respuesta de amor. Santo Tomás de Aquino ofrecerá diversas categorías interpretativas de la pasión. Además de la satisfacción, él habla de mérito, sacrificio y redención. Cada una de ellas manifiesta un aspecto original del misterio Pascual de Cristo. Después se han propuesto otras muchas interpretaciones, algunas de las cuales están bastante alejadas del auténtico dato bíblico.


10.4. LA DOCTRINA DEL "MÉRITO". DESARROLLO DE LA DOCTRINA DEL MÉRITO

Fue en la Edad Medía cuando se elaboró de un modo sistemático la doctrina del mérito de Cristo en la Redención. Pero se puede demostrar que esta doctrina se apoya en los datos de la Escritura y de la Tradición Patrística, donde ya se encuentra formulada, al menos en términos equivalentes.

El "mérito" se define ordinariamente como "un derecho a la recompensa". Es un término latino, que no tiene su estricto sinónimo en griego. Para formular esa idea en griego, se emplea la expresión: "ser digno de". Pero lo importante aquí es la idea en sí misma: el mérito quiere expresar la relación de consecuencia que existe, por razón del valor moral de un acto, entre ese acto y su sanción y recompensa.

En la Escritura el "mérito redentor" de Cristo está implícitamente afirmado siempre que se reconoce la eficacia de la muerte de Cristo en relación con nuestra salvación. Ya en la profecía del Siervo paciente, la glorificación del Siervo y el cumplimiento de su misión salvadora se presentaban como fruto de sus sentimientos el siervo obtenía la remisión de los pecados en virtud de los sufrimientos o del sacrificio expiatorio, Is 53, 10-12. Según S. Pablo la redención y reconciliación se deben a la muerte de Cristo; se realizan en "su sangre". El mismo Cristo afirmó el nexo que existe entre su sangre derramada y la remisión de los pecados, entre sus sufrimientos y su triunfo glorioso, Mt 26, 28; Lc 24, 26.

Todavía más expresamente se afirma el mérito cuando la Escritura señala, como causa al hecho de la Redención, el valor moral contenido en la muerte de Cristo. La epístola a los Hebreos declara que Cristo fue escuchado en su sacrificio "por su piedad", y que de este modo llegó a ser causa de nuestra salvación Hebr.5,79. En el himno cristológico de Filipenses la máxima humillación aceptada por Cristo al obedecer hasta la muerte en cruz está considerada como el motivo de su máxima exaltación: "por lo cual Dios lo exaltó",  Filp 2, 9.

En la época patrística, es precisamente ese texto paulino da pie para que, en los escritos de S. Hilario, aparezca "mérito": "en razón del mérito de la humildad", o "de la obediencia", humildad y obediencia en virtud de las el que le la palabra mérito de las cuales se había anonadado tomando la forma de siervo, Cristo obtuvo su glorificación, esto es, la posesión, en su naturaleza humana, de la naturaleza divina que le era propia.

Su entrada en la gloria del Padre fue la "recompensa" el "salario" de la humanidad. En forma análoga se expresa S. Agustín con una fórmula bien acuñada: "la humildad es mérito de la gloria; la gloria es recompensa de la humildad". La afirmación del mérito redentor de Cristo se encuentra en ciertos pasajes de S. León y de S. Gregorio Magno.

Pero la noción del mérito redentor de Cristo permanecía en la predicación, como se puede comprobar en las obras de S. Bernardo y ese mérito era considerado como algo referido a nuestra salvación o a la glorificación personal del Salvador.

Pedro Lombardo hizo que la teología escolástica aceptara definitivamente el mérito bajo su doble aspecto. Sostiene que Cristo ha merecido para sus miembros la liberación del pecado y la entrada en el reino, y que El ha merecido para sí mismo la glorificación del cuerpo y la impasibilidad del alma. Es indudable que encontraba más asentada en la tradición la noción de mérito que la de satisfacción, ya que, aun exponiendo ampliamente la doctrina del mérito, se abstiene de pronunciar la palabra satisfacción.

Sto. Tomás adopta la misma doctrina: por una parte, Cristo ha merecido su resurrección, con todo lo referente a su glorificación corporal; por otra parte, como la gracia no se le ha dado tan sólo a titulo individual, sino como Cabeza de la Iglesia, con su Pasión ha merecido la salvación, no sólo para sí mismo, sino para todos sus miembros. Este desarrollo doctrinal termina con la declaración ya citada en el Concilio de Trento, según la cual Cristo: "con su santísima Pasión, sobre el madero de la cruz, nos ha merecido la justificación".


10.5. NATURALEZA JURÍDICA U ONTOLÓGICA DEL MÉRITO

Definiendo el mérito como un derecho a la recompensa, se le confiere un aspecto jurídico. La calificación "de condigno" corre el peligro de acentuar el juridicismo, pues implica un derecho estricto. Pero ya hemos explicado este mérito "de condigno" afirmando la proporción existente entre el valor ya presente en la Pasión y este mismo valor manifestado, gracias a la aceptación divina, en la glorificación de Cristo.

Profundicemos algo más en esta explicación. El valor de la Pasión estriba en la actitud interior de obediencia y de amor adoptada por Cristo al ofrecer su sacrificio. De esta obediencia suprema pasó Cristo a una exaltación suprema: en el himno cristológico de Filipenses, S. Pablo intentó poner de relieve este paso de un extremo al otro. De este modo insinúa una cierta proporción entre ambos extremos: cuanto más se rebajó Cristo, descendiendo de su categoría divina hasta el colmo de la humillación humana, tanto más fue exaltado, hasta la más esplendente manifestación de la dignidad divina. Pero esta proporción, que al exterior presenta un violento contraste, constituye en realidad una continuidad interna. En efecto, mediante su obediencia integral Cristo se abrió de lleno a la acción divina. La voluntad del Padre se cumplía en él de una manera perfecta, en la misma Pasión, y esa voluntad siguió cumpliéndose en una irradiación exterior, en la glorificación.

La actitud de obediencia es la requerida por la alianza: como la alianza es bilateral, requiere el concurso de una acción auténticamente humana, que surja de la voluntad libre del hombre; como es obra del amor soberano de Dios, requiere por parte de la libertad humana una obediencia prestada por amor, ya que gracias a esta obediencia Dios puede actuar en el hombre e instaurar en él, con su cooperación, su alianza. También el mérito nace de la obediencia, y que por medio de la obediencia la actividad de Dios se realiza en el interior del hombre, y de este modo puede ahí establecer la alianza a través de la aceptación del sacrificio.

Por consiguiente, la aceptación divina del sacrificio no fue, en definitiva, otra cosa sino la continuación de la acción de Dios que se había desplegado en el mismo sacrificio, y Cristo, en la glorificación, reveló lo que ya era El en la Pasión. Por lo dicho hasta aquí se comprende mejor la naturaleza ontológica del mérito; se trata de un valor vital, debido a la operación divina encarnada en una acción humana.


10.6. MÉRITO INDIVIDUAL Y UNIVERSAL

¿De qué modo el mérito individual de Cristo puede alcanzar a todos los hombres? En efecto, habiendo muerto por todos los hombres, Cristo ha merecido "de condigno" la salvación para toda la totalidad del género humano. Ordinariamente, un hombre solamente puede merecer "de condigno" para sí mismo, pero no para los demás. ¿A qué se debe en el caso de Cristo, la extensión universal del mérito redentor?.

El P. Glorieux, al estudiar este problema, ha fijado especialmente la atención en la doctrina expuesta por Sto. Tomás. Suyo es un pasaje característico, que expresa un principio de solución: "La carne de Cristo, lo mismo que su alma, era como un instrumento de la divinidad; por eso, aunque la operación de Dios y la operación del hombre sean diferentes, la operación humana poseía, sin embargo, en sí misma la fuerza de la divinidad, así como el instrumento actúa gracias a la fuerza del agente principal.

Por consiguiente, la acción meritoria de Cristo, aun siendo una acción humana, estaba animada por una potencia divina, y por eso tenía poder sobre toda la naturaleza; cosa que no habría sido posible para la operación de un simple hombre, ya que un hombre individual es menos digno que la naturaleza común. Se sigue de aquí que el mérito de Cristo, que se extendía a la naturaleza, podía extenderse igualmente a cada hombre; así es como ha podido merecer para todos los demás".

El mérito de Cristo se ha extendido, por lo tanto, a toda la naturaleza humana, porque Cristo actuaba con una potencia divina, capaz de influir no solamente en los individuos particulares sino sobre la misma naturaleza. Sto. Tomás subraya que la redención supone una satisfacción no solamente para todos los individuos humanos sino "para toda la naturaleza humana". El obstáculo que cerraba la entrada en el paraíso no sólo era el obstáculo del pecado actual, que proviene de la persona, sino del obstáculo del pecado original que proviene de la naturaleza: este segundo obstáculo es "común a todos; y este obstáculo no ha podido ser suprimido sino por aquel, cuya operación tiene poder sobre la naturaleza, esto es, por Cristo".

De estos textos y de otros análogos, concluye Glorieux que: "de un modo ciertamente misterioso, se da en Jesús una unión, una identidad entre naturaleza individual y la naturaleza humana, esa naturaleza específica de la que todo los hombres participan". Es esa naturaleza específica la que Cristo toma en sí mismo, en virtud de esa unión esencial: "ella, de forma misteriosa, constituye una sola cosa con él".

El principio básico de explicación estriba en la potencia divina que anima las acciones humanas de Cristo. Esa potencia es capaz de ejercer un influjo sobre la misma condición de la naturaleza humana; una potencia tal sólo la puede tener Dios. También la Encarnación, al conferir una fuerza divina a las operaciones humanas de Jesús, sirve de fundamento a la universalidad de su mérito. Tomás explica la universalidad en base a la "eficacia infinita" del mérito derivada del hecho de que ahí se da "acción de Dios y del hombre", y por la eficacia infinita de la satisfacción derivada de la entrega de un alma que, por estar unida a Dios, tenía un valor infinito.


10.7. LA MUERTE DE JESÚS COMO "RECONCILIACIÓN" PERFECTA DEL HOMBRE CON DIOS

Todas estas teorías intentan iluminar desde distintos puntos de vista el gran misterio de la salvación definitiva realizada por el Misterio Pascual de Cristo. Todas ellas, sin embargo, deben ser continuamente purificadas y completadas. Para expresar el significado global de la muerte de Jesús puede decirse que en ella se ha realizado la “reparación por el pecado de la humanidad”. La “reparación es una categoría más general y abierta para interpretar el múltiple contenido teológico de la pasión de Cristo, que la Escritura y la tradición eclesial presentan de diversas maneras. La “reparación” abarca todo lo que hay de común en los términos de redención, satisfacción, mérito, sacrificio, caridad, liberación, expiación.

En el NT. El pecado es presentado como ofensa al Padre, pero también como revelación de la grandeza del perdón y de la misericordia gozosa y sin límites del Padre para con el pecador. Un precioso ejemplo en este sentido lo tenemos en la parábola del hijo que se aleja de la casa del Padre: el Padre, sin embargo, lo espera y a su retorno, lo acoge con alegría, Lc 15,11-32. El pecado es una herida a la caridad de Dios, Mc 3,5. En la misteriosa analogía del verdadero amor humano traicionado, Dios revela la intrínseca malicia del pecado. Sin embargo, las repercusiones de esta herida en Dios no son del tipo humano. El pecado no provoca en Dios una reacción de amor propio o de dolor estéril, sino, paradójicamente, una mayor disponibilidad a la acogida misericordiosa. Aquí reside la misteriosa realidad del pecado del hombre y de la invencible y gratuita actitud de Dios al perdonarlo. Cuando el pecado del hombre llega a Dios, su carga negativa de odio, de dolor, de muerte y de traición produce una extraordinaria reacción de perdón, de amor, de vida y de amistad más grande que la ofensa recibida. De lo contrario, no podría explicarse la entrega dolorosa del Hijo de Dios encarnado en el sacrificio de la cruz, que es como una recomposición del amor de Dios herido. La herida del pecado es real, como es real el designio de redención en Cristo. Pero es una herida que manifiesta únicamente el dolor y la pasión de Dios por el hombre, que se pierde con el pecado, dañándose a sí mismo. Este es el gran sufrimiento que el pecado del hombre causa a Dios.

Este dolor se convierte en misterio de misericordia y de perdón. Por eso el Verbo se hace carne, para hacerse totalmente perdón. Su devenir libre y gratuito es el testimonio supremo de la gran pasión de Dios por la salvación de la humanidad. Al hombre que peca, Dios le responde volviéndole a proponer su nombre que es Amor. En la caridad trinitaria está el origen tanto de la encarnación como de la cruz de Cristo, que es la invencible respuesta de amor por parte de Dios al hombre, en su misma condición de humanidad pasible y mortal. Al orgullo y la desobediencia de Adán, Cristo responde con la humillación y la obediencia al Padre hasta la muerte y muerte en cruz.

Por tanto con su muerte, Cristo devuelve al Padre una humanidad hecha obediente en el Espíritu. La cruz de Cristo rescata el árbol de la desobediencia de Adán. En el sacrificio de Cristo, la humanidad, que se había alejado de Dios, vuelve para siempre a la comunión y a la vida divina, es decir, la humanidad recupera en Cristo la genuina filiación divina, perdida por el orgullo y desobediencia de Adán. La cruz de Cristo es la única reparación verdadera y sobreabundante que el hombre podía dar a Dios. En ella se cumple la reconciliación perfecta entre el hombre y Dios, y la restauración y la divinización definitiva de la humanidad.


10.8. LA DOCTRINA DE LA "SUSTITUCIÓN"

Según esta hipótesis, Jesús, siendo inocente, “nos sustituye a nosotros pecadores” (sustitución penal), “hace nuestras veces” (sustitución vicaria), sufriendo y reparando por nosotros y en nuestro lugar. Esta era la práctica penitencial habitual en el A.T. Los sacrificios veterotestamentarios así lo atestiguan. Tanto en el holocausto ofrecido en el Templo, Lev 1, 1-17, como en los sacrificios de expiación por los pecados, Lev 4, 1-5, los sacrificios de reparación, Lev 5, 14-26, la víctima animal hace las veces del hombre y es inmolada a Dios por el hombre.

Alguna vez se ha identificado también a Jesucristo con el “chivo expiatorio”, Lev 16, 21-22, cargado con los pecados de los hombres. Y el Siervo de Yahveh del Deuteroisaías es considerado como el ejemplo de sustitución vicaria. Is 52, 13 - 53, 1-12. El Siervo inocente cargando con las culpas de la humanidad, afronta libremente los sufrimientos y la muerte como expiación de los pecados de los hombres. En esta línea se interpreta la afirmación de Jesús: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”, Mc 10 45.

La mayor parte de las interpretaciones teológicas de la muerte de Jesús presuponen una cierta “sustitución vicaria”. La verdad perenne de esta hipótesis está en afirmar que Jesús ha ofrecido al Padre lo que el hombre pecador no podía ofrecer él solo. La sustitución vicaria indica tanto la gratitud de la acción de Dios en Cristo como la incapacidad absoluta del hombre para librarse por sí solo.

Ahora bien, la identificación de Cristo con el chivo expiatorio del AT no es muy feliz, ya que al chivo expiatorio se le transfieren todos los pecados del pueblo es una víctima impura, cosa que no ocurre en Cristo. Por otra parte, el sacrificio redentor de Cristo no elimina nuestro compromiso de participación en su pasión y muerte, 2 Cor 4, 7-12, con el fin de completar “lo que falta a los sufrimientos de Cristo”, Col 1, 24.


10.9. DOCTRINA DE LA "SOLIDARIDAD"

Para otros teólogos es la solidaridad el principio fundamental para interpretar la pasión y muerte de Jesús “por nosotros”. En esta perspectiva, el Siervo de Yahveh es considerado como víctima inocente del sacrifico de expiación por los pecados de la humanidad, pero no porque se inmola en “nuestro lugar”, “no se trata de la sustitución del siervo fiel por el pueblo pecador; sino de una solidaridad aceptada con vistas  a la expiación y al perdón divino”.

En este sentido habría que interpretar la afirmación de Mc, 10, 45: “que tampoco el Hijo del hombre ha  venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. S. Pablo usa también el término “por otros” y en él aflora más la idea de solidaridad que la idea de “sustitución”, Jesucristo no se ha inmolado y no ha vuelto al Padre para evitarnos a nosotros que lo hagamos; en este sentido no ha muerto “en nuestro puesto”. La “solidaridad” de Cristo tiene una motivación ontológica y cultual. En el plano del ser, Jesús es solidario con la humanidad mediante la encarnación: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos. Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos”, Gal 4,4.

Con su encarnación el Hijo se ha hecho auténtico hombre, entrando en solidaridad ontológica con la humanidad entera. Así, pues, la solidaridad cultual del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz se apoya en la solidaridad ontológica = la encarnación. Efectivamente, el sacrificio redentor cumplido en la plenitud de los tiempos y “una vez por todas para quitar los pecados de muchos”, Hebr 9, 28; 10,10-12, hace posible el ejercicio de su misión sacerdotal: “ (Jesús ) en los días de su vida terrena presentó oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía liberarlo de la muerte y fue escuchado por su piedad. Aun siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer y, llevado a la perfección, se ha convertido en causa de salvación eterna para cuantos le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote según el rito de Melquisedec”, Hebr 5, 7-10. La verdad de esta hipótesis está en la participación de Cristo en la naturaleza humana, mediante la cual de hecho es solidario con el destino de la humanidad entera. Esta solidaridad ha hecho posible su único sacrificio de redención de los pecados y el cumplimiento de su tarea sacerdotal.


10.10. LA "REPRESENTACIÓN UNIVERSAL" DEL ÚNICO SACRIFICO REDENTOR DE CRISTO

Estrictamente hablando, sin embargo, el concepto de solidaridad no implica comunicación de redención. Ser solidario “con nosotros” no significa “morir por nosotros”. La Escritura afirma no sólo que Cristo ha muerto como nosotros y con nosotros, sino sobre todo que ha muerto “por nosotros”. Por eso, excluyendo las motivaciones impropias, tanto en la hipótesis de la sustitución como la de la solidaridad unidas pueden dar razón del lazo existente entre el único sacrificio de Cristo y nuestra redención en él. De hecho, Cristo se hace solidario con nosotros de manera que hace recaer sobre sí, sustituyéndonos a nosotros, todo el peso de las culpas de los hombres.

De esta manera, su único sacrificio, realizado una vez para siempre, es salvífico para todos. Y ésta es la clave más adecuada para la comprensión del Siervo de Yahveh. Él: “ha cargado con nuestros sufrimientos, ha tomado nuestros dolores”, Is 53,4; “Ha sido traspasado por nuestros crímenes, destrozado por nuestras iniquidades. Nuestro castigo saludable ha venido sobre él; sus cicatrices nos han curado”, Is 53, 5; “El Señor descargó sobre él nuestra iniquidades”, Is 53, 6; “fue arrebatado de la tierra de los vivos, por la iniquidad de mi pueblo fue entregado a la muerte”, Is 53, 8.

Esta simultaneidad de solidaridad y de sustitución, que hace universal el influjo del único sacrificio redentor de Cristo, tiene un triple fundamento escriturístico sólido.

  • En primer lugar: se trata de la realización libre y gratuita del plan divino de salvación, formulado antes de la creación del mundo: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales: Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos adoptivos, según el beneplácito de su voluntad. Para alabanza y gloria de su gracia, que nos ha dado en su querido Hijo, en el que tenemos la redención mediante su sangre, la remisión de los pecados según la riqueza de su gracia”, Efes 1, 3-7. El misterio de la voluntad del Padre es el de “recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra”, Efes 1,10.
  • En segundo lugar: este designio encuentra la posibilidad de realizarse en la misma realidad de la persona de Cristo. El Hijo es el modelo, el arquetipo y la causa ejemplar de la humanidad. No es que Él se haya hecho como nosotros los hombres, sino que nosotros hemos sido creados y modelados según Él: Él es el primogénito de toda criatura; pues: “en Él han sido creadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra”, Col 1, 1-16. Él, además ha tomado parte activa en la creación y la mantiene providencialmente en la existencia: “Todo ha sido creado por medio de Él, y todo se mantiene en Él”, Col 11,16; “todo ha sido hecho por medio de Él, y sin Él no se ha hecho nada de lo que existe”, Jn 1,3. “Dios ha hablado por medio del Hijo, que le ha constituido heredero de todo y por medio del cual ha hecho el mundo”, Hebr 1,2. Finalmente, todo ha sido creado “para ÉL”, Col 1,16. Es decir, Cristo, el Hijo es el fin y el cumplimiento del universo creado. 
  • En tercer lugar: no sólo como creador y recapitulador del universo, sino también como Verbo encarnado, el Hijo ha entrado en plena solidaridad con la humanidad. La naturaleza humana ha sido rescatada gracias a que la persona divina del Verbo la ha asumido y gracias al único y perfecto sacrificio redentor de Cristo “por nosotros”, es decir, para la salvación de toda la humanidad. Precisamente en cuanto asumida por la persona divina del Verbo, la acción humana sacrificial de Cristo encierra un valor universal, de influjo infinito sobre toda la humanidad. De manera que su sacrificio expía totalmente los pecados de la humanidad entera, haciendo partícipes a todos los hombres de los beneficios de su salvación y liberación. Su gesto sacrificial es un gesto humano individual, pero su radio de acción y su influencia es infinita y universal, porque es el gesto sacrificial y redentor de la persona divina del Verbo.


EN CONCLUSIÓN

Jesucristo en cuanto recapitulador de la humanidad representa a todos los hombres de todos los tiempos; en cuanto Verbo encarnado y redentor, ha merecido con su sacrificio único en la cruz la satisfacción eterna y sobreabundante de los pecados de toda la humanidad: “así como todos murieron en Adán, así todos recibirán la vida en Cristo”, 1 Cor, 15, 22. “Pues hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se ha entregado en rescate por todos”, 1 Tim 2, 5-6.


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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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