La Santísima Trinidad: Introducción

Por el P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



INTRODUCCIÓN


La división del tratado acerca de Dios en dos partes: una sobre Deo Uno, es decir, Dios en su esencia, y otra sobre Deo Trino, es decir Dios Trino en Personas, es clásica y digna de  mantenerse. Nosotros conservamos esta distribución por varios motivos:

Primero porque así lo exige nuestro modo de conocer las realidades divinas, ya que, según un principio teológico, nuestro entendimiento procede de lo que es absoluto a lo que es relativo, y tratándose de la divinidad, lo absoluto es su unidad (Deo Uno) y lo relativo son las Personas (Deo Trino).

Segundo porque así se deduce del modo como Dios se ha revelado a Sí mismo: acomodándose a la manera de entender del hombre, manifestó primero todo lo referente a la unidad de la esencia divina y después descorrió el velo del gran misterio de la Trinidad de Personas.

Finalmente,  desde el punto de vista estrictamente metodológico, parece conveniente tratar antes y separadamente de Dios Uno y después de Dios Trino. En efecto, resultaría un tanto arriesgado introducirse en el estudio de la "distinción" y "propiedades" de las Personas divinas sin haber asimilado suficientemente las características definitorias de la unidad de naturaleza en Dios.

Somos conscientes de que al estudiar y exponer el tratado de Dios Trino, afrontamos la verdad frontal de toda la teología, pero al mismo tiempo el misterio por antonomasia de la revelación, que por eso mismo afecta más íntimamente a cada ser humano. Y le afecta en cuanto que el hombre, según la misma revelación sobrenatural, está destinado a realizarse y a lograr su plena felicidad siendo templo vivo en el que inhabite Dios Uno y Trino. Dios Uno, porque sólo hay un Dios y repugna a la razón la pluralidad de dioses; Dios Trino, porque siendo y permaneciendo único Dios, hay tres Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintas una de otra.

El misterio de la Santísima Trinidad es, por tanto, fundamental para el cristianismo, que renace a la vida sobrenatural mediante el sacramento del bautismo que es administrado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

El misterio de la Santísima Trinidad, "es el misterio central de la fe y de la vida cristiana", Cat. Igl. Cat. nº 234. Constituye el ámbito más profundo y elevado de toda la divina Revelación, es el:  "misterio de Dios en Sí mismo ... fuente de todos los otros misterios de la fe; ... luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de le fe", Cat Igl. Cat. nº 234.

La Trinidad no puede conocerse por la sola razón natural a partir de las cosas creadas, pues, "es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" , Conc. Vat. I, Dz 3015. "La intimidad de su Ser  como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo",  S. Cesáreo de Arlés.

En el estudio de la Trinidad se trata de conocer  el revelarse de Dios más íntimamente y así alcanzar un conocimiento más perfecto de la creación y del ser humano creado a su imagen y semejanza. La doctrina sagrada tiene como intento principal dar a conocer a Dios en Sí mismo y en su relación con la creaturas. En cuanto a la consideración teológica del Misterio de Dios, en primer lugar estudiamos (tratado de Deo Uno), todo lo que atañe a la Esencia divina: la existencia de Dios, su modo propiamente divino de ser, sus perfecciones,  lo relativo a  sus operaciones: la vida cognoscitiva divina y la voluntad divina, se trató de conocer esta esencia común a las tres divinas personas. Ahora en este Tratado "de Deo Trino" se trata de considerar el misterio trinitario, en cuanto a las Personas divinas, es decir considerar el misterio de Dios desde la Trinidad de Personas.

Para este estudio trinitario es necesario fundar el conocimiento por medio de la divina revelación. Jesucristo nos revela que Dios es Padre, pero no únicamente en cuanto Creador de todas las cosas, sino en un sentido nuevo: es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su  Padre: "nadie conoce el Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quién el Hijo se lo quiera revelar", Mt 11, 27.

Ese Hijo, Jesús, que "es el Verbo que en el principio estaba junto a Dios", Jn 1,1, "la imagen del Dios invisible", Col 1, 15, "el resplandor de su gloria y la impronta de sus substancia", Heb 1, 3. Jesucristo también nos revela al Espíritu Santo como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre: "pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo" , Jn 14, 26. Misterio de la Trinidad enseñado por la Iglesia como verdad de fe.

Dogma de la Santísima Trinidad que nos enseña la existencia de un sólo Dios en tres personas distintas, es conocida por la "Trinidad consubstancial": las Personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, un sólo Dios por naturaleza. Cada una de las tres Personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la  naturaleza  divina. Cat. Igl. Cat. nº 253.

Las tres Personas divinas realmente distintas: "el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre  o el Hijo", Conc. Toledo. Denz 280. Distintos entre sí no por la Esencia, única, sino por la las relaciones de origen: "el Padre es quien engendra, el Hijo es el engendrado,  y el Espíritu Santo es quien procede", Conc. Toledo, Denz 432. Pues, en Dios: "todo es uno donde no obsta la oposición de relación", Conc. Florencia, Denz 703, único principio de distinción real de las Personas divinas.

Santísima Trinidad que es el fin último del hombre y a la que desde ahora somos llamados a unirnos: "si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y  haremos morada en él", Jn 14, 23.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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