Al cumplirse
50 años de la clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre, el Papa
Francisco presidirá la Santa Misa de apertura de la Puerta Santa de la Basílica
de San Pedro, dando inicio al Jubileo de la Misericordia. Las Basílicas y
Santuarios abrirán también la Puerta de la Misericordia el Tercer Domingo de
Adviento. Por ella atravesarán los cristianos que movidos por el Espíritu del
Señor tengan la voluntad de abrir el corazón y la mente a la Misericordia de Dios.
En la Biblia,
Dios se muestra paciente y misericordioso; revela su amor, que es como el de un
padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por su hijo.
Por eso, como Jesús enseña, perdona al hijo que se fue y retorna a la casa
paterna. Por eso se alegra como el pastor con la oveja que se perdió y es
hallada, y como la mujer que encontró la moneda, joya de su diadema de bodas.
La Iglesia
también “quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de
misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella” (S. Juan XXIII).
Por eso perdona “setenta veces siete” a la manera de Jesús el Maestro y mueve a
los bautizados a vivir y realizar el mismo espíritu. “Felices los
misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5,7).
Es
determinante que la Iglesia, los bautizados, trasmitan misericordia con
palabras y gestos eficaces. No basta quedarse solo en la justicia, que puede
convertirse en tentación. Las iglesias locales, parroquias, familias, asociaciones,
los movimientos, tienen que ser oasis de misericordia.
El lema del
Año Santo es “misericordiosos como el Padre”. Ante la indiferencia de las
sociedades que esconden la hipocresía y el egoísmo, las sencillas obras de
misericordia (corporales y espirituales) aprendidas en el catecismo se
convierten en himno de alabanza y programa de vida. “Dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero,
asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Dar consejo
al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al
triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas,
rogar a Dios por los vivos y por los difuntos”.
Como signo de
la búsqueda de la misericordia, el Papa Francisco invita a los bautizados a
peregrinar hacia la Puerta Santa. Al atravesarla, “nos dejaremos abrazar por la
misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás
como el Padre lo es con nosotros”.
En este Año
Jubilar el sacramento de la reconciliación tiene que ser experiencia fuerte de
cambio de vida. No es un tiempo solo para los buenos. La Puerta de la
Misericordia se abre para aquellos que se encuentran lejos de la fe y requieren
un cambio radical de vida, para quienes participan de grupos criminales,
abusivos de los débiles, solo por dinero, poder o prestigio.
No solo es
tiempo de recibir el perdón, sino la indulgencia, que “alcanza al pecador
perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a
obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado”, y
le da el soporte necesario a pesar de que la naturaleza humana continúa en la
debilidad. Esta realidad de fe es vivida en comunión con los creyentes vivos y
los innumerables que triunfaron con Cristo en su Resurrección.
María, que al
pie de la cruz es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de
Jesús, nos lleve a reconocer hoy que la misericordia del Hijo de Dios no conoce
límites y alcanza a todos sin excluir ninguno.
P. Enrique Rodríguez, S.J.
P. Enrique Rodríguez, S.J.
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