Marcos 1, 7-11
Con
este hecho de la vida de Cristo, su bautismo en el Jordán, se cierra la
reflexión litúrgica del ciclo de la Navidad.
El Bautismo de Jesús es el paso de su vida de familia en
Nazaret a la vida peregrina de predicación. El Bautismo es también una
manifestación especial del Señor, junto con la primera manifestación cuando
recién nacido es mostrado a los pastores, y con la que recordábamos el domingo
pasado, la manifestación a los Magos venidos del oriente.
Este
acontecimiento del bautismo es una manifestación de Jesús muy especial. Porque
en la primera, la manifestación a los pastores, son los ángeles los que dan el
anuncio del Salvador, en la de los Magos, es una estrella misteriosa la
portadora del mensaje; y en esta tercera manifestación son tres los que nos
ayudan a comprender a Jesús: Juan Bautista, Jesús mismo y el Padre.
Juan
Bautista nos lo dice con tres frases que se refieren a Jesús: el que viene
detrás de él, o sea Jesús, es el más fuerte, que él (Juan), que él no es digno
de desatarle las sandalias a Jesús, y que su bautismo es sólo agua, y el
bautismo que traerá Jesús es Espíritu Santo. Todo esto es un mensaje que Juan
nos da sobre Jesús. Esto es muy importante, porque aparte de la humildad que
Juan manifiesta, nos está dando una enseñanza de mucho mayor trascendencia:
todo lo anterior, la Antigua Alianza ,
de la cual Juan Bautista es el último representante, era simplemente promesa,
ahora se está realizando lo prometido y es claro que la realización es más que
la promesa. Todo el Antiguo Testamento es profecía, ahora hay realización. Todo
lo de antes era proyecto, ahora hay ejecución. Esa es la superioridad que dice Juan que tiene Jesús sobre él. No se
trata solo de personas, sino de las etapas de la Historia de la Salvación. Toda
la etapa primera cuyo final es la aparición de Juan Bautista, estaba orientada
a esta segunda, la plena y definitiva, que llena completamente Jesús. Por eso
pone Juan la comparación entre su persona y la de Jesús, él, Juan no es digno
de ponerse a atarle las sandalias, y pone también la comparación entre su
bautismo de agua y el que establecerá Jesús en el Espíritu Santo.
Jesús
nos está dando también en esta escena una enseñanza sobre sí mismo, al
someterse al bautismo de Juan, al ponerse en la cola de los pecadores; se está
cumpliendo en El, la afirmación de que ha venido a hacerse semejante a nosotros
en todo excepto en el pecado. El no ha cometido pecado y sin embargo asumirá en
sí los pecados del mundo. Jesús está entre los pecadores que acuden a Juan,
para ser bautizados. Así nos dice que estará mezclado con todas las debilidades
de los hombres; su tarea será liberar del pecado. Estará siempre dispuesto a
buscar y a recibir a los pecadores. Todos los lisiados en el cuerpo o e el alma
lo encontrarán como compañero; El no mira la fila de los pecadores, que piden a
Juan el bautismo de arrepentimiento, desde lejos, como un espectador, sino que
está dentro de la fila de los que se van a sumergir en el agua de la
purificación.
Y el Padre,
en la manifestación que sigue al Bautismo, nos dice que Jesús es su Hijo amado y
que en El se complace. Nos está enseñando que Jesús es el gran don de Dios a
nosotros (“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Único Hijo”), y con El
nos regala todos sus dones. Nos enseña el misterio de que ese hombre que se
acaba de bautizar es especialmente su
Hijo, el Verbo Eterno de Dios. Nos señala de forma especial el gran misterio de
la realidad humana divina de Jesús. Y además nos dice que ese Hijo suyo encarnado
es el modelo de ser humano en que pensó cuando hizo al hombre a su imagen y
semejanza, y que por tanto ser hombre es en realidad parecerse a Jesús. El
Padre nos está señalando a Jesús, como el gran don, como el camino e ideal de
la vida.
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