PASCUA
Domingo
IV
Juan
10, 1-10
Jesús, el Buen Pastor, es la gran seguridad en nuestra vida
Un
hermoso evangelio es el que leemos este domingo; Jesús es el Buen Pastor y
ahora resucitado especialmente nos dice que nos guía, que nos defiende y que
nos alimenta. Jesús resucitado es el Buen Pastor que cuida de sus apóstoles
temerosos, que se aparece a las mujeres, que busca a los discípulos de Emaús,
que sigue presente siempre en su Iglesia.
Y
al ponernos este ideal del Buen Pastor, el Evangelio nos enseña cómo deben ser
todos los que el Señor ha escogido como pastores, para que continúen siendo los
buenos pastores de su Iglesia. Así este domingo de forma especial la Iglesia quiere que todos
los fieles reflexionemos y oremos por esos que el Señor ha escogido para que
sean imágenes verdaderas del Buen Pastor; la Iglesia quiere que oremos por los sacerdotes,
especialmente en el día de hoy.
¿Y
qué quiere Jesús de aquellos que ha escogido para que le sucedan en el oficio
de buen pastor? ¿Cómo quiere la
Iglesia que sean sus sacerdotes? ¿Qué esperan los fieles
cristianos de sus Pastores?
En
primer lugar que sean hombres de Dios. O sea hombres que con su presencia misma
hacen presente a Dios, porque viven en íntima unión con Dios y lo proclaman
siempre con sus palabras y con sus obras. Y esta proclamación de Dios la hacen
con su mensaje, no el que han aprendido en libros de alta teología, sino con el
mensaje que llevan en su corazón. El sacerdote es un hombre a través del cual
Dios mismo trasmite su palabra a los fieles, les trasmite su Buena Noticia de
salvación. El sacerdote, instrumento de Dios debe ser fiel al mensaje, y cuidar
que al pasar este mensaje a través de su persona, no se distorsione, sino que
adquiera calor y llegue como mensaje vivo a sus hermanos.
El
sacerdote, según quiere Jesús, debe ser un hombre de la Eucaristía. Que
haga de verdad, al celebrar la
Eucaristía , lo mismo que El hizo en la última Cena. Vivir la Eucaristía , para poder
celebrar dignamente la
Eucaristía , como vida que se entrega, como sangre que se
derrama. El sacerdote debe repartir su vida, y derramar cada gota de su energía
por la salvación de sus hermanos. La Eucaristía debe convertirse en la norma de su
propia vida personal. Celebrar cada Eucaristía con la emoción con que fue
celebrada la primera Misa en el Cenáculo. Este es el ideal eucarístico al que
debe aspirar el sacerdote.
El
sacerdote debe ser un hombre del perdón, ya que una de las tareas fundamentales
que se le encomiendan es la administración del perdón de los pecados a través
del Sacramento de la
Reconciliación. Por eso debe ser comprensivo y
misericordioso. Debe asumir el papel del Padre del Hijo Pródigo cada vez que un
penitente se pone a sus pies para pedir el perdón de sus pecados. Y por eso
debe hacer sentir al penitente el abrazo de Dios y la alegría por la
purificación de sus pecados. Debe hacer sentir al pecador que el Padre lo
recibe con alegría otra vez en su casa. Y esto debe hacerlo sentir también en
cualquier otra situación.
Jesús,
la Iglesia y
los fieles, esperan que el sacerdote sea un hombre que trasmita la misericordia
de Dios, que haga saber a todos que Dios es amor, y que él mismo sea siempre
para todos sus hermanos, eso mismo, amor. Cumplir lo que el Señor manifestó:
ámense unos a otros como yo los he amado. Amor puro que buscar dar
incondicionalmente. Manifestación continua de la bondad del Señor. Siempre
dispuesto a la comprensión. Quitar todas las rigideces de su conducta y buscar
siempre la forma de estar de parte de sus hermanos.
El
sacerdote debe ser un hombre del servicio. Jesús dijo que no había venido a ser
servido, sino a servir. Estar disponible siempre, sabiendo que las veinticuatro
horas de su día, son horas y tiempo de sus hermanos. Y querer especialmente
ayudar a los que se sienten aislados, marginados y postergados. El sacerdote
que busca siempre el provecho de sus hermanos y nunca el propio provecho a
través de su ministerio. Sacerdote que se olvida de sí mismo, que no pretenda
utilizar su ministerio para lograr triunfos personales o privilegios.
El
sacerdote hombre que vive en este mundo, pero que no busca nada de este mundo,
desprendido de todo afán de enriquecimiento, o de lucro. Que sabe estar en el
mundo sin atarse a nada de este mundo. Que recuerda que su Maestro no tenía ni
dónde reclinar su cabeza.
El
sacerdote, hombre de oración, hombre de la alegría, hombre amigo, hombre débil
que manifiesta la fuerza que tiene Dios, hombre que es mensaje de esperanza
siempre para sus hermanos, hombre que sabe sonreír ante los problemas y que
sabe hacer sonreír, hombre que comprende todas las debilidades porque él mismo
sabe que es débil. Hombre para el que lo más sagrado que hay en este mundo,
después de Dios mismo, es su hermano que es Templo de Dios.
¿Es
posible que un hombre se atreva a tener este ideal para su vida? Sí, es posible
con la oración de sus hermanos, a través de la cual se consigue la gracia de
Dios, que hace fuertes a los débiles, y que hace santos de entre la masa de los
pecadores.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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