I. La ley natural
Creo
que hay que aclarar el término “ley natural” cuando la Iglesia y en general los
filósofos y teólogos de corte escolástico lo emplean. Significa el hecho de que
en su propia naturaleza humana el hombre encuentra obligaciones morales que se
ve constreñido a observar para obrar bien moralmente. Si las viola, su misma
conciencia moral le acusará de haber obrado moralmente mal.
Percibimos
así que hacer daño a otro (como Caín matando a su hermano Abel por envidia) es
algo moralmente malo y que agradecer un favor o cumplir una obligación con otra
persona son moralmente buenos.
También
percibe de la misma manera un conjunto de actos posibles, que, si otra persona
los quiere hacer, está moralmente mal que se los impida; y percibe también que
él mismo tiene también semejante facultad sobre otros actos, que nadie puede
impedírselos so pena de obrar moralmente mal. A estos actos se les llama
“derechos naturales”.
Todo
este conjunto de obligaciones y derechos, que existen previamente a toda
legislación ideada por el entendimiento humano, llama la ética escolástica “ley
moral natural”. Basta que el entendimiento humano reflexione sobre el propio yo
y se dará cuenta que el mundo “moral” es algo que lo lleva “dentro”, en su
naturaleza y que es algo especial y distinto de otros elementos de su yo, como
puede ser el mundo del placer, de lo estético, de la utilidad, valor económico,
etc.
Por
eso el Sr. Bruce se equivoca cuando dice que él no ha visto ningún código en
que este promulgada esta ley. Está promulgada en la misma naturaleza humana.
Analizándola, “leyéndola”, el hombre puede descubrir con su propia razón
natural que la lleva “escrita” en su naturaleza. Así sabe una madre que amar a
su hijo es moralmente bueno y cualquiera que robar es moralmente malo, etc.
Además
todos los códigos legislativos positivos (o sea escritos), al menos en gran
parte si no en todo, lo que hacen es puntualizar, desarrollar o aplicar a
situaciones la ley natural. ¿Qué podría legislar un código sobre el uso de la
propiedad privada si no admite el derecho natural de poseer algo como propio?
Suprimir, pues, la ley moral natural lleva a suprimir las bases racionales de
la moral y el derecho.
Por
eso la primera pregunta a hacerse sobre uniones y matrimonios homosexuales es:
¿Dicen algo sobre ella la moral y el derecho natural?
II. La Iglesia católica y la ley moral
natural.
Como
fuente de su doctrina, tanto dogmática como moral, la Iglesia asume como base
la Revelación que ha recibido de Dios y que está contenida en otras dos
fuentes: la Sagrada Escritura y la Tradición.
Pero
es claro y ha sido un hecho en su historia que ha aceptado y usado siempre la
razón natural como vía cierta de conocimientos tanto en el orden dogmático como
sobre todo en el moral. Para la Iglesia es un tópico que no puede haber
contradicción entre verdades reveladas y verdades de razón natural. Admite que
la razón natural es medio de conocimientos ciertos en el orden moral y usa de
ella con frecuencia tanto para aplicar correctamente normas morales reveladas,
como para conocer mejor el valor de la misma ley moral revelada y descubrir la
conducta moral correcta en problemas nuevos que el sucederse de la vida humana
suscita. Por fin usa de la razón natural, y sobre todo la ley moral natural,
como instrumento de diálogo con los no católicos en cuestiones morales.
III. La sexualidad humana.
Es
clarísimo que por naturaleza el género humano es bisexual. Como también lo son
los animales y aun en el reino vegetal se puede hablar de bisexualidad, aunque,
careciendo de libertad, la vida de todos estos seres carece de dimensión moral.
Lo moral es exclusivo del hombre.
Y
basta abrir los ojos para entender que tal bisexualidad tiene como fin la
procreación. Los órganos sexuales del género masculino producen espermatozoides
y los del género femenino los óvulos. Ambos se diferencian claramente entre sí
y, cuando se unen, surge un nuevo ser con un dinamismo propio.
El proceso
no es meramente fisiológico. Antes ha surgido tanto en el hombre como en la
mujer el mutuo interés, la simpatía, el afecto, la mutua atracción sexual y el
deseo de mutua entrega y posesión, y el amor mutuo con la exigencia de
exclusividad y la vocación de perpetuidad. Este complicado proceso, que surge
entre los cónyuges enamorados, incluye el futuro de tener hijos como fruto de
ese amor, siendo tal ilusión algo natural y fundamental, así como la especial alegría
al ver colmados sus deseos con la paternidad y maternidad. Es natural así mismo
el deseo de hacer felices al cónyuge y a los hijos y el sentir como mal propio
el mal del cónyuge amado y de los hijos. Todo esto se pretende, se busca aun
con sacrificio, se goza y se sufre de forma natural.
Toda
esta riqueza, cuyo logro o pérdida son fundamentales para la realización
personal de los cónyuges, está mostrando con claridad que la diferencia de
sexos, la unión matrimonial y la familia son algo precioso y bueno para cada
uno de los cónyuges, los hijos y la sociedad, y por tanto natural.
Es
cierto sin embargo que la experiencia atestigua que tal logro exige dominio de
la sexualidad y sacrificio. La ley moral natural, que toda persona experimenta
y que manifiesta que ciertos actos son “buenos” y otros “malos”, también está
presente en el campo de la sexualidad humana aprobando o condenando. Esta es la
razón por la que ciertos usos de la sexualidad, como el sexo con menores, con
personas del mismo sexo y otras conductas, todos las “vemos” todos como
aberrantes.
IV. El matrimonio
De los factores recordados en el
apartado anterior se ve con claridad que el matrimonio como unión estable de
hombre y mujer para procrear y educar a los hijos es algo natural. La
investigación antropológica e histórica lo prueba con abundancia. No ha
existido en la historia humana cultura sin familia como institución dentro de
ella, formada por un hombre, una mujer y los hijos. El proceso psicológico del
mutuo enamoramiento y el del crecimiento también psicológico del crecimiento de
los hijos también exigen un verdadero padre y una verdadera madre.
La poligamia, frecuente en culturas
primitivas, no invalida la afirmación anterior. Las sucesivas esposas se unen
al varón también con el mutuo deseo de tener hijos. Por lo demás la debilidad
moral humana es muy grande, como lo vemos por la experiencia, y ello explica la
frecuente obscuridad del hombre para conocerla bien y la frecuencia y gravedad
de sus violaciones. Los gulag y holocausto, en unos tiempos “superlúcidos”, nos
deben recordar siempre la enorme fragilidad moral del hombre. Las aberraciones
morales practicadas hoy por el hombre, sin poder justificarse, explican suficientemente
la poligamia y otras violaciones de ley natural en culturas del pasado; pero no
invalidan lo que la razón natural puede conocer mejor hoy sobre la misma.
Por lo demás de una familia en que
hombre y mujer siguen enamorados, que quieren a sus hijos y éstos quieren a sus
padres y se quieren entre sí, se ayudan en el dolor y en el trabajo y procuran
hacerse mutuamente felices, nadie negaría que han logrado algo maravilloso y
que forman una familia envidiable y admirable.
V. La unión civil
De lo que por naturaleza es el
matrimonio fluye obviamente que une a un hombre y una mujer. Sólo estando
formado por dos personas de sexo distinto, puede realizar su fin natural
procreador. Las mismas dinámicas naturales del varón y la mujer manifiestan lo
mismo.
Una unión matrimonial entre
personas del mismo sexo sería pues contradictoria, ya que por naturaleza no es
procreadora. De aquí que la ya larga existencia del género humano no conozca
una cultura en que haya estado reconocida como institución social una cosa como
el “matrimonio homosexual”. El mismo lenguaje popular, con frecuencia de modo
irónico y burlón, pone de manifiesto lo aberrante de la conducta homosexual, no
digamos ya de una cosa como un matrimonio homosexual.
El Estado no tiene derecho a hacer lo
que le da la gana. Su fin de promover la paz social, que es prioritario, exige
el respeto de los derechos naturales; aunque sí pueda y deba ordenarlos,
garantizando su ejercicio mediante una apropiada legislación. Y condición mínima
de un Estado es que sea moralmente “decente”. No se trata de cuestiones
religiosas. Se trata de Moral. Existe una ley moral natural. Esta ley moral es
cognoscible por la razón humana, cuya verdad y bondad aparece por sí misma.
Por lo demás la formación de sociedades
humanas con fines diversos lícitos, económicos, culturales, religiosos,
deportivos, educativos…, no está en discusión y su estructura y funcionamiento
debe ser aceptado por el Estado siempre que no vaya contra el “Bien común”. Pero
hay que advertir que la idea de la “Unión civil”, tal como se ha presentado, ha
demostrado Mons. Cabrejos, Arzobispo de Trujillo, que es contraria a la
Constitución peruana e inútil para lo que se dice pretender (v. La República,
21 abril del 14). Cualquier pareja, sea o no homosexual o lesbiana, puede
compartir un apartamento y pagar sus gastos en la proporción que acuerden. No
hay ley que se lo impida y además “el actual ordenamiento jurídico permite la
tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco” (v. docum. Cabrejos 4).
Nótese también que la propuesta suscita
la sospecha de deshonesta por tramposa. Porque oculta el propósito último de
instaurar el “matrimonio homosexual”, es decir la unión de dos homosexuales o
lesbianas con los mismos derechos y obligaciones mutuas que los de una familia
normal. Que esto sea así lo ha reconocido Ana Araujo (“Más allá de la unión
civil”, en El Comercio).
Esto incluiría, entre otros, el
“derecho” de adoptar hijos. Esto es gravísimo. Y me extraña que no haya sido
sometido a un análisis serio. Porque ¿de dónde nace el “derecho” sobre la
suerte presente y futura de un ser humano sin contar con él para satisfacer la
conveniencia (o si se quiere “necesidad”) psicológica de una pareja homosexual?
Quienes tratan de cerca estos asuntos, saben de la extraordinaria dificultad
del encaje de un niño adoptado por un matrimonio aun en las condiciones más
favorables. Educar no es nada fácil, aunque se trate de hijos propios. Pero la
naturaleza, bien hecha por Dios, da normalmente a los padres naturales
capacidad de amor y autoridad; asimismo la misma naturaleza da a los hijos un
sentido de obediencias y de respeto a los padres, de la que no gozan, por
ejemplo, los abuelos. Los padres (en el caso de la madre es proverbial) aman a
sus hijos por encima de la respuesta deficiente de los mismos, a veces hasta el
heroísmo. Son sus hijos y con esto está dicho todo. Pero con los hijos
adoptados no sucede así, aunque los padres adoptivos hayan procedido con amor y
generosidad y previendo el sacrificio necesario que les va a suponer. El deseo
de realizar sus anhelos de paternidad y maternidad es tan grande que aceptan el
desafío que supone, en su caso superior al normal. Un pequeño desliz en un
momento difícil, por ejemplo la alusión al hecho de la filiación meramente
jurídica en un desahogo impaciente, pueden destrozar el fruto de sacrificios
grandes y largos. No es nada fácil educar a un hijo adoptado.
En España alrededor de 1960 se produjo
el hecho de niños nacidos fuera de matrimonio que eran entregados en adopción a
matrimonios sin hijos y que deseaban intensamente tenerlos. Para aquellas
madres solteras y sus familias era muy doloroso el problema de la aceptación. Alguien
ideó el procedimiento de que, apenas dado a luz el niño y sin que la madre lo
viera, se entregaba a la familia de adopción y se inscribía como hijo/a suyo. A
la verdadera madre se le decía que el
niño tenía problemas y había muerto en el parto. Se esperaba sin duda
solucionar así de la mejor manera los problemas de conciencia y psicológicos de
la madre y también los deseos legítimos de un matrimonio que deseaba adoptar; y
esto de la forma menos dolorosa. Sin embargo no han faltado ocasiones en que,
deseando la madre conocer la suerte de su hijo/a y arrepentida de su primer
rechazo, hizo con angustia todo lo que pudo para encontrarlo, Igualmente hubo
quienes sospecharon que sus “padres” no lo eran y durante años se esforzaron
con angustia por deshacer la madeja. Algunos lo consiguieron y por eso se ha
conocido el hecho. Conviene tener en cuenta que la familia adoptante era
normalmente de buena posición y que dio normalmente una infancia y juventud en
mejores condiciones económicas que las que hubiera tenido en su familia
natural.
La gravedad cobraría aún mayores
proporciones si se considera que muy probablemente el método más normal que se
usaría para dar satisfacción a los deseos (¿”derechos”?) de las parejas
homosexuales sería produciéndolos en tubos de ensayo, guardándose total
silencio sobre los donantes. No es fácil de imaginar la magnitud de la
frustración de tales personas cuando, llegados a una edad madura (y aun antes),
nadie pueda ni quiera hablarles de su historia: hijos de nadie.
VI. Estado laico, moral, ley natural.
A favor de la
aceptación legal del matrimonio homosexual se ha argumentado que el estado
peruano es laico y por tanto no debe aceptar razones religiosas. ¿Qué decir?
- En primer lugar los argumentos aducidos en estas consideraciones no son “religiosos”, sino de razón y ley natural; se basan en la naturaleza humana del hombre que tiene una dimensión moral innegable. No hemos citado a la Biblia, ni aludido a libro alguno de fe religiosa.
- Todo Estado debe respetar la ley moral natural. Sostener como principio lo contrario es volver al Holocausto, al Estado arbitrario y sin moral. El Estado Nacionalsocialista llegó al poder de manera formalmente democrática y sostenido por una sociedad de lo más culta y moderna en su tiempo.
- Ser laico un Estado no significa ser perseguidor de todo lo religioso, sino el no tener como fin propio el fomento de alguna fe religiosa (aunque pueda y deba contar y colaborar con asociaciones religiosas cívicas y con las mismas iglesias en cuestiones de Bien Común).
- Todo gobernante debe tener en cuenta el modo de pensar y sentir de los ciudadanos, para los cuales la fe religiosa es en general un elemento muy importante en su vida personal, familiar y social.
- La razón natural es capaz de llegar a conocer la existencia de Dios. Y el derecho natural más importante del hombre es el del ejercicio de su relación con Dios, es decir de su fe religiosa.
- Cuando los católicos y otros creyentes rechazamos el matrimonio homosexual, es porque lo consideramos muy perjudicial para al Bien Común por dañar gravemente la familia, la misma educación de los jóvenes, la valoración de la persona humana y de la sexualidad. Y esto por razones puramente naturales. No hace falta ser profeta para vaticinar que una sociedad cuyos valores fundamentales sean el sexo y el placer, marcha hacia su ruina. Y hasta es mejor que desaparezca.
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