La Iglesia - 20º Parte: Cristo signo sensible de la gracia que salva

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


23.3. Cristo es el signo sensible de la gracia que salva
         
Cristo es signo manifestativo de la benignidad de Dios para con los hombres. ­En El se nos manifestó la amistad de Dios, Tit 3, 4, y los amorosos de­signios de su voluntad salvífica. Este misterio salvífico es el mis­terio de Dios, Col 2, 2, escondido en Dios y descubierto tras largos siglos de cuidadosa espera en la encarnación de Cristo, Tit 2, 11. Así el misterio de la sabiduría de Dios se ha hecho tangible con la aparición de Cristo, portador y ejecutor de esa sabiduría salvado­ra, l Cor 1, 24.
         
Merece la pena detenerse ante este aspecto de signo que encierra la humanidad de Cristo; porque tiene consecuencias importantes para el concepto sacramental de la Iglesia. La encarnación del Hijo de Dios tiene un valor "manifestativo" de los planes salvíficos de Dios Padre. Pero la resurrección de Cristo es el gran anuncio de que esos planes salvíficos se han realizado, que el Padre se ha aplacado (de la cólera del pecado) y que el hombre ha sido glorificado con Cristo (el hombre nuevo).
         
El Padre, resucitando a Cristo de entre los muertos y glorificándolo nos dio prueba de que había aceptado la satisfacción de Cristo por ­nuestros pecados y que en El nos reconciliaba consigo. Ahora bien, no podemos separar estas etapas de la vida, muerte y resurrección de Cris­to como si fueran cada una de ellas proporcionando diversos elementos constitutivos de nuestra salvación. Todas ellas se resumen en un solo nombre: Cristo. Y Cristo es, ya en su encarnación, en su vida mortal, en su muerte y en su resurrección, el gran signo manifestativo de la be­nignidad del Padre, de sus planes salvíficos, de nuestra redención, y de nuestra glorificación en El. Porque no puede haber participación en la reconciliación con el Padre si no es haciéndonos conformes con la imagen de su Hijo, Rom 8, 29.
        

23.4. Cristo es el instrumento o el signo eficaz de esa gracia
         
Es cier­to que toda la Trinidad es la causa única y principal de nuestra justificación. Pero la humanidad de Cristo fue el instrumento mediante el cual esa justificación nos fue merecida y aplicada. Por su unión per­sonal con el Verbo, ese instrumento (su naturaleza humana) fue un instrumento excepcional, capaz de operar nuestra justificación, como por su propia virtud (teoría de la causalidad instrumental de Sto. Tomás).
         
Si nos atenemos a los datos de la Sagrada Escritura, toda la humanidad de Cristo, su alma y su cuerpo, su inteligencia y su voluntad se impli­caban en los actos en los cuales se nos perdonaban los pecados, Mt 9, 2, se ofrecía el sacrificio expiatorio de la cruz, Jn 10, 18, unía a su persona después del sacrificio a todas las gentes, Jn 13, 14, comu­nicaba a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados, Jn 20, 23, el de santificar al los hombres, el de conducirlos con una autoridad par­ticipada de la suya hacia el reino de los cielos, Mt 28, l8. Vemos pues que Dios ha operado nuestra justificación por medio del instrumento de la naturaleza humana de Jesús. Con esto vemos que Cristo puede llamarse con justicia el sacramento de Dios:
        
  • Primero, por ser el portador de invisibles realidades divinas en el visible vaso de su carne.       
  • Segundo, porque es el signo manifestativo de su gracia, de la benevolencia de Dios para con los hombres, de Dios que decreta salvarlos por Cristo y de Dios que acepta el sacrificio de Cristo.
  • Tercero: es Cristo, el sacramento primordial, por ser el instru­mento eficaz y visible de nuestra justificación. Existe, por tanto, una analogía entre el misterio de Cristo y el miste­rio de la Iglesia.


        
Veamos, por esta profunda analogía se asimila (la Iglesia), al misterio del Verbo encarnado. La Const. "Lumen Gentium", Nº 8, comenta: "Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visi­ble". Es decir, las estructuras visibles de la Iglesia son portadoras de la presencia salvífica de Cristo. Por lo tanto, esas mismas estruc­turas visibles tienen un valor de signo manifestativo. Más aún, como quiera que son el instrumento salvífico querido por Dios, ese instru­mento es también signo eficaz de la gracia de Cristo. Es decir, como Cristo es el sacramento del Padre, la Iglesia es, análogamente, el sacramento de Cristo. 

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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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