El anuncio del Reino de Dios



P. Adolfo Franco, S.J.

TIEMPO ORDINARIO
Domingo III

Mateo 4, 12-23


Comienza la actividad apostólica de Jesús. Así se abren sus años de evangelizador con este anuncio de conversión, de cambio profundo, porque el Reino de Dios está cerca. Y es necesario y urgente ese cambio interior (que llamamos conversión) para que se acerque ese Reino de Dios. Ese Reino de Dios es Jesús mismo, como vida de nuestra vida.

A continuación se narra la vocación de los primeros apóstoles; y en la forma que ellos tienen de reaccionar se nos está poniendo un ejemplo palpable de lo que es esta conversión del corazón. Está cerca el Reino de Dios: eso es lo que sentirían esos primeros apóstoles, cuando se les acercó Jesús, y entonces empezaron a darse cuenta de que estaban entrando ellos mismos en una atmósfera nueva, que Dios mismo los estaba envolviendo. Percibieron eso que se decía en los versículos anteriores: el Reino de Dios está cerca. Y tan cerca, Jesús está delante de ellos en persona.

Y ellos responden; y esa respuesta es su conversión, que no será sólo un cambio de actitudes sino un cambio completo de vida. Para los apóstoles (para estos cuatro primeros) la conversión será dejar todo, todo lo que tienen y todo lo que ambicionan, para irse detrás de Jesús. Esta transformación de los apóstoles merece una reflexión.

El que Jesús se acerque a sus vidas, de una manera tan natural y tan fuerte, exigente, porque lo quiere todo, es un privilegio, pero ellos no lo saben todavía; y tardarán mucho en verlo así; y sin embargo responden. Seguramente el Espíritu de Dios los impulsó a decir un sí total, aunque aún no saben a dónde los llevará este sí que están dando ahora. Ahora empieza su vida de verdad, y ellos lo intuyen, aún no saben todo lo que eso será, y dicen que sí, no de palabra sino con su desprendimiento.

Tienen que empezar por desprenderse totalmente de lo que poseen; no es ni mucho, ni poco, es todo, todo absolutamente. Empezar por el despojo total: “deja todo lo que tienes y ven y sígueme”. Sólo que las palabras se prestan a equivocaciones; despojo, parece que es una palabra hirsuta y desafiante. Cuando se dejan las cosas, puede parecer que a uno le arrancan la piel; pero no es así, sino que cuando una persona es llamada a “un abrazo íntimo de Dios”, dejar las cosas más que despojo es riqueza. Y no es tampoco que se hagan cálculos, como poner en un platillo de la balanza lo que dejo y en el otro “el abrazo”, y ponderar como un comerciante calculador qué pesa más. Porque hay que dejar la misma actitud de comerciante. Ellos simplemente sintieron la llamada en el centro de su alma, y dijeron que sí, con sencillez. Todas las consecuencias y el desenvolvimiento de su entrega vendrá después poco a poco. Ahora basta decir que sí.

Pero esta respuesta, es justamente lo que se quiere decir al hablar de conversión: deja a tu familia, deja tus actividades, deja tus posesiones. Ellos dejaron a su padre, dejaron las redes y la barca, y dejaron el oficio de pescadores. Y van a tener otro amor (otro Padre), van a tener otra riqueza (Jesús es toda la riqueza que se puede tener) y van a tener otro oficio: pescadores de hombres. Esto es la conversión, un cambio en el ser interior y en la actividad exterior. Cambiar de dirección, o mejor cambiar de nivel: porque es pasar de lo superficial a lo profundo; conversión de hecho es pasar de las apariencias y las sombras a las realidades auténticas. Pues nada hay más real y más auténtico que Dios, y Jesucristo. No hay actividad más humana que la salvación, que entregarse a ser pescadores de hombres. Así que conversión es también abandonar lo superficial y entrar en lo esencial.


Así que en esta lección sobre la conversión aprendemos la actitud evangélica inicial: el tipo de cambio que se nos pide para que el Reino de Dios esté de verdad cerca de nosotros. Este Reino de Dios que es la intimidad con Jesucristo: abandonar el mundo de las apariencias para ser sus seguidores, estar a su lado, compartir su vida.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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