P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Hch 1,1-11; S 46; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53
“Les
conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). Se lo dijo Jesús en la Última Cena. No lo
podían creer. Si nos lo dijese hoy a nosotros, tampoco lo creeríamos. Viene el
Papa, como lo hará dentro de un mes a Brasil, y miles de creyentes irán a
escucharle, pecadores de años se confesarán, miles recibirán la Eucaristía,
muchos enfermos recibirán su bendición, los niños correrán a su encuentro… ¿Qué
sería si viniese Jesús en persona? ¿No sería mejor que, una vez resucitado y
para no morir, se hubiese quedado entre nosotros de tal modo que le pudiéramos,
ver, escuchar, tocar…? Hacemos nuestra la poesía del piadoso religioso y poeta,
que le inspirara este misterio: «¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle
hondo, oscuro, en soledad y llanto; y Tú, rompiendo el puro aire, te vas al
inmortal seguro?... Ay, nube envidiosa aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa? ¡Cuán rica tú te alejas! ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay,
nos dejas!».
Sin
embargo estaba equivocado. Como lo estamos nosotros si es que pensamos igual.
El Señor se habría quedado si hubiera sido mejor para nosotros. Pero nos
convenía y nos conviene que se haya marchado al cielo. ¿Por qué?. En primer
lugar subiendo al Cielo demuestra que el camino, que ha recorrido, es el que abre las puertas de la
felicidad y de la realización plena de su destino. Dado que Jesús es el cabeza
natural de la humanidad y que nos representa a todos, su Ascensión al Cielo nos
abre el camino y nos garantiza a nosotros que, siguiendo sus pasos, también
nosotros llegaremos allá, pues nuestro destino último es seguirle. Lo dijo
también a sus discípulos: “Me voy para prepararles a ustedes un lugar; porque
en la casa de mi Padre hay muchos lugares” (Jn 14,2). Por negra y pecadora que
haya sido nuestra historia, la Ascensión de Jesús, triunfador de la muerte, del
pecado y del Diablo, nos ha abierto a nosotros las puertas del Cielo.
El
estímulo de la recompensa futura despierta y sostiene el esfuerzo a veces
sobrehumano de los hombres. Los hombres que calificamos como grandes, científicos,
políticos, guerreros, deportistas, santos han logrado su grandeza con esfuerzo,
superando grandes dificultades y hasta la misma incredulidad de muchos otros.
Cristo resucitado ascendiendo al Cielo nos garantiza a nosotros que su camino
es el justo, que creyendo en Él también nosotros subiremos a donde Él está y
saciaremos nuestras infinitas aspiraciones tanto de saber, como de poseer y
gozar de la verdad y del amor infinitos.
Nos
conviene que Jesús haya subido ya al Cielo para que nosotros miremos y aun no
dejemos de mirar hacia allí. El ángel les dijo a los discípulos que no
siguieran mirando al Cielo. Pero lo dijo en otro sentido. Mirando al Cielo,
estaban recordando el pasado y, anclados en el pasado, no se asciende. “¡Cómo
me aburre la tierra cuando miro el cielo!”, decía San Estanislao de Kostka a
sus compañeros jesuitas. De grandes dotes naturales e hijo de una familia
poderosa, había dejado todo aquello para seguir a Cristo. Vivía mirando al
Cielo sin que ninguna nube le impidiese ver a Jesús y a María, también
entrañablemente amada como Madre.
Si
hubiera sido mejor para nosotros, Jesús se hubiera quedado en este mundo de la
misma manera que en aquellos 40 días, en los que de vez en cuando se aparecía a
sus discípulos. Sin embargo eso no hubiera sido lo mejor; se lo dijo el mismo
Jesús: “Les digo la verdad. Les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy,
no vendrá a ustedes el Paráclito,… el Espíritu de la verdad, que les guiará
hasta la verdad completa” (Jn 16,7.13).
Ya habían
recibido una primera infusión del Espíritu Santo en la primera aparición de
Jesús a todos sus fieles, fuera de Tomás, reunidos en el Cenáculo en la noche
del domingo mismo de la resurrección. Ahora, cuando les despedía y bendecía,
creyeron en la promesa de un nuevo envío del Espíritu Santo. Pese a que
visiblemente se alejaba, la fe en sus corazones se fortalecía y sus corazones
se llenaban de gran alegría. Sin ver les era muy claro que el Señor subido al
Cielo les preparaba un lugar y que estaba muy cercano. Por eso sentían la
necesidad de orar, de orar juntos y de bendecirle. Y descubrieron la
importancia de unirse a la oración de la Madre.
El mes de
mayo es un mes que la piedad cristiana, con una fe sostenida por el Espíritu
Santo, dedica muy especialmente a María. Conservemos con prácticas sencillas la
devoción a María, como aquel sacrificio diario que nos esforzamos en ofrecerle.
Hoy también es el Día de la madre. Oremos por ella, démosle gracias por sus
sacrificios para bien nuestro, por el ejemplo de su fe y pidamos para ella la
bendición del Señor.
Comentando
la Ascensión, dice el Papa San León que en ella entendieron que Jesús estaba en
el Cielo y también cerca de nosotros. Ahora, cuando no lo vemos con los ojos de
carne, está cerca y actúa en los sacramentos. Él perdona, Él alimenta con el
pan consagrado, Él bautiza, Él confirma, Él bendice, Él nos reúne en la misa,
nos explica la Escritura, nos alimenta con su cuerpo, nos une a su sacrificio
del Calvario, nos garantiza una muerte llena de esperanza y subiendo al Cielo
tras la estela de su Ascensión.
Que la Virgen María, que
con Jesús también nos espera, tenga la bondad de pedir todo esto también para
nosotros. Amen.
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