P. Adolfo Franco, S.J.
Juan 16, 12-15
La Fiesta de la Santísima Trinidad. Dios es luminoso y para nosotros incomprensible.
Esta
fiesta de la Santísima Trinidad nos introduce a la consideración del misterio
del mismo Dios. Cuánto amor supone de parte de Dios el querer que sus hijos
sepamos su secreto más íntimo, para que lo conozcamos cómo es por dentro. Pero
entrar en el misterio de Dios es entrar en un océano en el que nos perdemos
porque al entrar ahí vemos cuán imperfecto es nuestro pensamiento, nuestro
lenguaje, nuestra lógica, todo.
Y sin
embargo nuestro Dios amado es toda la verdad, es toda la realidad, es la
esencia total de las esencias, desde la cual todo lo existente se hace posible,
y desde el cual hay que entender e interpretar todo. Es que normalmente, para
poder entender cualquier cosa, nuestro punto de vista somos nosotros mismos;
desde nuestras propias experiencias, desde nuestros propios conceptos
previamente elaborados entendemos todo lo demás: ése es el mecanismo que hace
posible el conocimiento humano. Y al querer entender a Dios desde nosotros,
comenzamos por un error esencial en la perspectiva, en el punto de partida,
porque en realidad deberíamos hacer lo contrario: procurar entendernos a
nosotros mismos desde Dios: El es el punto de vista, es el origen desde el cual
se debe entender correctamente lo que hay de verdad, de belleza, de existencia
en cualquiera de los seres, y especialmente en el hombre, que fue creado a
imagen y semejanza de Dios. Y muchas veces el hombre piensa al revés, y al
intentar conocerlo, desde los parámetros humanos, hace a Dios a su imagen y
semejanza. Nosotros vemos las huellas de Dios en el mundo (en las maravillas de
la naturaleza y especialmente en lo que es el ser humano), y así intentamos
imaginar a Dios. Pero en realidad debería ser al revés, sólo podemos entender
el mundo y a nosotros mismos viéndonos desde Dios. Esto es una utopía, y por
eso al hablar de Dios solo podemos balbucear.
Este es
un punto importante, sobre el que deberíamos pensar. Pensamos a Dios a nuestra
imagen y semejanza. Incluso cuando tenemos una “buena imagen” de Dios, lo
pensamos desde nuestros esquemas de conocimiento. Pero muchas veces tenemos una
“pésima imagen” de Dios. Hay quienes se alejan de Dios por la imagen que ellos
mismos se han hecho de Dios; porque han puesto en su pobre imagen de Dios, sus
propias frustraciones, sus rencores, sus fracasos, sus decepciones; y así
imaginan un dios cruel, lejano, indiferente; respecto del cual lo mejor es
mantenerse lejos, y sobre todo, mantenerlo lejos de nuestro corazón.
En
cambio el misterio de la Santísima Trinidad nos muestra lo insondable, lo
deslumbrante, la infinitud de Dios mismo. Nos debe hacer caer en la cuenta que
todas nuestras imágenes de Dios, aún las mejores, son inadecuadas: que Dios es
más que todo eso, que es más Padre que todo lo imaginable, que es más Luz, que
toda luz, que es más bondad, que es más justo, que es más misericordioso, que
es más fuerte, que es mas, y mucho más. Nuestros conceptos, por el hecho de
hacerlos, ponen un límite a lo que están conceptuando (nombrar algo es
delimitarlo), y este Misterio, corazón de todo misterio, se sale de todas las
delimitaciones, desborda todos los nombres y todos los adjetivos.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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