Seminario Arquidiocesano de Arequipa
1.20. Los Misterios de la vida pública de Jesús
1.20.1. El Bautismo de Jesús
El
acontecimiento se desarrolló entre una multitud de pecadores, publicanos y
soldados, fariseos y saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él.
Era un bautismo penitencial, no de iniciación a una nueva vida. «Entonces aparece Jesús». El Bautista
duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Jesús se presenta ante Juan el
Bautista como el Siervo de Yahveh sufriente que carga sobre sus hombros los
pecados del mundo. Juan proclamaba «un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (Lc 3, 3). Con este
acontecimiento se indica el comienzo de los tiempos mesiánicos y el comienzo
del ministerio publico de Jesús. El bautismo en el Jordán es concebido como una
unción en el Espíritu Santo que prepara a Jesús para cumplir la función del
Siervo de Yahvé en su condición de Mesías e Hijo de Dios. Tres momentos destaca
la tradición evangélica en este suceso del comienzo de la vida pública de
Jesús:
- La Teofanía se anuncia con la apertura del mundo celestial, Marcos alude a un “desgarramiento” de los cielos, Mc 1, 10: “En cuanto (Jesús) salió del agua, vio que los cielos se rasgaban...”.
- “... y que el Espíritu, en forma de paloma bajaba a El”. Mc. 10, 10. El Espíritu que desciende sobre Jesús no dice solamente relación con los sucesos de la Historia de la salvación, como en los oráculos del Siervo de Yahvé de Isaías11, 1 y s.s, El será defensor de los débiles, liberará a los cautivos, los pobres serán evangelizados y se les anunciará la Buena Nueva del Reino de Dios.
- Jesús oye, al salir de las aguas, esta declaración del Padre: “Y se oyó una voz que venía del cielo: “Tú eres mi Hijo amado en quien me complazco”, Mc 1, 11. De esta manera se hace resaltar la manera mesiánica de Jesús como verdadero Hijo de Dios. Jesús bautizado puede ahora dirigirse a Dios llamándolo “Abba” = Padre, pues Jesús es Hijo por naturaleza y es enviado para salvar a todo el género humano.
El
bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su
misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo» (Jn 1, 29); anticipa ya el «bautismo»
de su muerte sangrienta. Viene ya a «cumplir
toda justicia» (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de
su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros
pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su
complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su
concepción viene a «posarse» sobre
él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mt 3, 16) que
el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el
descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.
Por el
bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su
bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de
rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para
subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en
hijo amado del Padre y «vivir una vida
nueva» (Rm 6, 4):
1.20.2. Las Tentaciones de Jesús
Los
evangelios Mt 4, 1-11; Mc 1 12-13; Lc 4, 1-13, hablan de un tiempo de soledad
de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: «Impulsado por el Espíritu» al desierto,
Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y
los ángeles le servían. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces
tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos
ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel
en el desierto, y el diablo se aleja de él «hasta
el tiempo determinado» (Lc 4, 13). Esta experiencia espiritual de la
tentación Jesús nos enseña que:
- Nadie está libre de ser tentado
- Que la tentación se puede vencer, como lo hizo Jesús, adhiriéndose más fuerte a la voluntad del Padre
- Por eso Jesús nos enseñó a orar diciendo: “y no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, o del Maligno”.
1.20.3. Los evangelistas indican el sentido
salvífico de este acontecimiento misterioso
Jesús es
el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la
tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de
los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto.
Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad
divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha «atado al hombre fuerte» para despojarle de lo que se había
apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo
de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.
La
tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de
Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le
quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los
años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el
desierto.
1.20.4. «EL REINO DE DIOS está cerca»
«Después que Juan fue preso, marchó Jesús a
Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y
el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva"»
(Mc 1, 15). Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la
tierra el Reino de los cielos. Pues bien, la voluntad del Padre es elevar a los
hombres a la participación de la vida divina.
Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta
reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra el germen y el comienzo de este
Reino.
1.20.5. El anuncio del Reino de Dios
En la carta de los Hebreos se nos dice: "Dios, que en otros tiempos había
hablado en muchas ocasiones por medio de los profetas, últimamente, en estos
días, nos ha hablado por su Hijo", Hbr 1, 2. Por eso Jesús, la Palabra
misma del Padre encarnada, comenzó su misión pública con estas palabras: "El tiempo se ha cumplido y el Reino
de Dios está cerca, convertíos el Reino de Dios está cerca", Mc.1,15.
El contenido del anuncio proclamado por Cristo
es: la buena nueva de la salvación, la proximidad del advenimiento del Reino de
Dios, Lc 4, 43, y de la venida del Salvador. Lc 2, 10.
El mensaje del Reino de Dios: Los evangelistas
sinópticos concuerdan en que el tema primario de la predicación de Cristo era
el "Reino de Dios".
"Enseñaba en las sinagogas y proclamaba el evangelio del reino", Mt
4, 23, que "es el evangelio de
Dios". Mc 1, 14. Jesús "les
dijo: también en las otras ciudades tengo que evangelizar el Reino de Dios,
porque para esto he venido". Lc 4, 43.
Este Reino no es de una dimensión geográfica, ni
política, sino religiosa y moral; es la sujeción del hombre al dominio de Dios:
esto, no es una esclavitud dura a un señor tiránico sino la aceptación libre y
alegre de la acción amorosa y benéfica de Dios Padre.
Porque el Reino de Dios anunciado por Cristo es
la cercanía de Dios en la soberanía de su amor de Padre, cuya consecuencia es
un estado de paz, libertad y felicidad, cual sólo puede otorgarlas el poder y
la bondad de Dios. Reino de Dios es, por lo tanto, la acción salvífica de Dios
y su aceptación por el hombre, y, por consiguiente, es la salvación, objeto de
las esperanzas del hombre; salvación incoada en este mundo para consumarse en
el eón futuro y eterno.
1.20.6. Características del
Reino de Dios
1. La conversión del corazón como la invitación
a un cambio de vida.
El mensaje de Jesús tiene un marcado carácter de urgencia.
El Reino de Dios no cabe sino aceptarlo o rechazarlo. Por eso al principio de
su predicación empieza la invitación tajante: "Convertíos y creed en el evangelio", Mc 1, 15. Y declara
que “es preciso hacerse violencia para
entrar en el Reino de Dios”, Mt 11, 12.
Jesús sabe muy bien que el mensaje que él predica
está en contra de las apetencias hedonistas de la sociedad que le rodea, y por
ello declara en su discurso las bienaventuranzas como condición para entrar en
el reino de Dios que él anuncia. Mt 5, 1, s.s.
Las
exigencias morales para entrar en el Reino de Dios y vivir en él son altas y
aún paradójicas pues parecen estar en contra de las normales apetencias
humanas: Cristo exige espíritu de sacrificio, de mansedumbre, de
desprendimiento, de perdón y de amor, incluso hacia los enemigos. Todo esto
resulta algo sobrehumano, pero, con todo, declara que no cabe sino aceptar
estas condiciones en bloque o rechazarlas. No hay término medio, porque el que
no está con El, está contra El, Mt 12, 30.
Y El ha venido a traer no la paz sino la espada.
Mt 10, 34; pues va a ser signo de contradicción en la historia: "para que se abran los pensamientos de
muchos corazones", Lc 2, 34‑35.
En efecto, Cristo, con estilo profético apremia a
sus oyentes para entrar en el Reino de Dios empezando por practicar una sincera
penitencia: "Haced penitencia en
saco y ceniza", Mt 11, 21 s.s. Jesús pide la compunción del corazón,
Lc 15, 11,s.s, es decir, la vuelta de los sentimientos de hijos de Dios. Para
ello el hombre debe de liberarse de la atracción de las riquezas; Mt 6, 24, de
la sensualidad, Lc 7, 50, del odio hacia sus hermanos, Mt 6, 12, manifestando
sentimientos de plena magnanimidad y de perdón, sin distinción de raza ni de
clase social. Mt 17, 22.
Así, la conversión y la fe son en Jesús las dos
caras la misma postura fundamental. Sólo quien se convierte puede formarse la
creencia de que el tiempo de salvación ha llegado ya, y adquiere la disposición
para cumplir la voluntad de Dios conforme a la exigencia predicada por Cristo.
El mensaje de Cristo supone "una nueva justicia", que debe ser superior a la de los
escribas y fariseos: "Si vuestra
justicia no fuera mejor que la de los escribas y fariseos, no podréis entrar en
el Reino de los cielos". Y por ello propone: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto",
Mt 5, 48. Y todas las cosas deben de estar subordinadas a este ideal. "Buscad el Reino de Dios y su justicia
y todo lo demás se os dará por añadidura", Mt.6,33.
Por eso, nos invita a pedir: "Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo", Mt 6, 9‑13. Y sabe, también, que este
"Reinado" pleno no se dará en este mundo, en el que siempre estarán
mezclados el trigo y la cizaña. Mt 13, 24. Pero Jesús, no es un idealista
desconectado de la dura realidad que le rodea, más bien conoce muy bien las
complejidades del corazón humano y sus debilidades innatas, por eso, proclama
que entremos por la puerta estrecha, dificultosa y cuesta arriba que lleva a la
salvación, Mt 7, 13-4.
Jesús mismo se considera como el modelo en el
camino hacia el Reino de Dios, y puesto que El ha cumplido su misión en la
renuncia y el sufrimiento, los que le quieran seguir deben también "tomar la cruz", negándose a
sí mismo Mc 8, 34: Incluso hay que estar dispuesto a perder la propia vida en
aras de los intereses del Evangelio. Mc 8, 35. Jesús identifica a su persona
con el Reino de Dios y en el momento solemne del juicio final, que abre la
perspectiva del Reino de Dios en su dimensión escatológica, Jesús con el Padre
decide la suerte de los hombres.
2. El Reino de Dios como realidad salvífico‑mesiánica.
Jesús es consciente de su condición de Mesías, y como tal proclama que con El
se inaugura el Reino de Dios. Prueba de ello es que ha empezado a remitir el
poder de Satanás: "Si yo arrojo los
demonios por el Espíritu de Dios, luego ha llegado a vosotros el Reino de
Dios", Mt 12, 27.
Para Jesús, el Reino de Dios en su dimensión
salvífico‑mesiánica está ya en marcha; por eso se enfrenta con las clases
dirigentes judías que ni entran en el Reino de Dios ni dejan entrar en él y les
dice: "¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas!, porque cerráis a los hombres el acceso al Reino de los
cielos, pues ni entráis ni dejáis entrar", Mt 23, 13.
En contraposición a esta actitud de los
autosuficientes fariseos, dice a sus discípulos: "No temáis, rebañito, porque plugo a vuestro Padre daros el
Reino", Mt 12, 32. Y les anima:
"Más bien, buscad su Reino, y todo lo demás se os dará por
añadidura", Lc 12, 31. "A
vosotros ha sido dado conocer el misterio del Reino de Dios", Mt 13,
44. Y a los niños, por su inocencia:
"les pertenece el Reino de Dios", Mc 10, 14; es más, los mismos
pecadores arrepentidos pueden entrar en él, con preferencia a los orgullosos
fariseos, "los publicanos y
prostitutas os precederán en el Reino de los cielos", Mt 21, 31.
De este modo, Jesús anuncia el Reino de Dios como
una realidad dinámica espiritual que está ya en marcha y ha sido inaugurada con
su mensaje. No es una transformación repentina de las almas que se impone de
una manera aparatosa, ni una mera evolución natural que parte de uno mismo,
sino que es una iniciativa que parte del Padre que se hace presente con la vida
de Jesús, que se enfrenta al poder de Satán. En efecto el mensaje de Jesús es,
ante todo, una oferta de salvación, de rehabilitación espiritual ante Dios que
perdona, olvida y ama.
Jesús brinda una oportunidad de salvación, que
exige una decisión, un cambio de vida, una entrega confiada a su mensaje de
salvación que comunica de parte del Padre, por eso exclama: "Si al menos en este día conocieras lo que conviene a tu
paz", Lc 19, 42. Jesús es consciente de ser el Salvador de este Reino
de Dios, y como tal, ha actuado en su vida predicando, llamando a penitencia, curando enfermos, expulsando
demonios, resucitando a los muertos.
Frente a la expectación anhelante de una
manifestación espectacular del Reino de Dios, preparada por el advenimiento
del Mesías, como se esperaba entonces, Jesús declara claramente: el Reino de
Dios no viene con ostentación, ni podrá decirse, ¡helo aquí o allí! : "porque el Reino de Dios está dentro
de vosotros", Lc 17, 20.s.s. Es como un grano de mostaza, o como la
levadura en una masa de pan; es un germen sobrenatural que Jesús ha depositado
en la sociedad de su tiempo, es un don divino, por eso sólo Dios conoce su
misterio y al fin de los tiempos tendrá una manifestación decisiva.
En realidad Cristo es el punto de unión de los
dos perspectivas :
- Mesiánica , porque en Cristo se ha realizado la promesa hecha a David.
- Escatológica, porque con Cristo se ha inaugurado "ya" el Reino de Dios "pero todavía no" se ha consumado.
Jesucristo, como Mesías, inaugura la comunidad
salvífico‑mesiánica que encontrará su plenitud en la etapa definitiva del Reino
escatológico. Entre ambas etapas (la del presente y el futuro) hay una tensión
escatológica no de oposición sino de continuidad y de plenitud.
1.20.7. Exigencias
espirituales y morales para entrar en el Reino de Dios
1. Conversión profunda
Los evangelios resumen
las exigencias de Jesús cuando anuncia el advenimiento del "Reino de
Dios" diciendo: "Convertíos y
creed en el evangelio", Mc 1,15. "Conversión", sólo así es
posible hacerse digno del "Reino de Dios". Ahora bien, lo primero que
pide la conversión es aborrecer el pecado, y una vez apartado del pecado
aceptar un programa de vida a base de la práctica de determinadas virtudes y la
adhesión incondicional a la persona y al mensaje de Cristo.
Otra de las características es la reconocer la
paternidad divina y esto dentro de una
actitud filial. Jesús les enseña a sus discípulos a decir "Padre nuestro", contrario al Dios lejano y distante del
Monte Sinaí. Ex 19, 18. La imagen que presenta Jesús, del Padre, y de nuestro
Padre es la del Dios bueno y providente:
"que hace llover sobre justos y pecadores, que viste los lirios del
campo", Mt 5, 45, s.s. La exhortación "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, Mt
5, 48, es el modelo ideal de nuestra vida.
2. Espíritu de renuncia
Jesús, resalta en su
mensaje que sólo tendrán acceso al
"Reino de Dios" los que tengan espíritu de sacrificio y de
renuncia. Por ello declara bienaventurados a los pobres, a los misericordiosos
y a los perseguidos por causa de la justicia del Reino de los cielos, etc. Mt 5, 1, s.s.
Respecto a su persona, Cristo, exige como
condición previa a sus discípulos que:
"tome cada uno su cruz y que le siga cada día", Mt 10, 38,
rompiendo incluso con los lazos familiares para entregarse más de lleno a la
causa del Reino. Lc 14, 25‑33, porque:
"el que se ama a sí mismo se perderá, mientras que el que se odia en este
mundo, se conservará para la vida eterna", Jn 12, 23‑26. Para dar
fruto es preciso enterrarse como "el
grano de trigo". Cristo triunfó por el sufrimiento y el dolor, por
eso, sus seguidores deben seguir su camino de persecuciones y sufrimientos. Mt
10, 23. Jn 15, 20.
Por eso declara a sus seguidores que deben
alegrarse cuando sean perseguidos por aclamar el ideal, "porque su recompensa será grande en el cielo", Mt 5, 1‑8.
En cambio, Jesús, considera desgraciados a los que han sido mimados por la
suerte o la fortuna y aún suenan duras y difíciles a los oídos humanos las
palabras: "¡Ay, de vosotros, ricos,
porque habéis recibido vuestro consuelo!", Lc 6, 20‑26. Y también
declara: "¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo si al fin pierde su alma?", Lc 9, 23.
3. Espíritu de sencillez y de autenticidad
La
vida de Jesús fue una lucha constante contra la hipocresía religiosa que
caracterizaba a los dirigentes religiosos de la sociedad judía. Estos se
preocupaban solamente de cumplir externamente y de guardar las apariencias.
Jesús los define: "como sepulcros
blanqueados, llenos de podredumbre por dentro, limpios por fuera". Mt
23, 27. Jesús al contrario enseña una religión: "en espíritu y en verdad", Jn 4, 24.
Y es que una de las características de su mensaje
es la sinceridad; por eso exige a sus seguidores una posición clara y tajante: "Vuestra palabra sea sí, sí; no,
no", Mt 5, 37. Esta sinceridad requiere como actitud básica la
"humildad". En la parábola del fariseo y el publicano queda claro el
pensamiento frente al orgullo y autosuficiencia de los dirigentes religiosos
judíos y la humildad sincera del publicano pecador. Lc 18, 10.
Otra de las actitudes es la "sencillez"
e inocencia de los niños: "dejad que
los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el Reino de los cielos". Mc
10, 13. "En verdad os digo: si no os
convertís y os hacéis como niños no podréis entrar en el reino de los
cielos", Mt 18, 3.
De hecho, Jesús, no tomó como colaboradores suyos
a sabios e inteligentes de este mundo, sino a simples pescadores y gente
sencilla. En su Reino, los primeros deben de ser los últimos, porque El ha
venido: "a servir y no a ser
servido", Mt 20, 27. Jesús consecuente con este espíritu de servicio,
en la última cena lavó los pies a sus discípulos, dando así un sublime ejemplo
de humildad y servicialidad, pues cumplió cabalmente la función más humillante
de los siervos. Jn.13, 8.
4. Espíritu de auténtica fraternidad: El amor al prójimo.
El mensaje de Jesús se basa en la vinculación
esencial al Dios Padre, que queda como modelo de perfección para los seguidores
de Jesús. Pero, ¿cómo se demuestra el amor al Padre?.
Cuando un escriba le preguntó por el principal
mandamiento de la Ley, Jesús, le respondió: "Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón... este es el más importante el segundo es
semejante a éste: amarás al prójimo como a ti mismo...", Mt 22, 37-40,
con lo cual le señala la importancia del amor al prójimo igual en importancia
al primer mandamiento de la Ley.
Jesús, en la última cena añadió: "un mandamiento nuevo os doy, que os
améis los unos a los otros como yo os he amado". Jn 13, 34. En el
sermón del monte dijo que hay que amar incluso al enemigo, Lc 6, 27. Además,
nos dio como fórmula de oro: "todo
lo que quieres que te hagan a ti, hazlo tú a los demás", Lc 6, 31. Y
con: "la misma medida que midamos a
los demás, con esa misma medida seremos medidos", Mt 7, 2.
De la misma manera, no tendremos perdón de Dios
si no nos perdonamos entre nosotros mismos. Mt 6, 12. Y es tan fundamental el
precepto del amor realizado en las buenas obras, que en el día del Juicio Final
se nos va a juzgar de acuerdo a la práctica u omisión de las mismas. Mt 25, 34‑40.
Pero la verdadera novedad en la enseñanza de
Jesús sobre el amor al prójimo es que lo hace derivar del amor a Dios que es el
modelo de amor: "Sed misericordiosos
como es misericordioso vuestro Padre celestial", Lc 6, 36. Y para
Jesús, el prójimo es todo hombre creado a imagen y semejanza de Dios, Gen l,
26. De ahí, su mensaje universalista de salvación: todos son hijos de Dios, y
en consecuencia, todos son hermanos.
Pero además, Jesús, da una razón nueva de
vinculación fraternal entre los hombres, pues El se considera como centro de la
humanidad, (en su condición de Redentor), y por ello se siente solidario con
todos los hombres, especialmente con los más desheredados y los que sufren.
Por eso exclamará en el día del Juicio: "lo
que habéis hecho con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis...", Mt 25, 40.
...
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
...
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