P. Ignacio Garro, S.J.
Seminario Arquidiocesano de Arequipa
1.19. Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
Toda la riqueza de Cristo «es para todo hombre y constituye el bien de
cada uno». Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde
su Encarnación «por nosotros los hombres
y por nuestra salvación» hasta su muerte
«por nuestros pecados» (1 Cor 15, 3) y en su Resurrección para nuestra
justificación (Rom 4, 25). Todavía ahora, es «nuestro abogado cerca del Padre» (1 Jn 2, l), «estando siempre vivo para interceder en nuestro favor» (Hebr 7,
25).
Con todo lo que vivió y sufrió
por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre «ante el acatamiento de Dios en favor
nuestro» (Hb 9, 24). Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo: El
es el «hombre perfecto» que nos
invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un
ejemplo que imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a
aceptar libremente la privación y las persecuciones.
Todo lo que Cristo vivió hace
que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. «El Hijo de Dios con su
encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre». Estamos llamados a no
ser más que una sola cosa con El; nos hace comulgar en cuanto miembros de su
Cuerpo en lo que El vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
1.19.1. Los misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús. Los preparativos
La venida del Hijo de Dios a la
tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante
siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la «Primera Alianza» (Hb 9, 15), todo lo hace converger hacia Cristo;
anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además,
despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.
S. Juan Bautista es el
precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. «Profeta del Altísimo» (Lc 1, 76),
sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio,
desde el seno de su madre saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en
ser «el amigo del esposo» (Jn 3, 29)
a quien señala como «el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús «con el espíritu y el poder de Elías»
(Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de
conversión y finalmente con su martirio.
1.19.2. El Misterio de Navidad
Jesús eligió la pobreza: nació en la humildad de un establo, en la
soledad y el silencio de la noche, de una familia pobre; unos sencillos
pastores son los primeros testigos del acontecimiento. “Se
hizo pobre para que nosotros fuéramos rico con su pobreza”, dice S. Pablo.
En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo.
1.19.3. Los Misterios de la infancia de Jesús
La Circuncisión de Jesús, al
octavo día de su nacimiento, es señal de su inserción en la descendencia de
Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley y de su
consagración al culto de Israel en el que participará durante toda su vida.
Este signo prefigura «la circuncisión en Cristo» que es el Bautismo.
La Epifanía es la manifestación
de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el
bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la
adoración de Jesús por unos «Magos, o Sabios» venidos de Oriente. En estos
«Magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio
ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva
de la salvación.
La llegada de los Magos a
Jerusalén para «rendir homenaje al rey de los judíos» (Mt 2, 2) muestra que
buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David, al que será el
rey de las naciones.
Su venida significa que los
gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador
del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa
mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La Epifanía
manifiesta que «la multitud de los
gentiles entra en la familia de los patriarcas» y adquiere la dignidad
israelítica.
La Presentación de Jesús en el
Templo lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor. Con Simeón y Ana,
toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador.
Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, «luz de las naciones» y
«gloria de Israel», pero también «signo
de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia otra
oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha
preparado «ante todos los pueblos».
La Huida a Egipto y la matanza
de los inocentes manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: «Vino a su Casa, y los suyos no lo
recibieron» (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la
persecución. Los suyos la comparten con él. Su vuelta de Egipto recuerda el
éxodo y presenta a Jesús como el liberador definitivo.
1.19.4. Los Misterios de la vida oculta de Jesús
Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la
inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia,
vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en
la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba «sometido» a sus padres y que «progresaba en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2, 51-52)
Con la sumisión a su madre, y a
su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen
temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de
Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: «No se haga mi voluntad...» (Lc 22,
42). La obediencia de Cristo en lo
cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la
desobediencia de Adán había destruido.
La vida oculta de Nazaret
permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más
ordinarios de la vida humana. Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse
la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su
Evangelio.
Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y
fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable
hábito del espíritu, tan necesario para nosotros.
Se nos ofrece además una
lección de vida familiar: que Nazaret nos enseña el significado de la familia,
su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e
inviolable.
Finalmente, aquí aprendemos
también la lección del trabajo. José era de oficio “tekton” = artesano, este oficio le
enseñó a Jesús. En Nazaret, estaba la casa del «Hijo del artesano»: cómo deseamos comprender más en este lugar la
austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente.
En la vida oculta de Jesús en
Nazaret el único hecho relevante es la pérdida de Jesús en el Templo y su
hallazgo después de tres días. Es el único suceso que rompe el silencio de los
Evangelios sobre los años ocultos de Jesús.
Jesús deja entrever en ello el
misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: «¿No sabíais que me debo a los asuntos de
mi Padre?» María y José «no
comprendieron» esta palabra, pero la acogieron en la fe. “Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía
sujeto a ellos. Su Madre, conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón», “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante
los hombres”, Lc 2, 51-52.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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Artículos anteriores:
Jesús de Nazaret - 1º Parte: El Misterio de Cristo
Jesús de Nazaret - 2º Parte: El Misterio de la Encarnación
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