Con la lámpara encendida

P. Adolfo Franco, S.J.

Mateo, 25, 1-13

La vida es una espera de la llegada del Novio, una espera que debe ser luminosa. Y hay que tener la lámpara encendida.


La parábola de las diez vírgenes nos la narra San Mateo en este párrafo del evangelio que leemos en este domingo. Esta parábola apunta a nuestro destino final, a la Vida Eterna, que aquí está simbolizada en el banquete al que todos somos invitados.

Pero hay dos clases de personas que esperan: unas esperan cargadas de aceite y otras se descuidan y por eso se les va a apagar la lámpara: ¡cuánto nos dice de la propia vida esto! Lámparas sin aceite, lámparas que se encienden, lámparas que se apagan. Porque eso son las vidas humanas y sus actitudes: lámparas cargadas de ilusión, lámparas extinguidas, donde no hay aceite, porque son vidas a las que el tedio y la falta de esfuerzo, las han vaciado.

Y todo eso cuando la vida, nuestra vida, es la maravillosa espera del Novio que viene a hacernos entrar a un banquete. ¡Qué pena que tantas personas no tengan ilusión por esperar a Jesús! Que no se den cuenta del banquete al que somos invitados y que se nos acerca un poco más cada día.

Realmente en la vida que vivimos hay personas que no buscan a Jesús, que no tienen en el horizonte el encuentro con Dios. Y es una lástima porque nuestra vida es una espera del Señor que llega, y llega para encontrarse con nosotros. Dios no es la gran ilusión de muchos cristianos, el encontrarse con El no es el gran deseo de sus vidas. Para muchos cristianos Dios es un Dios que no produce ningún interés, que no es un estímulo para el esfuerzo. A muchos cristianos la vida que recibieron en el bautismo, que era como un depósito de aceite, se les ha ido gastando en el trascurso de la vida.

Esto es algo sumamente importante porque se trata de algo fundamental para nuestras vidas. El que lo pensemos así, o no lo pensemos así, no le quita ninguna importancia a esta absoluta realidad: vivimos para el futuro. Desde que salimos a la luz de la existencia por voluntad, por un acto, del amor de Dios, nuestra vida se dirige a un destino; y ese destino en esta parábola se describe como un encuentro con el Novio en el banquete de su boda.

Es una forma bella de decir lo que espera al ser humano en su futuro horizonte. Jesús va a venir y me va a hacer entrar en su banquete de bodas. Eso es una realidad esencial y eso le da a la vida humana una dirección y un sentido. Si quitamos esta meta de nuestra existencia, entonces no sabemos a dónde vamos, y qué significa vivir. Nuestra vida está hecha simultáneamente para el presente, que hay que vivirlo intensamente, y simultáneamente está hecha para el futuro. No podemos evadirnos del presente, como si sólo importase el futuro. Pero vivir el presente sin tener en cuenta en este mismo presente el futuro al cual estamos destinados, es como perder el camino de la vida, es como no tener luz en nuestra lámpara.

Una vida con sentido es una vida con aceite y por tanto con luz. Una vida sin ese sentido trascendente es una vida sin aceite, y por tanto sin luz.

Pero no podemos dejar en la sombra lo que es el encuentro con el Novio que va a su boda. Es una forma, por lo demás hermosísima, de lo que es nuestra vida. El asunto es hasta qué punto tenemos nostalgia de Dios, hasta qué punto Jesús se ha convertido en el más grande deseo de nuestro corazón. El deseo de Dios es un deseo que nos hace darle a la vida un dinamismo, una fuerza grande. La vida se hace bella en la medida en que nuestro deseo sea bello. Y el deseo de Dios es el más bello de todos los deseos.

Y por el contrario, el desinterés por Dios, esa terrible falta de aceite, hace que la vida no tenga colores, ni luminosidad. La vida puede ser un tedio prolongado, o puede ser una aventura ilusionada, y eso depende en buena parte de que nuestra vida esté orientada hacia un hermoso horizonte, o esté perdida en metas efímeras y aburridas. Y es Dios el que le da a nuestra vida luz, alegría y hermosura. Dios es realmente transformante, y caminar hacia El es la forma más alegre de caminar por los senderos de esta vida.

La pérdida del sentido de Dios es un terrible mal de nuestro mundo, y está haciendo que tantas vidas humanas estén perdidas, y que se disuelvan en una nada, en tareas, ideales y metas huecos porque no tienen alma, no tienen más que cáscara; y eso no satisface al hombre: al vaciarse de Dios, el hombre se vacía de sí mismo.

Por eso hay que tener aceite en la lámpara, hay que tener la lámpara encendida y hay que tener ilusión por ver llegar al Novio, acompañarlo y entrar en su banquete.




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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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