Homilía: Domingo 6º TO (C)


Lecturas: Jer 17,5-8; S. 1; 1Cor 15,12.16-20; Lc 6,17.20-26

¿Cómo un cristiano puede ser feliz?
P.José R. Martínez Galdeano, S.J.



Después de tratar los temas claves de la Palabra de Dios, de su portavoz el Espíritu, del misterio de su aceptación y rechazo y del discípulo y la Iglesia, Lucas propone el de la cruz como condición necesaria del discípulo y consecuencia inmediata de la aceptación de la fe.

Todos los exegetas subrayan la coincidente sintonía de los acentos que en el mensaje evangélico ponen Pablo y Lucas. Coinciden, por ejemplo, en subrayar el llamamiento de los gentiles a la fe, la importancia de la acción del Espíritu Santo en la obra de Jesús, el peligro de ser rico, la necesidad de la cruz y de la aceptación del sufrimiento. Es Lucas el que recoge la afirmación de Jesús que se aparece a los dos de Emmaús: “Oh insensatos y tardos de corazón…¿no era necesario que el Cristo padeciera esto?” (Lc 24,26). Como también anota lo que el Señor revela a Ananías reticente a bautizarle: “Yo le mostraré lo que tendrá que padecer por mi nombre” (Hch 9,16). De los viajes apostólicos de Pablo no deja de señalar persecuciones, cárceles y situaciones al borde de la muerte: “Es necesario –recuerda que dice Pablo a los convertidos en su primer viaje– que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22). Estando ya para morir, así se despedirá de su discípulo Timoteo, tan entrañablemente querido él y toda su familia, al que deja como obispo en Éfeso: “Tú, en cambio, me has seguido asiduamente en mis enseñanzas, conducta, planes, fe, paciencia, caridad, constancia, en mis persecuciones y sufrimientos, como los que soporté en Antioquía, en Iconio, en Listra. ¡Qué persecuciones hube de sufrir! Y de todas me libró el Señor. Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones” (2Tm 3,10-12).

El evangelio de hoy nos da el comienzo del llamado sermón del monte. Jesús expone lo más clave de la conducta cristiana. Se dirige a todos los que han decidido ya conformar la vida con su doctrina, especialmente los doce elegidos esa mañana, y a los que se empiezan a interesar por ella.
Desde el comienzo la forma del discurso es un tanto extraña, punzante, profética. Se dirige a todas y cada una de las personas que están delante, mira sus caras, sus ojos, quiere que a cada uno llegue su palabra como de quien le habla personalmente: “Dichosos los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tienen hambre… los que ahora lloran …Dichosos ustedes, cuando los hombres los odien y los excluyan y los insulten, y desprecien por causa del Hijo del hombre –es decir por hacer de mí su regla de vida –porque la recompensa será grande en el cielo”…

Pero no se lo dice porque les vaya a prometer sacarles de su situación. Al contrario. “Pero ¡ay de ustedes los ricos!… ¡Ay de ustedes los que ahora están saciados!... ¡Ay de los que ahora ríen! ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes!...”

Estamos ante el código de valores que el Padre ha elegido para su Hijo haciéndose hombre y con cuya práctica realizará nuestra salvación. Este código es el que vamos a encontrar constantemente en el Nuevo Testamento, realizando nuestra salvación hasta la cruz, en la cruz y por la cruz, propuesto como ideal de vida y de salvación para cada discípulo de Cristo y cada hombre.

“¿Quién dio crédito a esto que digo? Fue arrancado de entre los vivos y por nuestras rebeldías condenado a muerte” (Is 53,1.8). Lo recordó cuando tomó carne, se hizo hombre, en el seno de María: “No quieres esos sacrificios de toros y machos cabríos, que no pueden borrar los pecados; por eso me has dado un cuerpo y aquí vengo para hacer tu voluntad” (Hb 10,5-7). Tuvo que nacer en un establo de animales y fue perseguido a muerte desde su nacimiento. “Siendo Dios se humilló como un esclavo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,6-8). Aquella fue “su hora”, la hora de su glorificación, de su coronación real (v. Jn 17,1)

De la misma manera lo han pensado los santos, que, inspirados por el Espíritu Santo, nos indican cómo llegar nosotros a ser santos. Dice así Santa Rosa de Lima: “Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, les exhorto: No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu” (Lit. de las horas, IV, 23 agosto, 2ª lect.). Y San Juan de la Cruz: “¡Oh si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la espesura y sabiduría de las riquezas de Dios, que son de muchas maneras, si no es entrando en la espesura del padecer de muchas maneras, poniendo en eso el alma su consolación y deseo! ¡Y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina desea primero el padecer para entrar en ella, en la espesura de la cruz!” (Cant. Esp. v. Lit. Horas I, 14 dic.).

Todos los que estamos aquí somos considerados por Cristo como sus discípulos. A todos quiere llevarnos más cerca de Dios y comunicarnos más de esa sabiduría divina, a todos quiere darnos gracias para ser más santos, para que no nos pongamos tristes sino que nos sintamos más alegres porque no tenemos los bienes materiales que otros tienen o nosotros mismos esperábamos; porque hay algo que nos hace sufrir; porque sufrimos el rechazo o la maledicencia y aun la calumnia; porque nos ridiculizan especialmente cuando tratamos de vivir conforme a nuestra fe. El Señor quiere llegar a poder darnos la gracia de saltar de gozo en semejantes ocasiones. Esto es vivir en Cristo, tener los mismos sentimientos de Cristo.

Porque quien pone como primer objetivo de su vida hacerse rico, disfrutar y gozar y ser aplaudido, hacer lo que el mundo considera “correcto”, normalmente está lejos de Jesús. Entonces, hermanos, ¿qué hacer? Una vez más les recuerdo la necesidad de la oración para lograr la necesaria gracia de Dios y la necesidad de sumarse y colaborar con ella.

Sea un hábito común el dar gracias a Dios por aquello que nos da. Frente a Dios no tenemos derechos. Sea también un hábito el reaccionar contra los sentimientos espontáneos de rechazo cuando nos ocurre algo desagradable, que no podemos evitar. Entonces hay que procurar tener paciencia, aceptar en lo interior sin dar pie a traumatismos infantiles, considerar el hecho con una visión de fe, ya que nos sirve para purgar nuestras culpas, para mortificar nuestras pasiones, para ofrecer un sacrificio a Dios por la salvación del mundo, para reconocer nuestra fragilidad moral y nuestros defectos, para imitar a Cristo y adquirir su modo de pensar, sentir y vivir, para compartir y completar lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1,24). Este esfuerzo es fruto y va sostenido por la oración humilde, y el fruto de ambos suele ser la paz humilde del corazón. Que por la intercesión de la esclava del Señor Él se digne concederla a todos nosotros.

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