CONFERENCIA DE LA X SEMANA SOCIAL NACIONAL
Perú, Noviembre 11- 14 del 2008
Leonidas Ortiz Lozada, Pbro.
Director del Observatorio Pastoral del CELAM
Secretario Ejecutivo de la Comisión de la Misión Continental
Parte final
La Doctrina social de la Iglesia
Cuando el documento de Aparecida examina la situación de la Iglesia en esta hora histórica de desafíos, afirma que la Doctrina Social constituye una invaluable riqueza en la vida de las comunidades cristianas porque ha animado el testimonio y la acción solidaria de los laicos y laicas, quienes, por una parte, se interesan cada vez más en su formación teológica, como verdaderos misioneros de la caridad, y por otra, se esfuerzan por transformar de manera efectiva el mundo según Cristo. A esto se añade el alto número de iniciativas laicales en los ámbitos social, cultural, económico y político, que hoy se dejan inspirar en los principios permanentes, en los criterios de juicio y en las directrices de acción, provenientes de la Doctrina Social de la Iglesia[1].
Pero también se constatan diversas deficiencias: el escaso acompañamiento dado a los fieles laicos en sus tareas de servicio a la sociedad, particularmente cuando asumen responsabilidades en las diversas estructuras del orden temporal; una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones; una espiritualidad individualista; una mentalidad relativista en lo ético y religioso; una falta de aplicación creativa del rico patrimonio que contiene la Doctrina Social de la Iglesia; y una limitada comprensión del carácter secular que constituye la identidad propia y específica de los fieles laicos[2].
La Iglesia tiene una palabra que decir sobre la vida de los hombres y mujeres en sociedad y, muy particularmente, sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades de un auténtico desarrollo que promueva, en forma integral, a las personas y a las comunidades[3]..
La doctrina social es un valioso instrumento de evangelización que tiene la Iglesia para anunciar “a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre” y, por la misma razón, para revelar el hombre a sí mismo[4]. Desde esa perspectiva, la Iglesia, en cumplimiento de su misión, defiende la vida, promueve los derechos humanos, vela por la familia y por la educación, se preocupa por la solidaridad y la equidad en la sociedad nacional e internacional, denuncia las injusticias, se opone a la guerra y busca caminos de solución pacífica a los conflictos.
La doctrina social es, por tanto, no solo una bella teoría sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción. “Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna”[5]. La fuerza del testimonio consiste, ante todo, en mostrar a Dios, más que demostrarlo: “mostrar a Dios a través de un modo de ser, de las conductas y de la acción propiamente dicha y no simplemente demostrarlo a través de una evangelización adoctrinadora”[6].
Nos dice el Concilio Vaticano II que la misión propia de la Iglesia no es de orden político, económico o social, sino de orden religioso. “Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina”[7]. En esta forma, la fe y las obras van de la mano, “porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (St 2,26).
Una de las mayores preocupaciones de los obispos reunidos en Santo Domingo era “la falta de coherencia entre la fe que se profesa y la vida cotidiana”, lo cual es una de las causas que generan el empobrecimiento en nuestros países, ya que “los cristianos no han sabido encontrar en la fe la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social, económica y política de nuestros pueblos”[8].
Una forma privilegiada de hacer vida la fe que profesamos es la acción pastoral, de honda raigambre bíblica, vinculada al mismo proceso de liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, cuando Dios escucha los gritos del pueblo, ve su situación, lo libera de la tierra donde estaba sometido y lo guía, a través de una experiencia comunitaria, hacia una nueva tierra[9]. Hoy también la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, por medio de la pastoral, cumple la misión que el Señor le encomendó de evangelizar a los hombres y mujeres de todos los confines de la tierra[10].
CONCLUSIÓN
Cuando Aparecida habla de la misión del cristiano en el mundo emplea dos verbos que son fundamentales para entender el espíritu de este evento eclesial: VIVIR y COMUNICAR la vida nueva de Jesucristo a nuestros pueblos.
Por tanto, la primera misión de una pastoral social renovada es VIVIR una vida nueva en Cristo, la cual “toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana ‘en su dimensión personal, familiar, social y cultural’[11]” (DA 356). Esto va a exigir en las personas una conversión, es decir, un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia vida. Es la primera condición para poder vivir a plenitud.
La vida nueva en Cristo incluye los aspectos más normales de nuestra existencia: es “la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia y, así, brota una gratitud sincera” (DA 356).
El COMUNICAR la vida nueva no es otra cosa que realizar el proyecto de Jesús: instaurar el Reino de su Padre. “Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos. Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y de El Caribe”.
Ese es el reto para una renovada pastoral social en clave de misión.
Noviembre de 2008.
[1] Cf DA 99 f.
[2] Cf DA 100 c.
[3] Cfr. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, no. 41.
[4] Juan Pablo II, Centesimus annus, no. 54.
[5] Juan Pablo II, Op. Cit. no. 57.
[6] CELAM, Globalización y Nueva Evangelización en América Latina y el Caribe, no. 371
[7] Gaudium et Spes, no. 42.
[8] SD 161.
[9] Cfr. Ex 3,7.15; Dt 5,6.
[10] Cfr. Mt 28, 18-20.
[11] DI 4
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Para leer la 1º Parte:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2009/03/desafios-para-una-renovada-pastoral.html
Para leer la 2º Parte:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2009/08/desafios-para-una-renovada-pastoral.html
Para leer la 3º Parte:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2009/08/desafios-para-una-renovada-pastoral_15.html
Para leer la 4º Parte:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2009/08/desafios-para-una-renovada-pastoral_23.html
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Agradecemos a Roberto Tarazona por compartir esta Conferencia.
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