Homilías - ¡Qué amor nos tiene el Padre! - Domingo 2º Cuaresma (B)






P. José R. Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Gen 22,1-2.9.15-18; S 115,10.15-19; Ro 8,31-34; Mc 9,1-9



En la Iglesia de los primeros siglos se bautizaban normalmente convertidos adultos. La preparación al bautismo era el catecumenado. Se procuraba que el proceso culminase en la vigilia pascual. Los domingos de cuaresma precedentes se explicaban algunos evangelios que de manera especial propiciaban renovar la explicación del bautismo.

La Pascual de Resurrección nos coloca ante el centro de la fe: que Jesús ha resucitado y está vivo en la Iglesia. Y es que además, como efecto de la resurrección de Jesús, los fieles cristianos también hemos resucitado, participando con el bautismo de la vida resucitada de Cristo. El bautismo nos ha comunicado y comunica la vida resucitada de Cristo, pues es absurdo que Cristo viva ahora con dos vidas distintas, una resucitada y otra no resucitada. La vida divina, de la que nosotros participamos por el bautismo, que nos ha unido a Cristo y nos ha transformado en hijos de Dios por el Espíritu de Jesús, que habita en nosotros, es la de Jesús resucitado.

Esta realidad nos ha transformado profundamente y para bien. Esto no se debe olvidar nunca y el período de la cuaresma, intensificando la oración, la penitencia y las obras de caridad, se espera que contribuya a alcanzar de Dios la gracia de vivirla con fe y amor más profundos.
Las lecturas de hoy están elegidas para ello. La exigencia de Dios a Abrahán de sacrificarle a su hijo único Isaac probó la fe del patriarca, pero también simboliza el sacrificio de Jesús en la cruz, exigido por el Padre para el perdón de los pecados de los hombres. Como Isaac cargó con la leña del sacrificio, Jesús debió cargar el madero de la cruz, sería entregado a la muerte y heredaría una gran descendencia de hermanos, los bautizados, hijos de Dios.

San Pablo lo expresa en términos más teológicos. El Padre “no perdonó a su propio Hijo”, a Jesús, “sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Dice Pablo que tanto nos amó el Padre a nosotros los hombres que, para perdonar nuestros pecados, quiso que su Hijo, habiendo tomado carne humana y siendo cabeza y representante de todos los hombres, asumiera la deuda de nuestros pecados, hecho en cierta manera pecado (2Cor 5,21), y, obedeciendo al Padre hasta la muerte y muerte de cruz, le restituyó en nuestro nombre toda la gloria y mucha más de la que nuestras ofensas le habían negado. Porque Jesús, que era su Hijo, Dios Él mismo, teniendo una dignidad infinita, avaló nuestra deuda de pecado y se sometió a su voluntad hasta la muerte por nuestros pecados. Es lo que el Padre quiso y es lo que Jesús cumplió a cabalidad.

Esta forma de borrar nuestros pecados, querida por Dios, nos muestra tanto el amor de Dios Padre como el del Hijo. Por eso hemos que tener mucha confianza tanto en el amor del Padre como del Hijo: “El que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que salva. ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?”. Tanto Dios Padre como Jesús, el Hijo, nos darán todas las ayudas, la gracia, la fuerza, la luz del Espíritu, para nuestra salvación y la limpieza de nuestros pecados y defectos.

Debemos tener una inmensa confianza. Somos tan privilegiados como Pedro, Santiago y Juan. Jesús en el monte nos recuerda a Moisés y a Elías también en el monte en diálogo intimo con Dios. Jesús en el centro, porque es más que ellos. La indicación es suficientemente clara como indicadora de la naturaleza divina de Jesús, de que Jesús es más porque es Dios y Moisés y Elías, siendo tan extraordinarios, no dejan de ser hombres. Jesús, Moisés y Elías nos dice San Lucas que hablan sobre la muerte en Jerusalén. Allí pagará nuestro rescate y nos liberará de nuestros pecados. Y Jesús se transfigura, es decir la belleza, el poder, las dotes propias de la divinidad de Jesús atraviesan la opacidad del cuerpo y los vestidos y transmiten una luz y adquieren una blancura que no existen igual en este mundo. Jesús es mucho más que Moisés y que Elías y que ningún personaje del Antiguo Testamento, Jesús está más arriba que ningún profeta ni criatura, es Dios, es el Hijo de Dios, como ya enseñaba la predicación cristiana antes de que se escribiera este evangelio de Marcos (hay escritos del Nuevo Testamento anteriores), y por eso tiene poder para pagar y salvarnos de nuestros pecados.

“Y salió una voz de la nube: Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”... Pero “cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No cuenten a nadie lo que ustedes han visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Nada deben contar por ahora; pero, cuando resucite, deberán decirlo “a toda criatura”. Porque esos dones de Jesús resucitado se nos dan en el bautismo.

Porque ya no somos sólo hombres sino verdaderos hijos de Dios. “Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-2). No podemos verlo con nuestros ojos de carne, pero tenemos razones para creerlo y vivirlo con la fe. Por eso le damos gracias por la gracia del bautismo, por el perdón que nos ha renovado tantas veces en la penitencia, por la luz que nos da con la enseñanza infalible de la Iglesia, con la alegría y la fuerza que comunica para vencer en nosotros el pecado, llevar nuestra cruz y amar a Dios y a los hombres como Él sabemos que los ama a ellos y a nosotros.

Que el Señor nos conceda esta Cuaresma avanzar en el conocimiento de la gracia de ser cristianos, el agradecérselo profundamente y que el amor a Dios y a los hombres sea más y más la norma de nuestro pensar y obrar.




Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog





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