El Cristo en que creemos
P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
Seguimos con la catequesis de San Pedro en Roma. Es ahora el capítulo segundo. El texto que hemos leído dice: “Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm”. Es interesante el dato. Jesús empezó su predicación fuerte en Galilea en Cafarnaúm. Estuvo casi una semana, luego se ausentó. Diríamos que no quería ser “secuestrado” por los habitantes de Cafarnaúm. Quería llevar su palabra a otros lugares galileos. En esta gira curó al leproso. Luego regresó. Nuestra traducción litúrgica dice que regreso “a los pocos días”. ¿Cuántos? La traducción de la famosa Biblia de Jerusalén dice: “días después entró de nuevo en Cafarnaúm”. El texto griego podría traducirse por “pasados unos cuantos días”; creo que indica un tiempo no muy largo, pero tampoco demasiada inmediatez; podrían ser diez a treinta días, por ejemplo.
Es interesante este dato para darse cuenta de cómo está escrito el evangelio de Marcos. No quiere ser una historia, es decir una narración cronológica, narrando los sucesos en el orden temporal en que han sucedido. Es, como ya expliqué, una catequesis, que va exponiendo con un cierto orden puntos de fe. Ya dije cómo Marcos está mostrando con los hechos a la persona y misión de Jesús: Jesús, el Hijo de Dios, viene a salvar a los hombres de sus pecados, es decir a salvarlos del Demonio. Y así se muestra desde el principio por la autoridad de la palabra y los milagros. El milagro de hoy viene a ser una preciosa culminación, clarísima además, de toda la narración anterior. No sucede inmediatamente, no se dice nada de las cosas que Jesús dijo e hizo en su viaje, que no sabemos lo que duró ni lo que dijo ni por donde anduvo. Todo eso no interesa ahora al catequista, que es Pedro. Lo que le interesa es proponer desde el principio lo que es Jesús y a qué ha venido.
Tras haber descrito el ambiente de entusiasmo popular con que el pueblo en general recibe el mensaje y milagros de Jesús, en el segundo capítulo se expone la actitud negativa y suspicaz de los poderes sociales de aquel tiempo, sobre todo escribas y fariseos.
Pero además en este milagro Pedro viene a resumir lo que desde el principio debe quedar claro en la mente de sus catecúmenos. El texto da a entender que la casa, su casa, es la de Pedro, de la que ha hablado antes. Es conocida, los arqueólogos la han encontrado, es bastante amplia y cercana a la sinagoga. Al menos en la zona de entrada, en donde Jesús está enseñando, no hay un segundo piso. Los detalles de la narración muestran una vez más al testigo ocular, a Pedro. El tejado son unas maderas, que sostienen unas losetas sueltas que se quitan y ponen fácilmente. Jesús conoce por ciencia superior a la humana, es decir que por ser Dios, la fe de los cuatro portadores, el arrepentimiento de sus pecados por el enfermo y los pensamientos de los letrados, esto es de los escribas, expertos en la Ley. Todo está indicando de alguna manera que Él es Dios. En sus palabras se autodenomina “el Hijo del Hombre”, como el personaje misterioso de la profecía de Daniel, venido del Cielo, a quien “se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, cuyo imperio es un imperio eterno, que nunca pasará y cuyo reino no será destruido jamás” (Dan 7,14), y dice que puede perdonar los pecados lo mismo que curar la enfermedad, es decir que tiene el poder de Dios, que es Dios. Y lo demuestra sin más con una orden al paralítico, que además recibió fuerzas para cargar con la camilla a la vista de todos.
Para Pedro este milagro es una prueba clara de lo que afirma ya en el primer verso del evangelio: “Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios”. De esta forma con este milagro Pedro (si queremos Marcos) viene a sintetizar el misterio de Jesús: Dios, que se ha hecho hombre para liberar a los hombres de sus pecados.
Este miércoles de ceniza vamos a comenzar la Cuaresma. Es un tiempo en el que la Iglesia nos llama a tomar conciencia de nuestros pecados y a acercarnos a Cristo para obtener su perdón.
Este evangelio nos plantea también a nosotros la cuestión, como a aquellos escribas: ¿En qué Cristo estamos dispuestos a creer? Algunos piensan en un cristo que les asegure dinero, salud, bienestar, tranquilidad en este mundo y en el otro. El Jesús real es el de la Cruz, el que perdona los pecados a los arrepentidos, a los que están decididos a corregir su conducta, el Jesús de las Bienaventuranzas, el que ama hasta dar su vida, el Jesús de los humildes. Es bueno hacerse alguna pregunta. ¿Qué me hace falta para considerarme feliz? ¿Tener más plata, tener amigos poderosos, gozar de la vida...? No buscas a Cristo. Si te topas con Él, imposible que lo reconozcas a menos que des un cambio radical.
Pero si crees y estás arrepentido, aunque hayas pecado, aunque estés paralítico en muchas virtudes, nada puede resistir ante el poder de Cristo. Todo lo demás son trucos y trampas, engañabobos. Yogas, relajaciones orientales u occidentales, drogas, trucos psicológicos... El pecado, el vicio, el desorden moral no lo cura más que el médico de las almas, Jesucristo. Es lo que hemos escuchado en la primera lectura de Isaías, que anuncia a Jesucristo: “Miren que realizo algo nuevo”. ¿Qué es esto nuevo? Son los sacramentos, es el dolor de pecados y faltas, es la compañía de la Iglesia, es la oración humilde que invoca de Dios la gracia del Espíritu Santo para arrepentirse, para huir de la tentación, para perdonar, para dejar el alcohol o la droga, para superar defectos inveterados. “Tú no me invocabas... me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas. Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados”. Él, Él es siempre el que se adelanta, el buen pastor que va en busca de la oveja perdida. Todos tenemos alguna faceta en la que andamos perdidos. Vayamos, dejémonos llevar, mirémosle a Él, escuchemos, respondamos, pongámonos de pie, demos gloria a Dios, porque cosas como ésta las vemos ahora diariamente.
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