P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
Lecturas: Dt 18,15-20; S.94; 1Cor 7,32-35; Mc1,21-28
En el Antiguo Testamento la presencia del Demonio es muy esporádica. Pero el Nuevo Testamento presenta la obra y misión de Jesús como radicalmente contraria. Los tres sinópticos lo constatan desde el comienzo mismo de la vida pública. Antes de empezar, ya en el desierto Jesús es tentado. San Marcos, quien redacta la catequesis de Pedro a los catecúmenos y recién bautizados de Roma, reduce los cuarenta días de oración y penitencia en el desierto a esto: “permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; estaba entre los animales y los ángeles le servían” (1,13). Sólo se señalan la soledad, la comunicación con los ángeles y la lucha contra Satán. Estamos al comienzo, en el capítulo primero de San Marcos; es probablemente el primer sábado de la estancia de Jesús en Cafarnaún. Jesús ha hablado unas cuantas veces por las calles y ha suscitado mucha atención; hay que recordar que Juan Bautista lleva removiendo los corazones desde hace varios meses y muchos le han oído. Se esperan acontecimientos; hasta una embajada fue enviada desde Jerusalén para interrogar a Juan sobre su mesianidad.
Como buen israelita el sábado Jesús va a la sinagoga. Llegado el momento, el jefe de la sinagoga ofrece el rollo de la Escritura a un voluntario que lo lea y comente. Jesús se adelanta, recibe el libro, lo lee, lo comenta. “Se quedaron asombrados de su enseñanza; no era como la de los letrados”, como la de siempre. ¿Cómo era? Enseñaba “con autoridad”. Mientras los escribas, al comentar la Escritura, se limitaban a citar de memoria las opiniones aprendidas en alguna escuela de Jerusalén, Jesús tenía sus propias opiniones y las exponía con firmeza y como las verdaderas. El modelo es el del sermón del monte: “Han oído ustedes” tal y tal cosa…, “pero yo les digo…”. También allí se concluye con la misma fórmula: “les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt 7,29).
La autoridad de Jesús recordaba a la de los profetas y gustaba a la gente piadosa, pues ya eran muchos los años en que no habían aparecido profetas. Por fin Juan el Bautista; ahora éste, Jesús. ¿No estaba para llegar, por fin, el Mesías?
Pero entre los “maestros”, los “intérpretes oficiales de la Ley”, los que habían estudiado en Jerusalén y gozaban de prestigio y autoridad levantaba suspicacias. Si su ciencia no se aceptase, su ascendiente social y su autoridad peligraban. Vacilaba la tierra bajo sus pies.
Dios quiso que en esta ocasión la cosa se complicase aún más. Había entre la gente un endemoniado. En aquel tiempo, con pocos conocimientos de medicina, bastantes enfermedades se atribuían a la posesión del Demonio. Su curación no deja de ser un milagro. Pero en este caso los síntomas demuestran que se trataba de una posesión diabólica real. Porque “se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Un mero enfermo no se porta así. No ha sido azuzado ni molestado desde fuera. Esa actitud espontánea viene de algo en la persona de Jesús que siente como muy negativo para él. Se siente amenazado, y de muerte: “¿Has venido a acabar con nosotros?”. Conoce de Jesús mucho más que los demás: “Sé quién eres: el Santo de Dios”, y conoce algo muy interior y profundo. Los signos son que nos encontramos ante un poseído verdadero del Demonio.
La presencia del Demonio en la vida de Jesús no nos ha de extrañar. El Demonio existe. Así lo ha enseñado la Iglesia desde el principio. Así lo enseña hoy la Iglesia afirmando que su existencia es verdad de fe, por ejemplo en el Catecismo de la Iglesia Católica. Dice: “La Iglesia y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o Diablo (Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El Diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos (Conc. de Letrán, año 1215). Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Serán como Dioses (Gn 3,5). El Diablo es ‘pecador desde el principio’ (1Jn 3,8), ‘padre de la mentira’ (Jn 8,44). La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama ‘homicida desde el principio’ (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (Mt 4,1-11). ‘El hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo (1Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios” (CIC 392-394). Hace unos años hubo algunos teólogos, que negaron tal existencia. Se equivocaron. En todas las diócesis debe haber algún sacerdote encargado de hacer los exorcismos. Y ha sucedido que en las zonas en que aumentó el número de los no creyentes en la existencia de los demonios, aumentó el número de los poseídos. De mi experiencia les puedo decir que de los países que yo he visitado, es Dinamarca el que cuenta con más comercio sobre esoterismo, espíritus y demonios, lo que contradice la vanidad con que los niegan con la boca.
El Demonio nos da miedo. Es ciertamente poderoso y busca nuestra ruina. Sin embargo en los evangelios, como en el caso de hoy, ante Cristo se acoquina. En esta expulsión del Demonio hay que notar que Jesús no hace cosas raras, gestos crípticos, con frecuencia ridículos, palabras misteriosas ni mágicas. Lo que usa son expresiones de mando, de manifestación de autoridad: Cállate, sal. Existe el Demonio. Tiene poder. Pero ante Cristo tiembla. Y también ante los representantes de Cristo. Es una señal del poder de la Iglesia.
El Demonio puede actuar posesionándose del cuerpo y aun de las mismas facultades de una persona. En esos momentos no actúa la persona. Es lo que pasa en el caso de hoy. Entonces debe intervenir un sacerdote designado para ello por el Obispo de la comunidad cristiana.
Pero esto es más bien raro. Lo normal es la tentación. A los que van mejorando, a los que van esforzándose por llevar una vida cristiana cada vez mejor, enseña San Ignacio que el Demonio, cuando tienta, lo hace dándoles una sensación como de oscuridad interior, tristeza, pereza, miedo para el bien, para que aflojen en su esfuerzo. Es bueno reflexionar sobre este asunto. Es un grave error dejar entonces la oración, el compromiso, la frecuencia de sacramentos, etc. San Ignacio aconseja lo que en el deporte se dice, que “la mejor defensa es el ataque”: No tener miedo, procurar aumentar la confianza en Dios y el fervor en obrar bien. Seguir de la misma forma; redoblar la oración, el espíritu de sacrificio y la caridad. Es lógico entonces que el Demonio se retire, pues, contra lo que pretendía, lo que provoca son buenas obras y hechas con fervor.
En la oración de Jesús, el Padre Nuestro, se piden “no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del malo”. El Catecismo explica que el sentido primario de esta petición es personal, es la liberación de los engaños del malo por excelencia, del Diablo.
San Marcos acaba su evangelio con estas palabras de Jesús: “Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien… Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16,17-20)
Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima.
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.
P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog
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