Vida - Parte 7: Peripecias en el camino a la cumbre


 

P. Adolfo Franco, jesuita

Continuación...


PERIPECIAS EN EL CAMINO A LA CUMBRE[1]

 

Hemos hecho juntos un recorrido de reflexiones comenzando desde el primer capítulo con las preguntas sobre si me gusta la vida que tengo, y pasando por cada uno de los capítulos que intentan ayudarnos a enriquecer nuestra vida. En el capítulo anterior les proponía el desafío de nuestra vida: Buscar y escalar nuestra propia cumbre. Y ahora cuento la aventura de un escalador imaginario en su aventura hacia la cumbre (que podría ser tu propia aventura).

 

1.  Advertencia en la subida a las montañas

Cuando uno se aventura a subir su propia cumbre, debe estar dispuesto a llegar hasta el final. Uno puede quedar frustrado si a medio camino en la ascensión, se siente fatigado y renuncia a subir más arriba.

La cumbre es hermosa, nos desafía, y nos atrae, aunque se sabe que el camino es bastante empinado y hay que emplear todas las fuerzas de las que se dispone.

Se siente el reto del todo o nada. Y cuando se ha subido bastante, hay un momento en que ya no se puede retroceder. En las ascensiones a los Andes ha habido algunos que se han desbarrancado, por meterse por caminos equivocados. Algunos se han perdido en la nieve, por salirse del grupo y querer volver al campamento, es decir por retroceder.

Hay que decidirse entonces a jugarse el todo por el todo, que ninguna dificultad me acobarde; y no detenerse en ningún momento. Hay quienes se han congelado por el frío de las alturas, al querer detenerse un rato para descansar. Y el método es dar un paso cada vez, no correr, pero no detenerse nunca, porque viene la tentación de claudicar.

Hay momentos en que la respiración se hace difícil, cuando se llega a determinada altura; se empiezan a sentir palpitaciones en las venas del cuello y de la sien. Parece que hay que abrir más la boca para captar aire.

Otro problema que puede sentirse en las alturas es la soledad y el silencio. A veces el silencio es tan gélido, que se necesita gritar para sentirse acompañado, aunque sea por el propio eco.

Baste con esta descripción de los retos que se presentan a los escaladores arriesgados. Esto nos puede servir de comparación, para entender lo que les pasa a los que se aventuran y no se quedan en la comodidad de la llanura espiritual.

 

2. La novedad de la situación[2]

Cuando uno siente la llamada de su propia cumbre, que es la llamada de Dios, para escalar, empieza un camino que resulta completamente nuevo. Puede haber sucedido que uno se encuentre en ese camino de ascensión sin saber cómo llegó ahora aquí a esa nueva situación. Parecería que lo han traído, y que lo único que ha hecho él es no resistirse a quien lo llevaba a ese nuevo lugar. Lo que tiene ahora delante no es un camino conocido, como los de antes. Uno sabía guiarse antes perfectamente en la meseta, sabía a donde iban todos los senderos. Se conocían los atajos, el destino final de cada senda. Dónde se podía reposar bajo la sombra, dónde había peligros de caídas y precipicios, dónde el camino se hacía estrecho y peligroso. Donde se podía encontrar el agua.

El camino de los de la meseta es conocido, muy trillado: la donación se hace hasta cierto punto, eso es la meseta; pero no se va más allá hacia la altura. Y cuando uno decide arriesgarse lo primero que percibe es que los caminos son nuevos. Hay dificultades a las que antes no se había enfrentado: discernir ahora no es tan fácil como antes: el camino que me lleva arriba aparentemente, puede terminar en un abismo profundo. Se está en la posibilidad de caer: aún no se conocen los nuevos peligros. No se sabe dónde habrá agua, donde habrá un refugio en el caso de que se viniesen avalanchas o ventiscas.

Pero se ha tomado la decisión de subir, sin que ya nadie lo pare. Entonces se camina con más cuidado, observando bien las consecuencias de cada paso: se va viendo si todos los pasos le van llevando hacia arriba, si no hay oculto un grave peligro detrás de lo que se pensaba que era una buena decisión. Pero se va sintiendo dentro, en el corazón, un guía que sintoniza con tus pasos y te hace ver, con un poco de observación y de reflexión interior, que todo va bien, o que hay que rectificar, y eso muy a tiempo. Entonces ya se vence esa primera dificultad en esta ascensión total. Ya no se teme la novedad de los caminos espirituales, porque se va produciendo dentro una sintonía que sirve como si fueran señales que indican cual es el camino recto y cual el equivocado.

 

3. La soledad y la fatiga

Se puede sentir, y de hecho se siente en muchos momentos el temor de caminar sólo: la soledad a veces es demasiado fuerte. Se echa de menos la compañía de otros que había en la meseta. Allí uno no era tan solitario, ni tan extraño: ahora se siente, no solamente sólo, sino raro y piensa que otros también lo perciben así: ¿qué pretende este al salirse de los caminos normales? ¿por qué no irá por dónde va todo el mundo? Y aunque nadie se lo diga en realidad, él se fabrica esas preguntas, como si la gente se las dijera. Pero la verdad es que en el camino hacia la cumbre hay una experiencia de soledad bastante pronunciada, y hay que superarla; incluso parece que Dios mismo (el que le llamaba hacia la cumbre) no dice nada. El silencio de todo lo que rodea, hace sentir con más fuerza esa soledad; parecería algunas veces que todo está vacío que se camina para nada. Hasta que, en el corazón mismo del silencio, se siente la seguridad de estar acompañado, y de que se está yendo a un encuentro. Cuando se sabe con certeza que ese camino de aparente soledad te lleva a un maravilloso encuentro, te das cuenta que la soledad misma es la atmósfera en que El habita, y te dan ganas de comerte a puñados el aire que hay a tu alrededor, te quieres llenar de soledad.

Pero cada paso se hace más arduo a medida que subes, la fatiga es en algunos momentos insuperable, o así lo parece. No se respira bien, parece que el corazón se te va a salir por la boca. Y miras para arriba, y no ves aún el término de la ascensión, y te preguntas ¿tendré fuerzas para llegar hasta el final? ¿Por qué me metí en esta aventura? Son preguntas que se hacen los que escalan las cumbres, cuando les empieza la fatiga. Y que siente nuestro peregrino de las montañas. Piensa que aligerando la carga que lleva, podrá sentir menos la fatiga: dejar todo, todo lo que siempre le ha acompañado. Hay una resistencia a dejar todas esas cosas con las que se sentía seguro en su sitio, y ahora necesita dejarlo todo para poder subir. Duda en dejarlo, pero toma una firme decisión. Querría detenerse, pero sigue adelante y va viendo que poco a poco el ánimo se le va acostumbrando a esta sensación de desgaste, a este aparente debilitamiento. Lo que le atrae es saber que el que le llamó se encuentra arriba. Y poco a poco disminuye esa terrible sensación y le invaden como nuevas fuerzas.; dentro de esa sensación de fatiga se ha abierto, como una flor un amor irresistible, que se convierte en nueva fuerza, para nutrir el esfuerzo.

 

4. Ya no hay retroceso

Además siente que ya no puede retroceder. Hay un momento en la subida que es el punto de no retorno. Ya lo único que se puede hacer es seguir adelante, aunque la cumbre se haga aparentemente huidiza. Caminar para abajo se hace más peligroso que seguir subiendo. Ya todo lo que se dejó abajo ha cambiado a sus ojos de tal forma que ya no podría encontrarlo: el tiempo no puede ir para atrás. El pasado es eso, simplemente pasado, una etapa que fue, pero ya no es posible repetirla: ya no se podría gustar lo mismo allá abajo, después de haberse asomado un poco a estas alturas maravillosas.

Entonces se toma una determinación: sólo me espera algo allá arriba, porque hacia abajo ya no tengo meta, y por supuesto no querría caer en el vacío. Pero más arriba ¿qué habrá? Y viene también la tentación del sueño: pensar que todo lo que ha hecho es una ilusión y que camina sonámbulo a la nada. Detrás de las nubes que le tapan la cumbre ¿habrá algo? ¿No fue una ilusión todo lo que ha hecho desde que empezó esta arriesgada subida? Y los pensamientos se vuelven vacilantes: es verdad, no es verdad,... Todo aquel impulso que sintió en un primer momento ¿fue verdad? ¿no fue creado por su propia imaginación? ¿no será orgullo este salirse del camino “normal”? Y se dice ¿habrá cumbre o será una silueta creada por su sueño? Además, en el caso de que haya cumbre ¿qué me ofrecerá de mejor que lo que tenía? Pero durante la ascensión en determinados momentos ha sentido una presencia y una certeza que le ha sostenido en muchos momentos de vacilación.

 

5. ¿La última dificultad?

Otros muchos problemas tiene esta nueva situación. Problemas que hay que conocer, pues son frecuentes y harían peligrar todo lo que se ha conseguido hasta hora. Y podrían llevarnos a caer en una de esas grietas profundas que a veces hay en el camino hacia las cumbres. El pensar que uno ya todo lo puede, que no hay que temer nada. El asegurarse uno en sus propias fuerzas. No darse cuenta de que todo esto que ha vivido es un gran regalo, y apropiárselo como si proviniera de uno mismo. El mirar a los demás con cierto aire de superioridad: se está camino de la cumbre, pero no se está por encima de nadie. Esos son peligros normales, que hay que poner al descubierto pues podrían engendrar caídas en las grietas; y de esas grietas congeladas es más difícil salir. Hay que sortear todos esos peligros.

Hay una dificultad más. Y se debe conocer, para no sentirse frustrado por ella. Y es que la cumbre parece esquiva: nunca se llega. Uno querría que ya apareciese el final, que ya no hubiese más búsqueda. Y percibe que a medida que sube, hay más que subir, sin límite y siempre. Se duda si ha tomado el camino correcto, y vuelven otra vez los temores que tuvo en algunos momentos, si no habrá hecho mal al arriesgarse por estas alturas, si no ha sido una temeridad; porque la realidad parece decirle que no hay cumbre, que lo que hay es una cuesta interminable, cuyo fin no existe, que está subiendo para llegar a “ningún sitio”. Y tiene que ir cambiando de perspectiva: no se trata de llegar a la cumbre (en el fondo es querer dominar sobre las alturas), se trata de subir: eso es a lo que se le invita, no a llegar a una cumbre, que estará al final de los años, sino a estar dispuesto a subir siempre más y más, y no volver a plantar su campamento en ninguna nueva meseta por más alta que ésta sea.

 

6. El panorama de las alturas[3]

Pero vale la pena describir, junto con los problemas, el panorama que ha ido viendo mientras sube. Aunque sea brevemente es bueno expresar lo que nuestro peregrino de las montañas ha ido sintiendo, y entreviendo: todo lo que puede llegar a vivir.

Lo que se ve desde arriba es maravilloso, la mirada abarca la realidad que nos rodea de una forma nueva: todo adquiere un sentido, todo forma parte de un mismo paisaje: diferente de la atomización con que antes veía las cosas, y especialmente las que parecían hacerle daño: todo se armoniza en un conjunto, y cada parte de ese conjunto está unida a las demás, para formar líneas ondulantes, colores en contrastes: un paisaje equilibrado y vistoso que es la propia vida. Descubrir así todo lo que se ha vivido es recuperar para todas las situaciones de la vida vivida, su verdadero sentido. La mirada no se cansa de mirar el paisaje, en su conjunto unas veces, y en sus detalles otras veces, y los detalles se descubren también como bellos. Esa es una experiencia notable, que los ojos se te llenen de bellezas. Es de alguna forma descubrir tu propia vida de una manera nueva.

El silencio, que no es ausencia sino quietud, algunas veces lo ha sentido como peligro, pero la mayor parte de las veces lo percibe amistoso. Este silencio es algo que se oye, aunque esto parezca contradictorio. Es un silencio que se convierte en voz en el corazón: es la voz del que te está llamando en cada momento: una voz que tiene un sonido inconfundible: y es el sonido del silencio. Es verdad todo esto: este silencio es la voz de Dios, y no hay voz más dulce, más estimulante, y más cálida que ésta que se siente. Pero no siempre esta voz produce vibraciones interiores. Algunas veces el silencio se puede sentir en estado puro, y entonces es la fe sin apoyos la que llena de palabras adecuadas este silencio.

Sería muy difícil explicar y poner en palabras lo que se va viviendo en la subida a la cumbre. La mirada sobre las cosas también se va haciendo diferente. Las cosas esas compañeras necesarias de la vida, ahora se ven en su propia realidad, se miran desde arriba, y ya no se desea su posesión: se las ve como a la distancia. El afán de posesión se ha ido perdiendo: ya no quiere hacer a las cosas esclavas de la propia ambición, sino que las respeta en su ser y en su belleza. El peregrino tuvo que dejar toda su carga para poder seguir subiendo, y ahora ya no apetece cargarse de nuevo con el lastre que impide subir.

La paz que siente el peregrino es también especial: parece que se han ido los miedos, y ese cielo azul y ese aire puro que lo rodea en su ascensión se le han entrado en el corazón, haciendo de él un recinto de paz y de armonía, donde no hay temores, ni ansiedades. El aire puro entra por los pulmones hasta el corazón y la pureza del paisaje entra sin neblinas a través de los ojos hasta el alma. Y hacen dentro del peregrino un espacio puro, sin perturbaciones. La paz es como la misma sustancia interior. Serenidad ante la vida, ante las circunstancias, ante las personas, ante las actividades, ante el futuro.

Otra cosa que siente así el peregrino pacificado es un nuevo corazón, todo está lleno de palabras nuevas, y de afectos nuevos. Es un amor tan grande que a veces parece que es más grande que él mismo. Y es que es un amor que se le ha dado, no es propio. Como no es propio nada de lo que ha ido viviendo en este proceso de ascensión. Pero este amor regalado, como gracia, le hace manifestar un sentimiento de amor que el peregrino dispara al infinito para que le llegue a El. Quisiera pasarse la vida solamente así diciéndoselo, y para eso inventa unas palabras que quedan en su intimidad, pues sólo El tiene que oírlas. Pero tampoco es un amor que se quede en esa intimidad, sino que se sale hacia fuera, a todos aquellos que son la obra de Dios. Y así siente que al aparecer este amor, ve de una manera diferente y hermosa a los mismos hombres que antes conoció. A los que servía y a quienes trataba.

Y cada vez se sorprende más y más de lo que es la ascensión a la cumbre; y quisiera pasarse la vida de rodillas, para agradecer al Dador de todo bien. Y a la vez piensa cómo es que no empezó la ascensión antes y cómo es que muchos se privan a sí mismos de estas maravillas inimaginables. Pero sabe que todo esto es un misterio de Dios que tiene nuestros destinos y que es el Unico que sabe el día y la hora.

Como síntesis se puede decir que la subida termina siendo un encuentro íntimo con el Señor. Y nada mejor para resumirlo que citar dos encuentros con el Señor en la cumbre, que nos relata la Sagrada Escritura.

Y primero el de Moisés (Exodo 33, 17-23) en pleno camino del desierto, y en plena comunicación de la amistad entre Dios y Moisés.

“Entonces Moisés dijo a Yahvé: «Déjame ver tu gloria.» Él le contestó: «Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero.»  Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida.»  Yahvé añadió: «Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca.  Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no lo verás.»”

Y el segundo el del profeta Elías (1 Reyes 19, 11-13). Elías se encuentra desalentado, y está perseguido por la reina Jezabel y ya no quiere seguir adelante. Entonces Dios

“le dijo: «Sal y permanece de pie en el monte ante Yahvé.» Entonces Yahvé pasó y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante Yahvé; pero en el huracán no estaba Yahvé. Después del huracán, un terremoto; pero en el terremoto no estaba Yahvé.  Después del terremoto, fuego, pero en el fuego no estaba Yahvé. Después del fuego, el susurro de una brisa suave.  Al oírlo Elías, enfundó su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva.”

 

 



[1] Al leer este capítulo algunos pensarán que se habla sólo de la etapa alta de la ascensión; de alguna forma es verdad, pero se aplica mucho de todo eso también a las primeras ascensiones, cuando uno se atreve a salir de la etapa en que vivía y decide aspirar a más; cosa que sucede muchas veces y en algunos momentos de “conversión” especialmente.

[2] A continuación, se describen algunas dificultades que se pueden experimentar en esta subida a la cumbre. Pero, cada vida es única y cada uno experimentará sus propias dificultades. Algunos experimentarán todas o algunas de las que aquí se describen. Y unos las experimentarán en formas parecidas a las descritas y otros en formas diferentes.

[3] El panorama que aquí se describe es una forma idealizada de expresar diversas experiencias que se pueden tener en esta ascensión. No representa ninguna aventura en particular sino una perspectiva general.



FIN

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Agradecemos al P. Adolfo Franco jesuita, por compartir con nosotros esta serie que busca ayudarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas, a la luz del mensaje cristiano.




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